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¿Violencia simbólica?

La violencia simbólica puede derivar en violencia física… o contribuir a resolver situaciones de injusticia. | José Antonio Sosa Plata

Escrito en OPINIÓN el

La quema de una figura que representaba a la ministra Norma Lucía Piña, al finalizar el evento en el Zócalo el pasado 18 de marzo, es una acción que no se debe minimizar. Se trata de un suceso capaz de generar consecuencias que no solo ponen en riesgo su vida, sino que inciden en el clima de violencia que se vive en diversas partes del país.

A este tipo de expresiones se les conoce como violencia simbólica. Se les enmarca en cualquier relación de poder, tanto a nivel interpersonal como colectivo, y se les utiliza como parte importante de las estrategias políticas y de comunicación, particularmente en contextos de desequilibrios por parte de quienes dominan o son dominados.

Las reacciones de condena fueron muchas y se justifican plenamente. Sin duda, con la quema de la figura hubo una expresión evidente de misoginia y violencia política de género. En el mismo sentido, el conflicto que está detrás de la acción afecta, como ya lo señaló la Suprema Corte de Justicia de la Nación, el ejercicio de pesos y contrapesos entre los poderes de la Unión.

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La violencia simbólica siempre ha existido. Sin embargo, el concepto es reciente y se le atribuye a Pierre Bourdieu (1930-2002), sociólogo francés, considerado uno de los intelectuales más influyentes del siglo XX. Aunque las características con las que se expresa este tipo de violencia son variadas y profundas, desde su perspectiva el ejercicio del poder simbólico es capaz de sustituir el recurso de la violencia física.  

De acuerdo con Bourdieu, la violencia simbólica puede convertirse en “un poder legitimador que suscita el consenso, tanto de los dominadores como de los dominados”. Esto se explica porque este tipo de violencia, muchas veces encubierta o aceptada socialmente, supone “la capacidad de imponer la visión legítima del mundo social y de sus divisiones”, sin que por ello esté exenta de “múltiples paradojas”.

Consulta: J. Manuel Fernández. "La noción de violencia simbólica en la obra de Pierre Bourdieu: una aproximación crítica". España: Cuadernos de Trabajo Social, Volumen 18, 2005, pp. 7-31.

En un extremo, la violencia simbólica se manifiesta en la comunicación política a través del reforzamiento de estereotipos, asumidos como “normales”, pero que solo proyectan situaciones de desigualdad, discriminación o inequidad. Veamos un ejemplo. El fenómeno de “normalización” de la violencia contra las mujeres se seguirá arraigando en la cultura mientras no se respete a cabalidad el orden jurídico y se atiendan en serio las causas de la protesta social.

En el otro extremo, se considera violencia simbólica la que ejercen las y los manifestantes que derriban, queman o pintan los monumentos dedicados a esclavistas y genocidas. Bajo esta premisa, lo mismo se puede decir de las acciones emprendidas por algunas mujeres, quienes han tenido que recurrir a este tipo de violencia en sus manifestaciones de protesta como consecuencia del silencio, omisión o ineficacia de las autoridades en el respeto a sus derechos humanos.

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Aún más. Si en el espacio público se dirimen muchos de los conflictos e interacciones entre los grupos de poder, es comprensible y recomendable que la violencia simbólica se ejerza, entonces, no solo desde la posición de quienes dominan. Los dominados —o quienes están en situación de desventaja— también tienen la legitimidad y el derecho para ejercerla.

Con base en lo anterior, hay que reconocerlo, la violencia simbólica es un recurso útil y necesario para la justicia, pues tiene el potencial de reducir las brechas de desigualdad e inequidad. Por eso, la violencia simbólica y la lucha por la justicia no necesariamente están separadas. El problema se presenta al no poderse diferenciar, con claridad, los criterios jurídicos o éticos cuando se decide sancionarla.   

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Dicho en otras palabras. Mientras el uso de símbolos por parte de las élites de poder enfatiza, impulsa o justifica las relaciones de dominación, para los grupos en situación de desventaja puede ser un instrumento legítimo en su lucha por la justicia. En una y otra situación, siempre será preferible proceder de esta manera, ya que la violencia simbólica también tiene la capacidad de evitar o inhibir la violencia física. Pero hay que establecer reglas y límites.

Si seguimos con la línea de pensamiento de Bourdieu, el poder simbólico se ejerce de mejor manera cuando se cuenta con la colaboración, la aceptación irreflexiva o sin ninguna resistencia de quienes se encuentran en situación de desventaja. Pero no siempre se logra. De ahí la importancia que ha adquirido este recurso en las estrategias de comunicación política modernas.

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Por todo lo anterior, la violencia simbólica es un recurso de dos vías. Lo mismo es útil para quien domina que para quien es dominado. La diferencia está en que el primero tiene un mayor conocimiento sobre las técnicas y más recursos para ejercerlo. De ahí la importancia que representa para el segundo explorarlo más y recurrir a ésta herramienta manteniéndose dentro de los límites éticos y jurídicos que el escenario político le impone.

Además, la presencia de la violencia simbólica en las estrategias no debe ser subestimada porque produce efectos reales sobre las personas. Sin exagerar, a veces pueden ser más efectivos y contundentes que los generados por la violencia física. Por lo mismo, lo recomendable es que siempre se pongan límites. Otro ejemplo: quemar la imagen de cualquier persona, siempre es intolerable.

Recomendación editorial: Pierre Bourdieu. La eficacia simbólica. Religión y política. Buenos Aires, Argentina: Editorial Biblos, 2009.