DEMOCRACIA

La teoría política y la ciencia política frente a la calidad de la democracia

Hay que hermanar a la teoría política y a la ciencia política para construir mejores recursos y modelos que permitan medir, interpretar y prescribir sobre la calidad de la democracia. | Eduardo Cruz García*

Escrito en OPINIÓN el

En los años que corren del siglo XXI se ha asentado el interés y la preocupación de los académicos por vincular, de algún modo, sus disciplinas a través de sus métodos y sus recursos teóricos. Por lo que se plantea, de diversas maneras, colaboraciones bajo lo denominado multi, inter y transdisciplinar (Paoli Bolio, F. J., 2019; Pérez Matos N. E., 2008 y Luengo González E., 2012). El nodo central radica en deshacer los rígidos muros disciplinares para elaborar investigaciones más complejas a través de la colaboración. Sin embargo, respecto a los estudios de la calidad de la democracia se han generado fronteras excluyentes desde algunos representantes de la teoría política con otros de la ciencia política.

Del lado de la ciencia política existen algunos manuales que dejan ver que la apertura de ésta es flexible en el sentido de que tiene presente que se pueden estudiar los objetos y sujetos desde distintos enfoques y herramientas teórico-metodológicas, inclusive, provenientes de otras disciplinas. 

Por mencionar alguna referencia, en el libro, “Enfoques para el análisis político. Historia, epistemología y perspectivas de la ciencia política” de Rodrigo Lozada y Andrés Casas (2008, Colombia) se expone cómo cada enfoque da privilegio al interior humano, al entorno social, institucional, cultural y total; sin dejar de lado que los recursos analíticos provengan de distintas disciplinas, teorías y metodologías. Lo cual sugiere que la ciencia política no construye fronteras cerradas –habría que pensar todavía en los lugares geográficos en los que desde la disciplina se ha pensado el tema de la calidad de la democracia y, además, la particularidad de cada autor con su propuesta para explicar si son excluyentes respecto al trabajo colaborativo–.  

Por otro lado, la teoría política es una disciplina normativa. Luis Salazar Carrión propone que para entender la obra de algún autor hay que distinguir cinco aspectos analíticos: 1) los presupuestos histórico-culturales, 2) el modelo descriptivo que explica la realidad de su tiempo, 3) los valores defendidos por el escritor, 4) el modelo normativo propuesto por el autor y 5) el modelo práctico o la manera en la que se debe pasar de la realidad descrita a la deseada (2004: 22-23). Se trata de un ejercicio hermenéutico que se dirige a normar para dar paso a la construcción de un estado ideal. 

Sin embargo, el politólogo Cesar Cansino y el doctor en ciencia política Israel Casarrubias condenan a la ciencia política en lugar de tender un puente para trabajar colaborativamente –o de algún otro modo– con modelos de la calidad de la democracia

Los autores sostienen que los estudios de la calidad de la democracia no tienen como antecedente el debate sobre las transiciones, puesto que es resultado de un desarrollo político posterior a la Segunda Guerra Mundial y la experiencia nazi. Ambos consideran que la discusión del tema tiene como base: 1) transformaciones contemporáneas de la democracia –génesis larga– y 2) transformaciones recientes –génesis corta– (Cansino, Cesar y Covarrubias Israel; 2007: 11). 

En el primer eje, desde la ciencia política, se dio la necesidad de encontrar una definición procedimental de la democracia para generar certidumbre ante la guerra y el Holocausto. En el segundo tuvo lugar la crisis del Estado de bienestar y, con ello, cambios societales, subjetivos y políticos. En suma, se requería crear esperanza, pero, se vino abajo en los 70´s con la crisis, dando como resultado un desencantamiento democrático. Sin embargo, dentro de la génesis corta los autores no consideran la globalización y el neoliberalismo y dado que enuncian a su propuesta como “integral” entonces se tendrían que considerar estos dos procesos, pues Israel Homero Galán Benítez sostiene que la crisis del Estado de Bienestar se da a partir de los años setenta como consecuencia de cambios económicos y sociales, la globalización y el neoliberalismo como corriente política-ideológica (2009:338-339).

La crítica de Covarrubias y Cansino no se detiene ahí, pues el segundo autor en su texto titulado “Calidad de la democracia: paradojas de un concepto” sostiene que: “tal parece que la ciencia política se encontró con sus propios límites y casi sin darse cuenta ya estaba moviéndose en la filosofía. Para quien hace tiempo asumió que el estudio pretendidamente científico de la política sólo podía conducir a la trivialización de los saberes, que la ciencia política hoy se ‘contamine’ de filosofía lejos de ser una tragedia es una consecuencia lógica de sus inconsistencias. (…) Por todo ello, creo que el concepto de calidad de la democracia está destinado al fracaso si no se asumen con claridad sus implicaciones ideales. La ciencia política podrá encontrar criterios más o menos pertinentes para su observancia y medición empírica, pero lo realmente importante es asumir sin complejos su carácter centralmente normativo” (2006:132-133).

Frente a estas fuertes críticas, lo mejor sería encontrar el camino que permita articular a ambos campos con los estudios de la calidad de la democracia; sería ideal una propuesta que contemple dimensiones procedimentales, sustantivas y normativas. Una salida a esta problemática es la que enunció Morlino, politólogo italiano, quien tiene una actitud abierta para debatir implicaciones ideales. Para él, el concepto de democracia es normativo, pero el problema consiste en traducirlo para que todos desde diferentes ideologías y valores puedan, en cierta medida, retomarlo para sus propios estudios, “el reto esencial es esto: la traducción normativa, y después ver cómo de eso se puede hacer un marco analítico” (Morlino; 2015:1:32-1:38). La utilidad de esta propuesta radica en que ante los diferentes puntos de vista y concepciones de la democracia cualquiera, no importando su ideología, pueda analizar cuestiones-intereses específicos. 

Relevante resulta señalar que la crítica de Cansino y Covarrubias tiene como base algunos textos previos al 2007 de Leonardo Morlino. Sin embargo, el politólogo italiano ha reelaborado, ampliado y modificado su propuesta sobre la medición en 2014 y 2020 -así como en otros textos y espacios académicos-. Entonces, sería interesante revisar los avances hasta la actualidad de la teoría política en materia de la calidad de la democracia y pensar si ya existe esa apertura para trabajar en colaboración con la ciencia política. Si bien es cierto que el “método científico” es cuestionable respecto a su pretensión de “objetividad”, no por ello significa que los alcances de la teoría política sean integradores con la capacidad de entender la totalidad de los fenómenos. Quizá, lo mejor sea hermanar a la teoría política y a la ciencia política para construir mejores recursos y modelos que permitan medir, interpretar y prescribir sobre la calidad de la democracia en el continente y en el mundo –o al menos en las regiones donde se permita–. 

* Eduardo Cruz García

Licenciado en Lengua y Literaturas Modernas Alemanas por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, licenciado con mención honorífica en Ciencia Política y Administración Urbana por la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, estudiante de maestría en Sociología Política por el Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora. Se ha desempeñado como profesor en lengua alemana (A1-A2), y ha participado con ponencias nacionales e internacionales. Sus líneas de investigación son: el romanticismo alemán, la calidad de la democracia, movimientos sociales y memoria en México.