CRISTINA PACHECO

Cristina Pacheco, una hoja brillante

Cristina Pacheco hacía que los ojos de sus entrevistados brillaran. | Manuel Fuentes

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De niño, me gustaba recoger las hojas de todas las tonalidades que caían de los árboles. Las guardaba en medio de algunos libros o entre las páginas de mis cuadernos para preservarlas. Pasaban varios meses y, al verlas de nuevo, me estremecía encontrarlas con una belleza sin igual.

Había otras hojas brillantes que miraba de lejos, que se sujetaban fuertemente a esos árboles y parecían nunca caer.

Cristina Pacheco era de esas hojas altas que nunca caían. Allí llegaban pájaros celestiales, orugas que se transformaban en mariposas de mil colores cuando apenas tocaban esas hojas que les daban vida, voz, alegría y esperanza.

A pesar de que Cristina Pacheco vivía en el árbol más bello, desde ese espacio podía conversar con los olvidados, con los que nadie volteaba a ver. Nos hacía mirar que los de abajo, los humildes, los desempleados, los niños de la calle, las mujeres trabajadoras son los seres más apasionantes en esta tierra en que vivimos.

Cristina Pacheco nos enseñó que los de abajo no viven en el sótano de la vida, sino en esos espacios de gran altura donde se refugia la templanza, la fortaleza y la pasión para enfrentar la adversidad diaria.

Ella tenía el nombre más bello cuando se escuchaba, cuando se leía, cuando otros le llamaban, cuando le gritaban, le murmuraban o le decían con una sonrisa: Cristina.

Vivía en ese árbol cubierta de un gran corazón que latía y que por todos los rumbos se escuchaba. Los seres que otros miraban pequeños, ella los hacía verse de su tamaño real: grandes y excelsos.

Voces que otros no escuchan, Cristina Pacheco las oía como a un coro de cientos de ángeles; a los seres invisibles los sacaba de esa cueva oscura para que fueran admirados por su entereza. Hacía que los ojos de sus entrevistados brillaran.

¿Cómo le hacía para conectarse con un niño de la calle, con una costurera, con un desempleado, con mujeres en apuros?

¿Cómo lograba esa mujer maravillosa, Cristina Pacheco, penetrar en la sensibilidad más íntima de sus entrevistados?

Las raíces de sus padres y abuelos campesinos la hicieron sabia de la tierra y de su tiempo.

Tuve que subir al árbol donde habitaba esa hoja brillante para releer su libro Los trabajos perdidos, en el que compila algunas entrevistas con esos seres que algunos llaman olvidados, y donde confesó:

“Allí dejamos algo de nosotros mismos y nos llevamos parte de quienes, por desconocidos y ajenos que parezcan, podrían ser nuestro espejo y nuestra sombra”.

Ella decía que ser periodista no era un trabajo, era su vida. El estar junto a sus entrevistados desde 1978 en su programa de Canal 11, “Aquí nos tocó vivir”, y escribir semanalmente en el diario La Jornada su “Mar de Historias”, era su magia.

Quienes la veían en su programa de televisión o leían su relato semanal cada domingo, se transportaban en una especie de vehículo que te hacía reír, llorar, indignarte, tener esperanza, admirar a las personas más increíbles, a los artistas, a los científicos, a los que barren la tierra y la purifican, a los más pobres que destilan riqueza por todas partes.

Cristina Pacheco daba voz a las mujeres olvidadas, vejadas, explotadas laboralmente, a las que sufren al dejar a sus hijos para cuidar ajenos, a las que cocinan grandes viandas para otros y que apenas prueban las sobras. A las que van con sus zapatos desgastados de un lugar a otro para atender a personas que ni su nombre completo conocen.

Cristina Pacheco tomó el primer apellido de su compañero de vida, José Emilio, extraordinario escritor de todos los tiempos, por un gran amor hacia él. Así invisibilizó sus apellidos, Romo Hernández; pero ocurrió todo lo contrario, ella brilló más que nadie, con una luz propia impresionante.

Su muerte física ocurrió en la madrugada del 21 de diciembre de 2023, pero la hoja donde habitaba en ese frondoso árbol brilla más que nunca, cubierta por su enorme corazón que sigue latiendo con fuerza.

Cristina Pacheco sigue protegida por esos seres apasionados que aprendieron con ella a tener voz, ser visibles, a rescatar su dignidad abrazándola por siempre.

 

Manuel Fuentes

@Manuel_FuentesM