La ejecución de Hipólito Mora fundador y líder de las autodefensas en la comunidad de Buenavista conocida como la Ruana en el municipio de Apatzingán, Michoacán, es una de las tantas consecuencias de un conflicto que inició hace más de 30 años cuando el priísmo comenzó agrietarse.
En aquellos años, el entonces el subprocurador de la República Mario Ruiz Massieu durante su renuncia, lanzó una declaración que se hizo celebre “los demonios andan sueltos”. En ese momento, señaló a la elite de la dirigencia de su partido de entorpecer las investigaciones de los asesinatos de Luis Donaldo Colosio y de su hermano José Francisco Ruiz Massieu y de proteger a narcotraficantes.
La cúpula priísta descalificó las declaraciones y las atribuyeron al resentimiento emocional. En ese momento, la opinión pública y la mayoría de los mexicanos, no atinamos a comprender a ciencia cierta a qué se referían las palabras de Mario Ruiz Massieu. No calculamos el alcance que tendrían con el tiempo. Hoy, es evidente a lo que se refería.
Después de aquel 1994 y hasta prácticamente el 2006 la lucha contra el narcotráfico no pasó en los grandes medios de comunicación y la elite política, más allá de los grandes decomisos. Las apenas incipientes y a veces silenciadas denuncias de Jesús Blanca Ornelas dirigente del semanario Zeta, estaban prácticamente vetadas en la capital del país.
Durante el gobierno de Fox ya había indicios de que células del narcotráfico controlaban algunas entidades y estaban coludidos con la política. Y aunque existían visos de una escalada de violencia, el país no se encontraba en estado de emergencia. Felipe Calderón desde su campaña presidencial dio señales de que su gobierno enfrentaría abierta y frontalmente a esos grupos de los que, al parecer, las áreas de inteligencia del gobierno conocían y tenían identificados.
De hecho, en esos momentos, de acuerdo con un parte de la embajada de Estados Unidos en México, Michoacán no estaba ni siquiera entre las tres principales entidades con el mayor número de muertes por violencia. Según el informe del entonces embajador Tony Garza, en aquel año, de enero a septiembre se tenían registradas 1,604 muertes relacionadas con el narcotráfico en todo el país.
Por eso, hoy no deja de llamar la atención que los primeros cuerpos decapitados aparecieran el 6 de septiembre en Uruapan, municipio vecino de Apatzingán, justo antes de que Calderón asumiera su cargo como presidente. Desde el primer día de su administración, declaró la guerra al narcotráfico y el 11 de diciembre, “elige” Michoacán para lanzar su primer operativo a donde desplazo más de cinco mil efectivos. Y como por “azares del destino o la casualidad” ya como presidente el 27 de enero, vestido de casaca y gorra militar, visitó la 43 zona militar ubicada en Apatzingán para arengar su guerra.
A partir de ese momento, la historia de México en el combate al narcotráfico fue otra. Desde entonces, hemos visto cómo políticos y narcotraficantes, han caído uno detrás de otro, ya sea abatidos por las balas o detenidos y encarcelados por sus contubernios con el crimen organizado, todos, marcados por el mismo denominador común, el baño de sangre.
La frase “Los demonios andan sueltos” fue una advertencia del resquebrajamiento del “sistema” que por décadas había controlado todo desde la política encarnada por el PRI y que, con la firma del amasiato entre la corriente de “jóvenes” neoliberales de ese partido y el PAN, comenzaron a disputarle el poder a la vieja oligarquía priísta.
La guerra de Calderón poco ayudó, pese a que insiste que fue un “éxito”. Esto más allá de que su lugarteniente en esa guerra haya sido señalado culpable por sus contubernios con el narcotráfico en una corte de los Estados Unidos. Ya casi para terminar su sexenio, aparecieron las autodefensas ¿dónde? En Apatzingán. ¿coincidencia? Es difícil establecerlo, pero se dice que Peña Nieto como presidente las apoyo, las armó y las protegió pese a que muchos medios y periodistas que hoy se rasgan las vestiduras por la ejecución de Hipólito Mora las condenaron y atacaron mediaticamente pidiendo su desaparición y encarcelamiento de sus líderes. Sólo José Manuel Miereles piso la cárcel.
La violencia e inseguridad se había extrapolado desde la declaración de guerra en 2006 en Tierra Caliente por lo que Hipólito Mora organizó a un grupo de hombres en la comunidad de la Ruana que se armaron para defender su territorio ante el embate e impunidad con que actúan los grupos de narcotráfico en Michoacán. Ya desarmados por el gobierno en 2014 los líderes de las autodefensas, especialmente Hipólito Mora, siguieron denunciando la violencia que prevalece en la zona y la impunidad con que se mueven los narcotráficantes muchas veces coludidos con las autoridades. Ninguno de los últimos tres gobernadores han sido capaces de dar solución en una región que la gestión de Calderón convirtió en zona de guerra.
Está claro que para algunos recurrir al pasado es odioso e inútil, pero este contexto histórico que hoy enmarca la ejecución de Hipólito Mora puede arrojar respuestas sobre su muerte. Pero hay que decirlo, ni la guerra de Calderón; ni la gestión de la violencia de Peña Nieto; ni la política de inteligencia auspiciada por el eslogan “abrazos no balazos” de López Obrador, han sido suficientes para contener la desbanda de demonios que generó el destape de cloacas del poder y que hoy, será difícil contener. Podemos estar o no de acuerdo con la política implementada contra el narcotráfico por cada uno de los últimos tres presidentes, pero se debe reconocer que fue Felipe Calderón quien le puso el cascabel al gato y despertó al México bronco. Ahora, a ver quién lo calma.