OEAN VUONG

En la Tierra somos fugazmente grandiosos

“En la tierra somos fugazmente grandiosos”, es la primera obra en prosa de Ocean Vuong, una larga carta a su madre que nunca va a leerla porque está muerta. | María Teresa Priego

Escrito en OPINIÓN el

“Pero sólo una madre puede andar con el peso de otro corazón latiendo”: Ocean Vuong, “Cielo nocturno con heridas de fuego”.

“En la tierra somos fugazmente grandiosos”, es la primera obra en prosa de Ocean Vuong, una larga carta a su madre que nunca va a leerla porque está muerta. Una madre campesina vietnamita, que nunca aprendió a leer y que aún si hubiera aprendido en la tierra de sus orígenes, ¿cómo leer en esa lengua de su exilio con la que nunca pudo y en la que escribe su hijo?  “De niña viste, desde un platanar, cómo se derrumbaba tu escuela tras un ataque norteamericano con napalm. A los cinco años, nunca volviste a pisar un aula. Nuestra lengua materna, por tanto, no es madre en absoluto: es huérfana”.  

Hace muchísimo tiempo que no me encontraba una escritura como la suya. Íntima, poderosa. Finísima como un bisturí. Hace tiempo que no lloraba leyendo una historia: la de una madre y un hijo. La de la desdicha de la madre fugitiva de la guerra de Vietnam. Agotada por las jornadas en el trabajo. Inserta en un mundo –el de su refugio en Hartford, Connecticut– que le era tan ajeno. Una madre con intempestivos arranques de violencia contra un hijo al que adoraba. La misma que un fin de semana se arreglaba como para una fiesta y tomaba a su hijo de la mano para recorrer por horas un centro comercial y comprar, alguna vez, una cajita para compartir, lujo de lujos: seis chocolates Godiva. 

La madre que le dijo que tenía que aprender muy bien esa lengua del país de acogida y aprender a defenderse, porque ella no tenía las palabras para defenderlo ante los abusos de los niños de su escuela. Ocean aprendió a defenderse en inglés y a defenderla a ella: “Aquella noche me prometí a mí mismo que nunca me quedaría sin palabras cuando necesitaras que hablara por ti. Así que empecé mi carrera como intérprete oficial de nuestra familia”. Y a cuatro años de la muerte de su madre, Vuong sigue siendo su “intérprete”. “El tiempo es una madre” fue el libro de poemas que escribió para intentar transitar su pérdida. Este maestro de la lengua solo pudo aprender a leer hasta los 11 años. Por allí escriben que quizá padece dislexia. Quizá. Qué difícil habrá sido para un niño dominar un arte que su madre y su abuela, a las que tanto amaba, no dominaban. Qué difícil habrá sido superarlas. Madre y abuela apasionadas narradoras de historias, guardadoras de la tradición oral. 

Ante tantos temores del niño, la madre exorcizaba su miedo con palabras: “mira los pájaros, mira los árboles”, “que bonito olor del cielo” y lo hacía olvidarse de que alguien había sido asesinado en su barrio y la sangre aún cubría la banqueta, por ejemplo. “?Te estoy escribiendo desde dentro de un cuerpo que un día fue tuyo. Lo cual quiere decir que te estoy escribiendo como hijo”. Ocean, su madre y su abuela esquizofrénica. Un padre golpeador que terminó arrestado por la policía después de darle una paliza a su esposa. Un padre –afortunadamente– ausente. Ocean y su madre en una relación simbiótica. De violencias y de infinitas ternuras. “Tu madre no normal, cierto. Ella dolor. Ella duele. Pero te quiere, nos necesita... Pero ella enferma como yo. Del cerebro”, le dijo alguna vez su abuela. La migración de las mariposas monarca, nos cuenta, tantas de ellas no llegan a su destino. Nadie sabe qué sucede, dejan de volar. Mueren: “?Basta una noche de helada para matar a toda una generación. Vivir, entonces, es una cuestión de tiempo, de momento oportuno”. 

La poesía de Ocean capaz de narrar con belleza las escenas más devastadoras. El arrebato de violencia de la madre cuando su hijo irrumpe “jugando a la guerra”: “Yo era un chico norteamericano imitando lo que había visto en la televisión. No sabía que la guerra estaba aún dentro de ti, que –para empezar– había habido una guerra, y que una vez que entra en ti ya nunca te abandona”. La madre trabaja en un salón de manicure y pedicure. Le gustaba escuchar a Chopin, de repente, escondida en el armario del cual su hijo iba a rescatarla. El amor desesperado de Ocean por su madre. Su manera de cuidarla y entenderla, a veces, a pesar de sí mismo: “La vez del cuchillo de cocina... el que cogiste y luego dejaste donde estaba, y dijiste en voz baja, temblando: ‘Fuera de aquí. Fuera de aquí...’No soy un monstruo. Soy una madre’... ‘No eres un monstruo’ –dije–. Pero mentía. Ser un monstruo es ser una señal híbrida, un faro: a un tiempo refugio y advertencia. Pero también lo soy yo, y por eso no puedo apartarme de ti”.

La llegada del amor. Trevor. El adolescente estadounidense con una madre ausente y un padre alcohólico. El compañero con quien descubrió la amistad, la sensualidad, la sumisión y las drogas. Trevor se inyectaba heroína. Salía y recaía, hasta que un día, cuando Ocean ya estudiaba en la universidad, murió de una sobredosis. Como tantos de sus amigos, cuenta Ocean. Va recorriendo las calles y reconoce los hogares donde vivía esta familia y la otra y en cada vuelta de esquina una tragedia. Eran los barrios de migrantes, los de la exclusión y la pobreza. Jóvenes racializados, fuera de los circuitos de oportunidades. Difícil salir de allí. Traer tanto dolor a cuestas. ¿Quién soñó lo suficiente para hacerlo? ¿quién tuvo la suerte, la oportunidad, la fuerza? Ocean logró liberarse de su adicción. Tiene la escritura y su pasión por la memoria. Reconstruir fragmentos, escenas. 

Aquella tarde con Trevor en un granero. Su mamá y él llenando –como nunca– el carrito en un día de baratas en el supermercado. La sensación de riqueza porque el carrito desborda. La cicatriz como una coma en el cuello de Trevor. Él y su abuela recorriendo con masajes el cuerpo de la madre después del trabajo. Su madre mirando a las rosas y diciendo con orgullo: “esa soy yo”, porque la abuela eligió para ella el nombre de una flor. Y Ocean dice que todo lo bueno sucede porque una/o busca la belleza. Y que de eso se trata la vida: descubrir esa belleza de lo nimio, de lo cotidiano. El deslumbramiento de la belleza y aferrarse a ella. “Hay tantas cosas que quiero contarte mamá”. Una escritura magnífica que nos agita y lo salva. La memoria recrea, reinventa, hace malabares, elige, ayuda a sanar. “Porque tú recordabas/ y la memoria es una segunda oportunidad”.