#LACÁBALA

Aparatchik forever

Para el líder civilista Salvador Nava fue la participación política de los ciudadanos la que estaba encima de colores y partidos. | Adriana Ochoa

Escrito en OPINIÓN el

Han puesto a la venta la casa del líder civilista Salvador Nava Martínez, fallecido hace más de tres décadas. Su viuda y compañera de lucha civilista, Concepción Calvillo Alonso, murió a los 105 años de edad en mayo pasado, reconocida más en el exterior que en San Luis Potosí como un referente de lucha democrática.

Desde la muerte del doctor Nava, una y otra vez se diagnosticó el fin del navismo. Con ese tañer a difunto de la oficialidad y adversos, Conchita Calvillo tuvo el mérito de empujar a la realidad la ciudadanización de las autoridades electorales para la elección extraordinaria de gobernador en 1993; el esquema funcionó y más tarde se impulsaría la reforma electoral que permitió la alternancia en el país.

Las muertes del navismo diagnosticadas y cantadas una y otra vez, por voces de diferentes corrientes, se sucedían a la menor provocación que se tuviera a mano, en cada hecho que permitiera pergeñar un acta de defunción al gusto de quien quisiera emitirla, desde la creación del fallido Nava Partido Político, un disparate que el propio Nava no hubiera aprobado, hasta la derrota electoral del nieto, Xavier Nava Palacios, con el registro de y uso político de Morena.

Mientras el movimiento que inspiró su marido entraba en una fase de estancamiento y lenta dilución, la viuda de Nava buscó otros escenarios de trabajo por los valores democráticos y el respeto a los derechos que le ganaron el reconocimiento de distintos movimientos sociales en el país, sobre todo en el trabajo de pacificación de Chiapas.

El suyo, como el del doctor, fue un activismo sin estridencias, socialmente congruente y con la dignidad humana como eje. Si eso es el navismo al que mil veces le han cantado el acta de defunción, el de la conciencia civil alerta y en pie, el del respeto al otro y la defensa del derecho ante los excesos, no tendrá San Luis suficientes lágrimas para tanto desconsuelo porque estúpidamente estaremos entonando nuestro propio réquiem como ciudadanos.

A esa casa hoy en venta, en la calle de Arista, acudieron alguna vez un presidente de este país, gobernadores, intelectuales como Enrique Krauze o Adolfo Aguilar, activistas y figuras de oposición como Cuauhtémoc Cárdenas y don Samuel I. del Villar. De la ideología que fueren, el reconocimiento era el mismo: congruencia, respeto y estatura.

Hace unos años, un empresario potosino que se fue a residir fuera del país un tiempo, regresó sólo para enterarse con asombro que en San Luis un gobernante, del nivel que sea, puede acumular una pillería documentada tras otra sin que pase por lo menos una nota de amonestación de una grisácea y cauta contraloría pública. Que el moche se estableció con todos sus reales en las autorizaciones votadas en el Congreso o en los cabildos.

Le sorprendía a este potosino retornado que los detalles de las trácalas se hagan públicos en medios y con una “explicación” peor articulada baste para dejar pasar el tema. 

Los cochineros con recurso público hace años que terminan sepultados en “acuerdos” entre partidos para hacerse de la vista gorda y dejar que cada quien pueda asar su sardina en paz. Con todo y que el empresario en comento nunca fue partidario del navismo como movimiento de participación política, reconoció: “Qué falta hace el navismo que salía a la calle y denunciaba, por lo menos eso”.

Nava, a diferencia de los partidos, no promovía la búsqueda prioritaria del poder. Para Nava fue la participación política de los ciudadanos estaba encima de colores y partidos, un avis rara en un país de políticos a quienes los electores les importamos muy poco una vez que ya votamos.

Cuando a esos partidos se les agota su nómina de figuras y ven peligrar sus posibilidades en una próxima cita electoral, les da por ofrecer “candidaturas ciudadanas” a personas sin militancia, o a externos, pero potencial de aprobación de sus conciudadanos que pueda capitalizarse en votos. El “cobro” posterior por el registro suele derivar en una franca extorsión inacabable, tipo prestamista colombiano.

Si va a alcalde, el partido le impone toda la planilla para hacerle rehén de un cabildo. La burocracia del partido exige puestos para su “estructura” de platilleros, oficiantes del enredo, masajistas del ego y parientes inempleables. No es todo, también impondrá al “contratista” que habrá de hacer las obras, abastecer la papelería, proveer los materiales, surtirá medicamentos o apoyará “la imagen” con un par de portalillos web petarderos con menos seguidores que una secta de terraplanistas.

Ah, por si fuera poco, el “derecho de registro” (derecho de piso vulgar) no incluye que las bancadas del partido te apoyen en el Cabildo o en el Congreso, porque eso tiene un costo adicional. Que algún día nos la platiquen para confirmar datos al menos un par de potosinos que han llegado a la alcaldía capitalina con registros de institutos políticos a los que no pertenecen, incluido el actual, Enrique Galindo, un priista que llega al cargo con votos del PAN. O Xavier Nava Palacios, el nieto del doctor Nava.

Y si el ajeno se rebela y quiere ir más allá de donde su arrendador se lo permite, terminará como disidente. Las burocracias partidistas, los “aparatchik”, nunca se equivocan, aunque en un breve periodo de tiempo digan una cosa y su contraria. Su éxito es instaurar una forma de medrar con la participación política, un camino al erario o a las nóminas para él y todos los que sintonizan con su pericia conspirativa.

El “aparatchik” de turno, el funcionario del partido a tiempo completo, declara el abandono del malagradecido y no se baja del macho así se hunda el mundo porque la prioridad siempre es “¿qué hay de lo mío?”.

Si el civilismo potosino de Nava se acabó con su muerte o con la de su viuda; o se acaba con la venta del que fue su domicilio, es un alegato interminable. Las personas y las cosas tenemos un principio y un final. El doctor y Conchiita vivieron intensamente su ciudadanía y concluyeron su ciclo vital.

Lo verdaderamente trágico es que los gobiernos y los partidos aletarguen manipulen o extirpen el sentido de alerta y defensa de nuestros derechos ciudadanos. Si es ese civilismo el que se ha extinguido en San Luis, estamos muertos todos y nadie ha tenido la piedad de hacérnoslo saber.