#CARTASDESDECANCÚN

Carta a Don Julio Scherer García

¿Ya se murió el periodismo? ¿Asistimos a lo que podría considerarse el último trance, la penosa agonía? | Fernando Martí

Escrito en OPINIÓN el

DON JULIO SCHERER GARCÍA, DIRECTOR INDISCUTIBLE Y PERPETUO

EL PERIÓDICO DE LA VIDA NACIONAL

Muy Venerable Maestro:

No se vaya a enojar porque lo trato de Perpetuo y, además, de Venerable. Para mí lo es, en ambas nominaciones, porque en mi imaginario usted personifica la tozudez y la astucia que se requieren para moldear reporteros, para controlar redacciones, para hipnotizar lectores y para incomodar, con la eficacia de un mosquito zumbador, a esa entelequia que llamamos El Supremo Poder. La pluma, es bien sabido, puede ser más poderosa que la espada, y sus efectos acaso son más rotundos y duraderos, pues todos tenemos en la punta de la lengua o en el sótano de la memoria una cita de Cervantes, sin tener la más remota idea de quién era el rey peleonero o el emperador rijoso cuando se publicó el Quijote.

Es con esa convicción que recurro a Su Autoridad, pues traigo una inquietud que me parte el alma. Se trata de una tribulación latosa y persistente que aparece sin remedio en los insomnios, arruina sobremesas que prometían ser sabrosas y nutrientes, y me asalta en el trance cotidiano de leer periódicos y escuchar noticieros. Como Su Ilustrísima es sagaz por excelencia y por experiencia, ésta última frase podría darle una pista sobre mis cuitas, que expresadas en forma de pregunta pueden resumirse así: ¿ya se murió el periodismo?

Cuando digo periodismo me refiero, sobra decirlo, a ese oficio que su generación nos vendió como tarea noble y generosa, la búsqueda incesante y cotidiana de la verdad que pone a temblar a los mendaces, el cuarto poder que parece indispensable para contener abusos y tiranos. Nada que ver con el barullo que vivimos ahora, esa palabrería sin fin que no dice nada: diarios saturados de boletines de prensa, páginas de opiniones uniformes, pantallas luminosas donde nada se investiga, emisiones que se limitan a repetir lo que acaba de decirse.

Desde hace varias décadas, Su Autoridad lo sabe, yo vivo en una jungla cultural que ha ganado fama mundial con un nombre coqueto: Cancún. Aquí sumamos un millón de habitantes y contamos los turistas por billones (de dólares), pero no tenemos museo, ni sala de conciertos, ni una galería de arte, ni una biblioteca decente. Ni que decirlo, aquí no se hace periodismo, si dejamos de lado a un grupúsculo de reporteros porfiados que nadan contra la corriente. La corriente (y lo corriente) son periódicos planos y sosos, programas de radio pueblerinos, noticieros de televisión que dan pena ajena.

Vivimos en la indigencia informativa, Entrañable Mentor. Esa penuria me recuerda a un profesor que tuve en la facultad, quien decía que existen tres clases de personas: las que hacen que las cosas pasen, las que ven pasar las cosas, y las que no saben ni lo que está pasando. Para ser ciudadano del mundo, sentenciaba el catedrático, lo mínimo que se puede exigir es formar parte del segundo grupo: ser espectador en el debate, mantenerse al día.

Eso es imposible con los medios a mi alcance. De ahí que sea inevitable dirigir la vista hacía un edificio más sólido, el mismo que en su tiempo Su Venerabilidad ayudó a cimentar, con su tormentosa conducción del diario Excélsior y el semanario Proceso. Me refiero, está claro, a la prensa nacional. Mas hete aquí que, a la distancia, el mentado cuarto poder muestra las mismas grietas que su versión provinciana. Tal vez la brisa tropical me aturdió los sentidos, pero los periódicos nacionales me parecen igual de llanos y aburridos, los noticieros de radio igual de soporíferos, los de televisión peor de huecos y banales. O sea: los lees, los oyes, pero es esfuerzo es vano y te quedas en el último grupo: no sabes ni lo que está pasando.

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En aquello de informar y formar opinión, Dilecto Rector, andamos por la calle de la amargura. Me cuentan por ahí, no tengo el dato exacto, que las grandes redacciones han desaparecido en la Ciudad de México. Me dicen, quién sabe si sea cierto, que los antiguos ejércitos de periodistas se han reducido a meros pelotones. Me aseguran, vaya usted a saber, que hay periódicos que se presumen nacionales con una nómina de ¡diez reporteros! Me comentan, qué triste noticia, que los diarios están repletos de columnas de opinión por una razón chocante: no las pagan.

Tal vez ahí está la explicación. Sin unas monedas de por medio, Su Venerabilidad no lo ignora, quién va a descubrir lo oculto tras la nota, quién va a efectuar entrevistas a profundidad, quién va a invertir semanas consultando archivos, quién hará el esfuerzo de cotejar datos y contrastar versiones, quién se tomará en serio aquello que se llamaba periodismo de investigación.

Más tengo otra inquietud que me parece de mayor calado. En exceso de holgazanería, los medios que conozco dedican la inmensa mayoría de su espacio y de su tiempo a un solo tema y a un solo actor, El Señor Presidente. Los dimes y diretes de Palacio son su esencia nutricional. El acto litúrgico llamado La Mañanera se ha convertido en la fuente primordial de información, el surtidero de donde brotan (casi) todas las noticias y (casi) todas las opiniones que, por lógica, suelen ser idénticas, y por añadidura, se repiten ad nauseam.

El Primer Magistrado, como en sus tiempos le decían, pone la agenda, dicta el tono, fija el rumbo, y a través de ese prisma monocromático se percibe el acontecer nacional. Los medios vieron la pandemia con los ojos miopes de López-Gatell, saben del petróleo por los boletines de Pemex, cuentan indocumentados con las estadísticas de Migración (o de la Border Patrol), reducen la educación a los pleitos de Elba Esther, describen la pobreza con las mediciones de Coneval, y ven a la gente igual que Palacio Nacional: como electores, no como lectores. La triste realidad: hasta las horrendas cifras de los homicidios y las violaciones provienen de las cuentas de la policía.

Además insisten: son cifras oficiales. ¿Y luego? ¿Dónde están las cifras no oficiales? ¿Dónde las investigaciones? ¿Dónde las pesquisas? ¿Dónde se atrofió el olfato periodístico? Aunque de entrada nos anuncien muchas noticias, la verdad es que ofrecen muy pocas, y su centro de gravedad es la versión oficial. La autoridad dice tal y dice cual, y los medios se apresuran a aplaudir-censurar-criticar-descalificar, pero nadie se asoma a la calle a ver lo que está pasando.

Hoy impera lo que Su Venerabilidad tanto detestaba: la ley del refrito. El mismo reportero, en varias emisiones, repitiendo la misma banalidad, tan sólo cambiando el saludo inicial: ¡hola, Pepe!, ¡hola, Joaquín!, ¡hola, Denise! Así que si Su Autoridad me pregunta cuál hay que ver, le diría que cualquiera, porque todos son iguales. O más bien le diría que ninguno, porque no se va a enterar de nada.

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Tras esta larga parrafada, Esforzado Maestro, le quiero volver a preguntar: ¿ya se murió el periodismo? ¿Asistimos a lo que podría considerarse el último trance, la penosa agonía? Las noticias redundantes, la ausencia de reportajes demoledores, la cortedad de crónicas luminosas, de entrevistas reveladoras, de ensayos puntillosos, ¿son síntomas de la enfermedad que los llevará a la tumba?

Sé que Su Autoridad no puede contestarme, pues hace ya varios años ingresó al reino de los cielos, y yo sobrevivo en este maltrecha y anacrónica república, regida no por los vivos, sino por los muy vivos. Y aún en el caso de que pudiera hacerlo, le ruego de la manera más encarecida no lo haga, ni siquiera lo intente, pues yo soy un descreído de primera y un contacto directo con ultratumba, así fuera con su Venerable Espectro, me sería de letales consecuencias.

Además, escribir esta carta me ha sido de enorme provecho, pues conforme avanzo voy llegando a la conclusión de que estar bien informado es una vana ilusión. Así como Calderón de la Barca decía que “sueña el rey que es rey, y vive con este engaño mandando, disponiendo y gobernando”, yo acabo de entender que ser el primero en enterarse es inútil y no cambia nada: ‘la verdad’ ha pasado de moda. Tal vez sea mejor, contra lo que predicaba el catedrático, no tener ni la menor idea de lo que está pasando, que es el caso de la inmensa mayoría de los mortales.

Quizás eso lo han entendido a cabalidad las nuevas generaciones, un poco nuestros hijos y un mucho nuestros nietos, que de manera ostensible han dado la espalda a los medios: no leen periódicos, no oyen radio, no ven televisión, y les tiene muy sin cuidado lo que pasa en el resto del mundo, incluidas las insoportables mañaneras. Ellos entienden el mundo mediante una fórmula que no incluye la pantalla y las ocho columnas. Y sí, puede que estén mucho menos informados, pero todo parece indicar que son mucho más felices.

Con esa sombría certeza, le ruego acepte una disculpa por distraerlo de sus celestiales preocupaciones y reciba Su Perpetuidad un terrenal abrazo de

Fernando Martí

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