#LACÁBALA

Políticos “on demand”

El futuro inmediato del abasto de agua en San Luis no tiene visibilidad sin una mínima solidez financiera. | Adriana Ochoa

Escrito en OPINIÓN el

El año pasado, se incorporaron más de cien mil nuevos temas diarios a los catálogos de Spotify, Tidal, Apple Music y demás servicios de música por suscripción. La cantidad de nuevos productos creció un 10,8% más que en 2022 anterior, según Luminate, el proveedor de datos sobre la industria musical que utiliza Billboard en Estados Unidos para sus listas.

El consumo de música en streaming no deja de crecer año tras año. A los nativos digitales nos quitó la necesidad de disponer de grandes espacios para guardar discos, cintas o el tipo de música almacenada que nos haya puesto en la vida la tecnología de nuestro tiempo. Si uno apreciaba el disco, lo compraba y guardaba. En el streaming uno paga una suscripción y a escuchar, agrupar por favoritos y conectar cuando se quiera.

Para nosotros la variedad, las play lists más atesoradas, ya no son problemas de espacio en casa. Los problemas de espacio, ahora digital, son para las empresas de streaming. No hay suscriptor al que le alcance la vida (y el gusto) para escuchar cuando berrido musicalizado, despecho facturado con mariachi o gorgorito con banda suban los servicios de suscripción de nuestra preferencia, así que el destino de todas esas nuevas canciones, podcasts y otros productos que nadie escucha, es incierto. Muy, muy pocos productos logran colarse entre los más escuchados, con miles de reproducciones, algunos hasta millones

La data de Luminate arroja 45,6 millones de canciones no obtuvieron ninguna reproducción el año pasado. Cero. No las oyó ni como acto de amor maternal la progenitora de quien las compuso. “Flowers”, ese temazo de amor propio de Miley Cyrus, casi en tono de “mejor sola y borracha”, hizo mil 600 millones de reproducciones globales y fue la canción más reproducida del año en Spotify. “Ella baila sola”, de Eslabón Armado y Peso Pluma, alcanzó el lugar diez en la lista Billboard Hot 100, nos guste o no nos guste la violencia narca de las canciones y el corte de pelo de Peso Pluma, como recién salido de la sección de inimputables de la penitenciaría.

Pero los hits de Miley Cyrus, Taylor Swift o Peso Pluma, que escuchan millones, ocupan el mismo espacio que las canciones que nadie demandó, millones de fracasos, o sea, las plataformas tienen que pagarle al proveedor de almacenaje en la nube, así se queden en cero escuchas. Cierto que no hay que pagarle nada al artista que no logra una sola reproducción, pero con la pena, los costos de la nube son costos y hay que bajarlos.

Algunos vivillos autores de los inescuchado le hallaron el modo de simular con inteligencia artificial que alguien los escuchaba, así que apareció y prosperó rápido un mercado negro en línea que permite a los artistas que nadie quiere oír comprar miles de “reproducciones” a cambio de una módica cuota, como los políticos y figurillas que se pagan “seguidores” de sus infumables redes sociales desde granjas digitales de Pakistán, China o la India.

Así que Spotify y Google, su proveedor de espacio en la nube, aguzaron los algoritmos para detectar fraudes y la plataforma cambió el mínimo de reproducciones necesarias para que el autor de la canción pueda ver el pago. Y como el espacio en la nube cuesta, si nadie los oye, hay que aligerar costos.

Del negocio musical en streaming, o sobre demanda, convendría aplicar algunas reglas para la crasa pasarela de aspirantes a cargos de elección popular que tendremos que sufrir, a espacio forzado en radio y TV, en particular los que buscan “representarnos” en los legislativos estatales y federales, con el resultado de todos conocidos: se representan a sí mismos, a sus intereses particulares, o peor todavía, representan la autoritaria línea del líder político que los puso ahí.

Serán campañas en medio de un previsible agravamiento de la crisis de agua, ante la insuficiencia de lluvias y abatimiento rápido de mantos. Candidato que no se comprometa a aportar soluciones para que se invierta en infraestructura para las presas que necesita San Luis, que ni nos busque y no nos quite el tiempo ni la atención.

Candidato del partido que sea que no se comprometa con una rentabilidad razonable de los organismos operadores de agua potable del estado, sea cual sea su naturaleza, y con una regulación estable respecto de los ajustes de cuotas para que los organismos no dependan de venganzas y manoseos irresponsables, que se vaya con su mala y repetitiva musiquita de “ver por los potosinos” a otra parte. Hasta ahora lo que hemos tenido es una caterva de rolleros con ansias de hacerse aplaudir sin mérito, entrampando “por nuestro bien” más el ya de por sí nulo futuro de los organismos operadores.

Cierto, nos encanta lo gratuito y el “cero alza” en todo, pero ningún usuario es tan pánfilo para no entender que nada en este mundo es gratis, que la infraestructura para almacenar y llevar agua cuesta, que los trabajadores de los servicios reciben pago por su trabajo y que el futuro inmediato del abasto de agua e San Luis no tiene visibilidad siquiera si no tiene una mínima solidez financiera.

Cualquiera con un IQ de setenta puntos en adelante entiende que no hay nada más caro en el mundo que lo que escasea, o peor aún, lo que no hay. Si no ha habido inversión en nuevos vasos de captación para la Zona Metropolitana, en renovar la red hidráulica y en tratamiento de agua, si al organismo operador metropolitano Interapas le cuesta más el agua del Realito que lo que pagan los usuarios y no tiene un ingreso o subsidio para compensar, el cargo de todo lo que no se ha hecho o se ha hecho mal lo padecemos los usuarios pagando pipas. No hay agua más cara de abastecer que la que va sobre ruedas, así nos hayan embobado con que votaron por tarifas irreales para asfixiar enemigos políticos.

Desde hace décadas se sabe que la presa San José ha perdido capacidad de almacenaje y es necesario construir presas alternas alrededor de la zona metropolitana. Si los candidatos a diputados no van a firmar ante notario que van a vigilar y a trabajar porque las obras en infraestructura hidráulica y presas sean prioridad, antes que arenas de espectáculos, coleaderos, foquitos teiboleros para simular puentes atirantados imposibles, no los queremos en nuestra play list ni de relleno. Su podcast pidiendo el voto apesta.

Si lo único que van a hacer es cobrar su dieta y votar cuanto les pongan de acuerdo a una línea, por amor, disciplina, miedo o vulgar truque política a ver qué sacan, no les votemos. Lo mismo federales que estatales. La clave de esta elección son los legislativos, crear los contrapesos que no existen y dejar de estar regalando nuestro voto a mesmerizados sin ideas, palafreneros de caciques tropicales, gentuza con voluntad de ganado, incondicionales “tapetito” o porristas de shorts cacheteros y pompones al color del partido que gobierna.

Incluyan también a los que se proponen ir a una curul y no existir más que para la nómina los tres años, ocupan un espacio que cuesta y no producen nada para los que pagamos sus sueldos, su secretaria, el coche y los asesores. Más si ya los vimos en las presentes legislaturas y ya sabemos que son un fraude, que no nos retribuyeron nada que mejorara nuestras vidas cotidianas y que no nos gusta lo que cantan. Sus campañitas son puro ruido que no nos interesa.

Demandemos mejores propuestas y castiguemos con el voto a lo que jamás vio por la población, peor todavía, a las y los que sólo fueron a “colocar” a sus inútiles familiares, a sus compadres y sus zalameros oficiales en las nóminas del Congreso, de ayuntamientos o del Gobierno. El voto de castigo es nuestro derecho, aunque los políticos lo satanicen en sus discursos porque no les conviene.

Si no son lo que queremos, si no es el servicio que demanda la comunidad, que se vayan al diablo. Si ni sus madres los oyen ya, ¿por qué habríamos de hacerlo los electores? Los servicios de streaming sacaron de su fondo de derechos algo así como 152 millones de canciones que a nadie le interesaron. Al kilo y pa’ fuera de la nube todos. Ocupan un espacio en el que deberían estar personas más comprometidas.

Economía del “streaming”, nada más.

 

Adriana Ochoa

@ArterialPresion