8M 2024

Ser mujer y migrante; "Me siento guerrera, porque luché de Nicaragua hasta aquí"

Ser mujer, ser migrante y dormir en las calles. Esta es la historia de Marina, nicaragüense que pasará el Día Internacional de la Mujer en CDMX, en su camino hacia EU

Créditos: Creada con IA | LSR
Escrito en METRÓPOLI el

Afuera de la Casa del Migrante Cuauhtémoc, en la colonia Juárez, Marina barre la banqueta para mantener aseado el perímetro de su casa de campaña. Este 8 de marzo no sólo conmemorará el Día Internacional de la Mujer, también se cumplen tres meses desde que salió de su país.

Su sueño es llegar a Estados Unidos y encontrar un trabajo que le permita darle una mejor calidad de vida a su hija de 19 años, quien lleva el mismo nombre que ella y a quien tuvo que dejar en Nicaragua, su tierra natal.

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En el campamento que se extiende sobre la calle Roma, Marina ha encontrado una familia provisional compuesta por otras seis mujeres, una de ellas embarazada, con quienes ha formado lazos de amistad: cocinan, hacen el aseo, platican, se brindan apoyo psicológico y se cuidan unas a otras mientras esperan obtener una cita migratoria en la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos.

Marina, de 38 años, abandonó Nicaragua hace tres meses. Salió huyendo del régimen autoritario de Daniel Ortega y de una economía que le auguraba un futuro incierto para ella y para su hija.

Tanto Marina, como el resto de las mujeres migrantes, enfrentan una doble vulnerabilidad en el camino: ser migrante y ser mujer. Marina recuerda que parte de las anécdotas que escuchó en el camino hacia México era sobre compañeras víctimas de abuso físico y sexual.

“A compañeras las violaron, las golpearon, pero gracias a Dios me sentí guerrera, porque luché desde mi país hasta aquí. Pues se sufrió un poquito, pero aquí estamos con la gracia de Dios”.

La travesía de una mujer migrante

El 8 diciembre de 2023, Marina tomó la decisión de abandonar su país. Se despidió de su hija, le dio la bendición y partió rumbo a Honduras, después a Guatemala, donde pernoctó tres días en la casa de su prima. En Tecumán tuvo que pagar 100 dólares para cruzar en balsas por el río para llegar a la frontera con Tapachula.

En condiciones de incertidumbre y cansancio, Marina continuó su camino por Tuxtla Gutiérrez, Tonalá, San Pedro, La Ventosa, Salina Cruz y finalmente Nochixtlán, desde donde tomó un autobús a la Ciudad de México.

En su travesía, Marina se encontró con mujeres migrantes embarazadas y con hijos.

“Había mujeres embarazadas que ya no podían caminar, también con niños. Familias que ya no tenían dinero, se quedaban varados en los puentes, era peligroso que los secuestraran”.

El recuerdo que Marina mantiene vivo del país que la vio crecer, y que se convirtió en el motivo de su salida a Estados Unidos, es el de un Estado asfixiado por la represión contra estudiantes. En 2018, cuando estallaron las protestas contra el régimen orteguista, cientos de universitarios fueron encarcelados, reprimidos y torturados. Medios nacionales reportaron el asesinato de, al menos, 45 estudiantes entre abril y septiembre de 2018. “Abandoné Nicaragua por el régimen. Actuó bastante contra los estudiantes, hace poco quería formar jóvenes para la guerra. Había bastante represión”.

Cuando Marina llegó a México, se enteró, por medio de otros migrantes, de la existencia del albergue migrante en la colonia Juárez. Durmió en la Casa del Migrante Cuauhtémoc durante 15 días, pero prefirió salirse debido a los tratos del personal.

“Yo estuve quince días en el albergue. A una la sacan a las 7 de la mañana y a las 3 de la tarde es la entrada. No hay muchos beneficios. No podemos exigir porque somos migrantes. En el albergue no tenemos muchas posibilidades porque ahí lo sacan a uno, no te puedes bañar más que una o dos veces a la semana. No hay para cargar los teléfonos”.

En la calle, tanto Marina, como sus compañeras migrantes, han sido víctimas de agresiones verbales por parte de transeúntes y autoridades, quienes han intentado retirar el campamento.

Aquí nos han intentado correr. El sábado nos intentaron sacar de aquí. Nos dijeron que iban a lavar y después nos dijeron que no nos podíamos poner, les dijimos que dónde íbamos a dormir. Lo difícil ha sido no dormir debajo de un techo, pero es la gran necesidad que tenemos los migrantes para salir adelante por nuestra familia (…) No hacemos desorden, tenemos educación. La gente se nos queda viendo raro, nos arruga la nariz, nos avienta saliva. Todo eso lo ve Dios”.

Marina considera que todas las mujeres migrantes son admirables por la lucha que encabezan para salir adelante a pesar de los riesgos que hay en el camino.

“Somos luchonas porque luchamos por nuestra familia, por nuestros hijos, para darles un buen bienestar, para que estén bien, que no les falte su comida. Nos sentimos más guerreras que los hombres, porque avanzamos, se ven bastantes mujeres migrantes y los niños y las niñas también. Somos más guerreras que ellos, luchamos porque esa travesía es muy dura. Hay hombres que vienen solos, sin hijos y a ellos les vale, se suben al tren y llegan a la frontera”.

El 8 de marzo se cumplirán tres meses de que Marina abandonó Nicaragua y que dejó de ver a su hija. Con lágrimas y una sonrisa nostálgica, Marina le envía un mensaje:

“La amo, la extraño mucho, siempre me acuerdo de ella, le digo que sea una guerrera como yo.  Yo siempre quiero el bienestar para ella, no la quiero ver en perdiciones, la quiero ver siempre bien, aunque no esté conmigo. Tengo fe en que ella va a salir adelante”.

Marina desea participar el próximo 8 de marzo en la Marcha del Día Internacional de la Mujer. Señala que, probablemente, lo haga junto a su compañera hondureña, a quien conoció en el camino y quien tiene tres meses de embarazo: “Es un día para sentirnos felices, alegres. Han venido a invitarnos y si amanecemos con vida participamos”.

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