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¿Adversarias o enemigas?

Por el bien de todos, los equipos de campaña de Claudia y Xóchitl deben actuar como adversarios, no como enemigos. | José Antonio Sosa Plata

Créditos: #OpiniónLSR
Escrito en OPINIÓN el

El presidente Andrés Manuel López Obrador tiene razón: “a quienes están en la oposición hay que verlos como adversarios, no como enemigos”. La directriz la dio hace una semana a los integrantes de su movimiento, en el marco de la petición de Morena para demoler la casa de Xóchitl Gálvez por presuntas irregularidades con la construcción y los permisos.

El primer mandatario fue más preciso y conviene recordarlo: “Hay que buscar serenar los ánimos en general y no enrarecer la política. No hay que impulsar campañas de linchamiento ni seguir la Ley del Talión de Ojo por ojo y diente por diente, pues eso sería ir en contra de la 4T”. De actuar así, agregó, todos nos quedaríamos chimuleos y tuertos”. Afirmó: “No, no, ni quemar libros, ni utilizar la picota ni el marro para destruir nada”.

El mensaje también es oportuno. De hecho, es lo que procede en democracia. Sin embargo, lo más probable es que el argumento no se comprende porque hay contradicciones entre los dichos y los hechos. Seguro también se desconocen las diferencias entre los conceptos de enemigo y adversario. Y más porque, a pesar del llamado, no son pocos quienes insisten en comportarse como enemigos.

La distinción entre enemigo y adversario es obligada. Pero es necesario conocer con detalle las similitudes y diferencias. Para empezar, tanto en política como en la guerra se tiene que reconocer que los enemigos son personas a quienes hay que destruir. Y aunque en la guerra existen normas y tratados internacionales, estas se pueden respetar o no. La guerra actual entre Rusia y Ucrania es un buen ejemplo.

Por si no lo leíste: Sheinbaum entra a la polémica con la casa de Xóchitl Gálvez.

Algo muy diferente sucede con los adversarios, de manera particular en los países democráticos. Entre ellos se establecen reglas y límites claros arbitrados por las instituciones, tanto las que están dentro de los poderes como en las autónomas e independientes. Para unos y otros los objetivos de poder son comunes y se suelen dirimir, en principio, en las contiendas electorales.

Entre enemigos, no hay límites cuando se recurre a cualquier tipo de violencia, empezando por la verbal. Se puede injuriar, difamar, ofender o engañar. La razón es simple, provocadora y para algunos justificada: al enemigo hay que destruirlo antes que nos destruya. Por eso no existe confianza entre ellos.

Como parte del proceso destructivo, los enemigos adaptan, reescriben o cambian las leyes cuando ganan. Desprecian a sus opositores, especialmente a quienes han derrotado. Así es en la guerra y frecuentemente en la política. Los enemigos son despiadados y crueles. Abandonan y reprimen a los derrotados. Provocan miedo. No aceptan la culpa ni asumen cabalmente las responsabilidades que les corresponden.

También puedes leer: Joel Hernández Santiago. "Marcelo: ni sí, ni no", en Opinión La Silla Rota, 12/09/2023.

En tiempos de paz o guerra con otros países, enemigos y adversarios defienden los intereses y propiedades de un Estado como si fueran propios, incluida la fuerza. Pero cuando la confrontación es dentro de un sistema democrático, las posesiones no se defienden igual. Se lucha por éstas considerando la soberanía, ya que son propiedad del pueblo, de la Nación.

Los enemigos ofenden, mienten y guardan silencio frente a las acciones injustas. No saben controlar sus emociones. Imponen su voluntad, aunque no tengan la razón. No reconocen sus errores. Utilizan todo el poder político y económico que tienen a su alcance hasta aniquilar. No saben perder.

Los adversarios dialogan, negocian y debaten. También cumplen reglas y establecen límites. Tienen valores. Utilizan el poder con sabiduría, sin rebasar los límites de la ley o los que ellos se imponen. Aceptan sus equivocaciones. Corrigen. Siguen adelante.  Y saben reconocer su derrota cuando pierden en buena lid.

Consulta: Horacio Luján Martínez y Rita de Cássia Lins e Silva. "De enemigos a adversarios: la transformación del concepto de «lo político» de Carl Schmitt por Chantall Mouffe", en Andamios, Revista de Investigación Social, volumen 11, número 24, enero-abril 2014, pp. 83-102.

Los enemigos tienen cómplices. Declaran la guerra a sus opositores. Hacen la guerra. Recurren a “sicarios políticos” para hacer el trabajo sucio. Hacen de la venganza un método sistemático. Odian, pero se escudan con argumentos “amorosos” o “dignos”, ya que pretenden ser vistos como las víctimas y no los victimarios.

Los adversarios tienen aliados. Contienden. Provocan a sus opositores, pero para llevarlos al terreno del debate serio, apegado a reglas surgidas de un acuerdo profesional. Respetan la diferencia y defienden sus ideas, intereses legítimos e ideales. Cuando están en desventaja o son derrotados, son resilientes, no se victimizan y buscan la manera de reagruparse y recomponerse.

Los enemigos hacen campañas negras. Los adversarios, campañas de contraste. Los enemigos pasan de la violencia verbal a la física. Y viceversa. Los adversarios argumentan. Los enemigos injurian, difaman y denostan. Acusan con falsedad. Difunden fake news. Los adversarios argumentan en forma razonada y sólida. Denuncian y presentan pruebas.

Te recomendamos: José Antonio Martín Pallín. "Las reglas de la guerra", en el Diario España, 07/04/2022.

Las acciones de guerra —me refiero en particular a las expresiones violentas de cualquier tipo— no deben formar parte la comunicación política en democracia. Van en contra de las leyes y de la ética. Pero si esto no es suficiente, es indispensable entender que destruir al enemigo siempre trae altos costos: los desgasta y debilita.

Las acciones violentas en la contienda política puede provocar, además, inestabilidad política. Confrontan a los grupos de la sociedad entre sí y también con las autoridades. Los “triunfadores” pierden apoyos. La victimización del derrotado siempre afectará, en mayor o menor medida, la reputación del destructor.

En las últimas tres décadas, la lección de las campañas sucias es significativo. El desgaste del sistema de los partidos políticos ha sido enorme. Tanto, que hoy se mantiene una crisis que le ha abierto espacio a los liderazgos emergentes, a alianzas que antes eran impensables y a la creación de movimientos políticos que no funcionarían, de no ser por los acuerdos excepcionales que los mantienen activos, poderosos y vigentes. 

Recomendación editorial: Davide Cali. El enemigo. España: Editorial Takatuka, 2019.