DÍA DEL PADRE

La memoria es un pájaro herido

¿Quién era –para nosotros– nuestro padre a los treinta, a los sesenta, a los ochenta años? | María Teresa Priego

Escrito en OPINIÓN el

Tenemos la memoria. Para nuestra buena y mala fortuna. Depende de sus contenidos, cada vez. Tenemos la memoria: resbaladiza, inexacta, generosa, traidorzuela, cruel, “inventora”, como escribió Néstor Braunstein. La que acomoda y reacomoda, ¿quién podría afirmar que al recordar somos “objetivos”? ¿quién que lo que recordamos es justo lo que sucedió? Interpretamos y reinterpretamos con el paso del tiempo. No es un dato menor: reinterpretar. Sucede como con los libros o las películas, la obra es la misma y se vive tan distinta: es una quien cambia. Aprendemos y desaprendemos en el camino, en ese intento de acercarnos al ¿quién seré? ¿cuáles son mis anhelos y mis minúsculas verdades necesarias? La mirada se transforma. Lo sabemos. 

¿Quién era –para nosotros– nuestro padre a los treinta, a los sesenta, a los ochenta años? Aquellas imágenes que estuvieron fijadas por años con ciertas emociones y explicaciones de fondo comienzan a moverse. ¿Y si no fue como lo he pensado? ¿quizá mi memoria distorsiona los hechos? ¿tal vez no tengo la suficiente información? ¿Qué “información” sería suficiente cuando hablamos del padre? ¿existe la posibilidad de despedirlo sin guardar el peso de todo lo que una ignora, de todo lo que podría haber preguntado? De haberlo preguntado, ¿habría recibido una respuesta? Esa respuesta, ¿qué tan cercana sería a la verdad?

“Mi bello amor, mi querido amor, mi desgarradura, te llevo en mí como a un pájaro herido…” Georges Brassens canta el poema de Louis Aragon y pienso en mi padre, ese hombre aislado, construido de silencios. No le gustaba conversar largo. Mucho menos hablar de sí mismo. De su historia, allí sí, ni largo ni corto. Me digo a cinco años de su muerte: mi padre es un misterio. Su silencio es una desgarradura. Su memoria es una mezcla de luz conocida y territorios ajenos. Un pájaro herido que me habita. 

Su tristeza, los desamparos de la infancia, su fuerza que lo hacía ir siempre hacia adelante como un tren en marcha. De niña su fuerza me impresionaba muchísimo. Después también, pero comencé a encontrarle los inconvenientes: no podía permitirse ser vulnerable. Lo evitaba meticulosamente. Mi padre creía en “hacer”. Salir de la precariedad material cuando era muy joven, construir una familia un poco más tarde. Trabajar lo más posible. Educar cuatro hijas/os. Viajar. Jugar. Le gustaba mucho jugar. Fue un excelente padre de infancia. Tan creativo y tan lúdico. 

Después crecí (crecimos) y ya eran necesarias las palabras. Otras palabras distintas a las de las historias que inventábamos. ¿Cómo vivía ser padre alguien tan sin padre? Intentó olvidar o reacomodar la memoria en cuanto tuviera que ver con su propio padre. A diferencia de lo sabido, afirmó hasta el antepenúltimo minuto que su padre no los abandonó. “Pero se fue con la comadre” “Nunca escuché hablar de eso”. En los recuerdos de mi padre, el suyo depositó todos los meses una pensión para la manutención de sus ocho hijos. Nadie más que mi papá la vio, esa imaginaria pensión. 

Desde niña quise abrazar su infancia. Una tiene esa loca idea de que puede sanar a su madre y a su padre. Esa ingenua omnipotencia de que como hija trae consigo lo que necesitan. Jamás sucedió, por supuesto y no tengo claro en qué momento de la vida simplemente me vi forzada a renunciar. Fue bueno para los dos. Yo no tenía ese misterioso “con qué” y él, por suerte, no necesitaba una prótesis. Su renuncia a la hija-prótesis, tan difícil de lograr para tantos padres, fue la puerta a mi libertad. Se lo agradezco. No insistió. Desde mis 19 años (salvo un breve periodo) nunca volvimos a vivir en la misma ciudad. 

¿Si me hubiera quedado geográficamente cerca me habría dicho mucho más? No lo creo. De cualquier manera, era imposible quedarme y así lo entendió. Con los años se han ido muriendo las personas que lo conocieron desde joven. Escuché historias, mientras se pudo. Intentar armar al padre como a un entrañable rompecabezas y reconocer que su vida de hombre me dejó fuera. Mi memoria me acompaña, me confirma, se contradice. “Un pájaro herido”, eso. La ausencia de mi padre. Mi memoria de fragmentos y nostalgias.

María Teresa Priego

@Marteresapriego