CINE

“Los Fabelman” de Steven Spielberg

La fascinación de un hijo por su madre. | María Teresa Priego

Escrito en OPINIÓN el

Los Fabelman” es una saga familiar de trasfondo autobiográfico y es también la narración del comienzo de una vocación: hacer cine. Aprehender la realidad, reinventarla, jugar con los motores interiores que llaman a la resiliencia. Sammy Fabelman descubre el cine junto a su madre y a su padre en los años cincuenta. En la película tiene lugar un aparatoso choque de trenes. El niño se queda mudo. Siente la urgencia de reproducir esa escena de catástrofe: ¿cómo se crea esa “realidad” alternativa que te acelera el pulso y te hace sumirte en tu butaca? Le regalan una cámara y descubre esa forma de poder casi mágico: trasladar lo que siente, lo que imagina a una pantalla. Extraerlo de sí mismo para hacerlo accesible a otras personas. Y liberarse. Tal vez.

Una madre pianista y ama de casa, un padre ingeniero que trabaja muchísimo y cuyos contratos los llevan a mudarse de una ciudad a otra, y tres hermanas. Un niño introvertido y solitario que encuentra -de manera rotunda- su lenguaje específico. Junto al hijo y al cine mismo, la madre es la gran protagonista de la película. En una entrevista Spielberg declara: “mi mamá era nuestro Peter Pan, más hermana que mamá, no la guardiana principal”. Su madre es una dicha y un dolor. Lúdica, sobre todo, apoya el anhelo de su hijo de filmarlo casi todo y expresa en algún momento el conflicto familiar: entre la ciencia que es el coto del padre y el arte que es el suyo.

Hay otro integrante de la familia: el “tío Burt”. La madre insiste para que su esposo lo contrate cuando se mudan de ciudad, es -hasta donde sabemos buena parte de la historia- el “mejor amigo del padre”. Cierto que nos resulta extraño ese hombre soltero sumado a la familia sin que aparezca a su lado pareja alguna. El padre adora a la madre con una especie de preocupación constante, como un objeto precioso – que no se merece- y al que tuviera que cuidar permanentemente porque “es frágil”. Las hijas y el hijo viven al pendiente de esa “fragilidad”. El estallido llega cuando al mudarse a California la madre no puede soportar separarse de Burt. El hijo sabe, su cámara - sin desearlo- grabó escenas amorosas entre la madre y el tío.

Pareciera que en la película Spielberg le hace justicia al padre: no fue él quien decidió esa separación tan dolorosa para el hijo y de la cual lo culpó durante muchísimos años. 15 años lo mantuvo a distancia. El padre asumió esa culpa que no le correspondía. Nunca dijo la verdad. La madre tampoco. Fue “la abandonada” que después se casa con el mejor amigo. En la película Spielberg regresa a la realidad de los hechos como si él lo hubiera descubierto por sí mismo. Sanarse. Del derrumbe familiar, del acoso del que fue víctima por el antisemitismo, por su introversión, porque no le interesaban ni los deportes, ni los mandatos culturales de una masculinidad “poderosa” y agresiva con la que su padre mismo no coincidía.

Es de noche y la madre baila. El “tío” Burt enciende las luces del carro para que el hijo pueda filmarla. Su túnica se transparenta, una de las hijas le pide que se detenga. Todas/os la miran. La madre continúa aparentemente absorta, como si la música la mantuviera en trance. No se da cuenta la madre de lo que significa la escena que está armando. ¿No se da cuenta? Spielberg nos presenta a la madre casi como un ser de otro mundo. Cercanísima por momentos, pero ajena. Dolida. Sumergida en su “magia”. Como el padre, intenta rescatarla. El padre guardará silencio a costa de sí mismo. Todas/os intentan rescatarla. Porque ella, ¿cómo decirlo? Está allí, pero se va. Está allí, pero se ausenta. El desamparo de las/los hijas>/os ante un divorcio que Spielberg recrea en varias de sus películas. La fascinación de un hijo por su madre.