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#8M: A mi mamá

No creo que solo siendo mamá puedo entender o ser empática con mi madre. | Fernanda Salazar

Por
Escrito en OPINIÓN el

Por un feminismo que nos permita encontrarnos. 

Las posturas políticas están inextricablemente vinculadas con nuestras experiencias de vida que, a su vez, marcan nuestras formas de comprender y habitar el mundo. También es cierto que el cambio es constante, porque la vida misma nos obliga a movernos, a expandirnos, a reinterpretarnos y a reiterpretar a otres, a reajustar nuestros parámetros. También nos da la oportunidad de perdonarnos, perdonar y pedir perdón. 

A finales del año pasado cumplí 40 años y hace unos días mi madre cumplió 60. A mi edad, mi mamá tenía a mi hermano graduado de la universidad, a mi en la universidad y a mi hermana adolescente.

Elia, mi mamá, le dedicó toda su juventud a nuestro cuidado. A pesar de haber estudiado para ser educadora preescolar, eligió estar para nosotros de tiempo completo: llevarnos y traernos de la escuela, permitirnos hacer cada día durante años las actividades que nos gustaban, darnos de comer todos los días a pesar de nuestros remilgos, cuidarnos cuando nos enfermábamos, vernos crecer, conocer nuestro carácter… todo eso que hacen muchas mamás, pero en tiempos en que los roles de género eran aún más marcados, y en los que la protección de las mujeres en la vida privada y pública era mucho más limitada o, en algunos sentidos, inexistente. 

Desde pequeña, creciendo en un hogar atravesado por la reproducción de formas patriarcales de relacionarnos, sentía muchas incomodidades y enojos por los roles establecidos. En mi limitada comprensión, sabía que había cosas que no eran justas en lo privado y en lo público. Por supuesto que yo no era -como no lo es nadie- inmune al patriarcado. En aquella interpretación de lo que me rodeaba, compré la narrativa de que dedicarse a lo que se dedicaba mi mamá, es decir, a los cuidados, tenía poco valor. El valor estaba en trabajar. Porque, claro, las tareas domésticas no podían ser un trabajo si no venían con un ingreso. 

Así, crecí en una relación compleja con mi madre; marcada por eso que suele suceder en las relaciones entre mujeres en un sistema patriarcal: la falta de reconocimiento, la dificultad de conversar profundamente y vulnerarse, la crítica implacable propiciada también por el dominio de parámetros de validación masculinos.   

Por muchos años rechacé la idea de seguir un camino que me parecía tan ingrato como el de cuidar de otras personas y quedarse en casa para ello. Esa interpretación, promovida en parte desde el feminismo hegemónico, fue mi primera aproximación a pensar la desigualdad de género. Y aunque con muchos sesgos, me sirvió como puerta de entrada a un interés genuino por entender más y mejor el papel del género en nuestras relaciones de poder, violencias y  desigualdades. 

A partir de ello he transitado, cuestionado, reflexionado individual y colectivamente. He aprendido de mucha gente a la que admiro para poder deconstruir mi propio contexto familiar, social y acercarme a otras realidades. Siempre a través del feminismo, pero hoy también a través de otros cuerpos teóricos y movimientos sociales. Siento urgencia por entender mejor y vivir en ese constante movimiento de teoría y praxis.

En ese larguísimo proceso, mi manera de ver a mi mamá, de verme a mi y de entender nuestra relación para seguirnos transformando, es afortunadamente muy distinta.

No creo que solo siendo mamá puedo entender o ser empática con mi madre. Creo que las personas necesitamos, siempre, la curiosidad para querernos ver más allá de lo inmediato, así como el compromiso para hacerlo desde la vulnerabilidad, el reconocimiento, la empatía y la compasión mutuas. Para mi, el feminismo ha sido ese camino. En años anteriores he marchado con mi mamá, no solo el #8M sino en otras conmemoraciones.

Hace poco la entrevisté para un proyecto personal. Escuchar de su voz partes de su vida que probablemente muy pocas veces ha platicado, fue un regalo que solo podría haber sucedido después de todos estos años de intentar acercarnos. 

Hoy, a mis 40 años, veo plenamente la potencia transformadora de los cuidados, evitando caer de nuevo, como dice Bellhooks, en una romantización que perpetúe roles y estereotipos, pero creyendo profundamente que centrar nuestra vida y la de otres desde el placer y la interdependencia, nos puede llevar a cambios sistémicos. Y hoy, a sus 60 años, Elia trabaja en una escuela como la gran educadora y psicomotricista que es.

Lo personal, es político. #8M