VIOLENCIA CONTRA LAS MUJERES

Tres décadas de políticas para garantizar una vida libre de violencia

El próximo año se cumplirán treinta años de la Declaración de Naciones Unidas contra la violencia hacia las mujeres. | Teresa Incháustegui Romero

Escrito en OPINIÓN el

A propósito de los dieciséis días de activismo para erradicar la violencia contra las mujeres, que como cada año inician el 25 de noviembre, cabe hoy hacer un recuento de los esfuerzos, avances, buenas prácticas y resistencias que se encuentran en el camino para lograr desterrar los horrores y la crueldad de la violencia que en variadas formas se cierne sobre las mujeres hoy día. 

Comenzaré diciendo que el próximo año se cumplirán treinta años de la Declaración de Naciones Unidas contra la violencia hacia las mujeres. Cuando se reconoce que la violencia que se ejerce sobre las mujeres casi desde que nacen en los peores casos, se debe a la desigualdad y discriminación basada en el hecho de ser mujeres.  Por el hecho de ser mujeres, se las priva de la vida al nacer en algunos países; se las mutila genitalmente en otros; se las apedrea o se las incendia junto con el cadáver de sus difuntos maridos en otros más, y se las violenta y asesina por sus parejas y exparejas, en casi todo el mundo. 

En los países occidentales, desde Europa a las Américas durante estas tres décadas, hemos visto la emisión y proliferación de legislaciones administrativas y penales, normas técnicas, protocolos, modelos, lineamientos y todo género de herramientas y medios para hacer posible el acceso de las mujeres agredidas a servicios de apoyo, medios de justicia y reparación.   

El conocimiento y la experiencia desarrolladas en todos estos años por las actoras y actores involucradas en el abordaje de la violencia: organismos internacionales, organizaciones de la sociedad civil y, academia, en cuanto a las formas, frecuencia, recurrencia, riesgos, efectos de sus diversas modalidades sobre los diferentes grupos de mujeres: según sus edades, clases sociales, raza, étnica, religiones, según la región o los territorios donde viven o transitan; según condiciones de discapacidad, migración; según existencia de conflictos armas, comunitarios, etc., es impresionante.  

De todo ese conocimiento reunido podemos decir que, en los organismos internacionales, el discurso en torno a la violencia contra las mujeres y las niñas, ha pasado de enfatizar las causas estructurales de la violencia: la desigualdad y la discriminación histórica de las mujeres, para abordar factores tanto micro como macrosociales que apuntan a las fallas de las democracias o, las deficiencias del desarrollo, que fortalecen la desigualdad de trato y oportunidades de las mujeres vis a vis los hombres. Se apunta a las deficiencias en la socialización,  las desviaciones sociales, la pobreza, la ignorancia y, el atraso, como factores que hacen persistir a los resabios del patriarcado.  

Bajo este discurso, el desarrollo capitalista y la democracia son indispensables para la transformación de las normas sociales y el desarrollo personal, social y económico de las mujeres. Estas formulaciones del problema empatan el discurso feminista de los organismos internacionales con las recetas desarrollistas que promovieron fallidamente el proceso de modernización en América Latina durante más de treinta años (1950-1980) hasta la llegada del neoliberalismo. 

Este discurso que se ostenta muy plausible, está sin embargo seriamente desafiado por movimientos como #MeToo, “Ni Una Mas” o “Ni Una Menos”, que han atravesado por todos los países europeos, nórdicos, las Américas, Asia y los países islámicos, donde las movilizaciones de mujeres jóvenes que se produjeron entre 2008 y hasta 2020, dieron cuenta de que si bien la discriminación y violencia impactan desproporcionada y brutalmente en las vidas y dignidad de mujeres, adolescentes y niñas, especialmente de páises y regiones precarizados, en ninguna democracia occidental las mujeres estan exentas de este flagelo. De modo que hoy por hoy la violencia basada en el género (VBG) es una experiencia común de las mujeres en todo el mundo, de suerte que las jóvenes entre 15 y 29 años son sin duda, la primera generación mundial de mujeres que experimenta y siente esta violencia como un hecho cotidiano, que las hermanas más allá de todas las diferencias posibles entre ellas.

Se reconoce también que hay situaciones y contextos que agudizan e interconectan las diversas formas de VBG: conflictos armados, criminalidad, migración, son factores que agudizan y hacen transitar las violencias basadas en el género a manifestaciones más complejas de crueldad, muerte, despojo, desapariciones, ejecuciones, etc., donde las jerarquías del género se actualizan y entrecruzan en los actos de subordinación, dominio, castigo, cobros. Pero también en los cálculos de ganancias de los grupos criminales.   

En contraste con la complejidad, diversificación de la violencia y, a contrapelo del conocimiento, estudios, legislación y metodologías desarrolladas, los recursos, la eficacia y el compromiso en torno a la capacidad de atención, procuración de justicia y reparación que proveen los gobiernos e instituciones, parecen lentos, cuando no fallidos. De modo que a la violencia diversa, creciente y ubicua que las mujeres experimentan en ámbitos públicos, comunitarios o privados por parte de agresores individuales o colectivos (bandas, pandillas, agrupaciones  armadas, por caso) se agrega la violencia institucional del estado, de organizaciones escolares, empresas, clubes deportivos, comunidades artísticas o científicas, etc., insensibles, inermes o poco comprometidas con la erradicación y atención del problema.

En la persistencia, extensión y normalización de las violencias contra las mujeres y las niñas  (violación/feminicidio, secuestros, desapariciones, trata) se incumplen las obligaciones de garantizar acceso a la justicia, protección debida, reparación. La VBG se suma a la violencia social de anómica y la violencia institucional que hace de la impunidad una norma. En este punto toca entonces volver, dejar por un momento de mirar las ramas para concentrarnos en la raíz: el origen de la violencia es político, se origina en la desigualdad de poder entre mujeres y hombres. Por ello es preciso recolocar al feminismo como sujeto político, levantar la voz y la movilización por la igualdad sustantiva y emparejar el piso de una vez por todas.