En 2012, Carly Rae Jepsen lanzó “Call Me Maybe” y, con ello, colonizó cada rincón del imaginario pop mundial. Era un hit irrefutable, viral antes de que lo viral fuera una estrategia de mercado o un hito en la vida de un desconocido que se olvidaría en dos semanas. Una canción que parecía inofensiva, pero que escondía un gesto de honestidad emocional tan puro que desarmaba cualquier intento de ironía.
Luego de tanto éxito, millones de reproducciones y presentaciones esperando el hit dorado, el mundo no estaba preparado para lo que Carly tenía en mente, pues en lugar de repetir la fórmula, tres años después llegó Emotion, un álbum que no le habló a las listas de popularidad ni a los canales de videos, sino que se deslizó suavemente por la industria, como una carta escrita a mano en la era de las notificaciones automáticas. No buscó atención, pero exigía ser escuchado, y lo que propuso no fue una simple evolución sonora, sino una reconfiguración del pop como lenguaje de resistencia, un retorno radical al centro de la emoción, al cuerpo, al deseo sin filtro ni cinismo.
Jepsen no cambió la historia de la música porque vendiera millones (de hecho, Emotion fue un fracaso comercial en su momento), sino porque plantó la semilla de una revolución que hoy florece en todas partes, y que influenció a creadoras tan potentes y prolíficas como el ideal plástico y transhumanista de SOPHIE Xeon, el universo conceptual del pop transgresor de Charli XCX, y el resurgir de las divas pop de los 2020’s. A partir de Carly Rae Jepsen el pop dejó de ser un producto y un estereotipo vacío, para transformarse en una trinchera desde donde las disidencias emocionales, sexuales y estéticas comenzaron a reescribir la historia.
Te podría interesar
El sonido como posibilidad: entre el 808 y las lágrimas
Emotion no se propuso romper con el pasado, sino reensamblarlo con una sensibilidad diferente. No es un disco que apele a la nostalgia barata y sensibilera de un concierto de covers o los remakes sin alma de Hollywood, sino un trabajo arqueológico que se propuso establecer un puente entre la época dorada de la producción musical y el trabajo moderno lleno de posibilidades tecnológicas y creativas.
Carly escarbó en el sonido del synthpop ochentero, en la épica emocional de las baladas de Madonna y en las texturas electrónicas del R&B noventero para convertir todo ello en materia viva, un documento que sentara las bases para un nuevo paradigma que no se quedara en una experiencia aislada y encumbrada en el ícono, como lo pudo ser David Bowie, Madonna o Michael Jackson. El 808 no es una cita retro, es un latido presente y los coros no son fórmulas, son súplicas elegantes; las melodías no decoran un retrato pop edulcorado y plástico, más bien enuncian las profundidades del alma moderna que se muere por ser amada.
Max Landis lo entendió bien en su ensayo A Scar No One Else Can See, donde analiza la obra lírica de Jepsen con un nivel de profundidad poco habitual para la crítica pop, que está más bien llena de aduladores y snobs que creen que resumir una obra es analizarla. Para Landis, Carly no canta simplemente sobre amor, sino sobre la imposibilidad de comunicar la intensidad de sentir:
“Ella no quiere que la entiendan, quiere que alguien sienta con ella”.
El pop, entonces, ya no es un espejo deformado de las emociones humanas, sino su espacio más honesto y vulnerable. En el mundo del algoritmo y la performatividad, la única relación honesta que se puede tener con la identidad y el ser es la que se arma a consciencia.
Somos lo que compramos y usamos en la superficie y ya no en el fondo, que se ha podrido y llenado de escenarios que no se distinguen de la ficción o del molde preformado que se nos impulsa a ser. El punk dejó de ser punk cuando llegó a los escaparates de Forever 21, pero el pop se convirtió en su espejo cuando rechazó las vitrinas y decidió romperlas para volver a llenarlas con una identidad ecléctica y totalmente cínica.
El pop como trinchera: cuando sentir se vuelve subversivo
En su libro La política de las emociones, Sara Ahmed sostiene que las emociones son construcciones sociales y, por lo tanto, profundamente políticas. Lo que sentimos (y lo que se nos permite sentir) está mediado por estructuras de poder. Por eso, cuando Carly Rae Jepsen se atreve a decir “Show me if you want me, if I'm all that. I will be that” no está haciendo una confesión naive, está desobedeciendo. La emocionalidad femenina ha sido históricamente deslegitimada (histeria, locura, inmadurez), y Carly Rae Jepsen convierte la sensibilidad en un arma que se enfrenta a los estatutos más inamovibles de la sociedad, que solo se permite sentir como una excusa y no como una normalidad.
Ese es, quizá, el gesto más punk de todos, porque si el punk setentero se construyó desde la furia, el ruido y la negación, el nuevo punk que representa Emotion se funda en la ternura, en la melodía y en la afirmación de lo que se nos ha dicho que es “demasiado”. Su esencia no grita, pero vibra con suavidad; no está enfocada en romper guitarras, pero desmantela estructuras e ideas asentadas en lo más profundo del fracaso social. El dolor, el deseo y el amor no son materia de burla ni de superación, sino de contemplación estética.
La sensibilidad con la que se construye Emotion también está fundamentada en la experiencia personal, pero también en la potencia que tiene para ser visto también como una experiencia universal, demostrando también que la capacidad y la posibilidad de sentir y de sentir demasiado sigue latente, que nada humano nos es ajeno y solo está esperando pacientemente a ser despertado, pero que eso también conlleva el dolor de reconocerse en el dolor de alguien más. El destape emocional de Carly Rae Jepsen es la llave que abre el cofre que más se ha encargado de enterrar la modernidad: su propia capacidad de sentir.
TAMBIÉN PUEDES VER:
Apple TV+ aumenta sus costos en México
Violencia y futbol mexicano: Directivos la "siembran" desde su cancha
La semilla que germinó la disidencia
Una década después, Emotion ya no es una anomalía. Lo que en su momento fue un cometa fugaz ahora es la primera página de un manifiesto, y su impacto se percibe en cada rincón donde el pop se ha permitido ser raro, queer, sentimental, irónico y devastador al mismo tiempo. SOPHIE Xeon, en Oil of Every Pearl’s Un-Insides (2018), llevó la emocionalidad abstracta de Jepsen a su máxima expresión sensorial: un disco de dolor y belleza inhumana que nace también de esa libertad que Emotion comenzó a habilitar. Charli XCX (una de las artistas que más han seguido la línea de CRJ) lo ha dicho con claridad: “Carly Rae Jepsen me hizo entender que el pop podía ser todo lo que yo necesitaba para hablar de mi caos”.
Esa línea de filiación no se traza desde lo estético únicamente, sino desde lo simbólico. Lo que Emotion enseñó es que el pop podía contener todas las contradicciones sin necesidad de justificar ninguna. Que el amor no debía ser redondo, que el deseo podía doler y que lo kitsch también es sublime; que no somos más que la representación fidedigna de lo que elegimos consumir y que eso es lo que nos hace decidir qué es lo que compartimos fuera de la duda infinita que nos ha colmado después de que el internet y la era de la información terminó por dejarnos menos iluminados que la era de las cavernas.
En Ways of Seeing, John Berger explicaba que “la forma en que vemos las cosas está condicionada por lo que sabemos o creemos”, y lo que creíamos saber del pop en 2015 era que era frívolo, descartable y superficial. Lo que Emotion hizo fue abrir los ojos de una generación que decidió apropiarse de esa supuesta banalidad y convertirla en un campo fértil de significación política y afectiva.
El culto a Carly Rae Jepsen también demuestra que su apuesta fue la indicada. Su carrera se ha nutrido de álbumes continuistas, que evolucionan y perfeccionan la visión artística de la autora y que no responden a una tendencia frágil y fugaz. El hecho de tener uno de los hits más grandes de la historia, que le aseguran la estabilidad económica, también es un punto clave de esta historia que tiene una repercusión cultural e histórica que es equiparable a lo que Bob Dylan, David Bowie o Mamie Smith hicieron por la música y la evolución de diferentes expresiones culturales.
Del pop art al pop emocional: la estética como lenguaje de masas
El gesto de Carly Rae Jepsen también puede inscribirse en una genealogía que va más allá de la música. Las artistas del pop art como Pauline Boty o Marisol Escobar ya lo habían intuido en los años 60: lo popular no era el enemigo del arte, sino su nueva materia prima. Boty, por ejemplo, convertía íconos masculinos de la cultura de masas en collages sensuales y ambiguos, reclamando un espacio femenino dentro de la visualidad dominante. Jepsen hace lo mismo con el sonido y toma el lenguaje sonoro más estandarizado y lo transforma en un campo poético de subjetividad pura.
Jean Baudrillard afirma que vivimos en la era del simulacro, donde todo ha sido absorbido por su representación y es cierto, pero Carly Rae Jepsen encontró una forma de esquivar esa lógica: en lugar de intentar ser “real”, exagera la emoción hasta que lo artificial se vuelve verdadero. Lo que importa ya no es la autenticidad, sino la intensidad. En Emotion, todo es hiperbólico y, por eso mismo, sincero, genuino y real.
Los simulacros que han ahondado en lo profundo del ser moderno hacen que todo aquello que existe como símbolo sea solo una sombra de sí mismo, y si todo lo sólido se desvanece en el aire no existe garantía en nada que se asuma como parte de algo. La única garantía que hemos formado en este ocaso identitario es construirnos de los propios jirones que quedan después del despertar independiente y personalísimo, una amalgama de decisiones superficiales que son la lucha contra el falso fondo del absurdo cultural del ahora.
Quizá el mayor legado de Emotion no sea su sonido, ni siquiera su impacto en otros artistas, sino la forma en que redefinió nuestra relación con lo emocional. La filósofa María Lugones escribió que “resistir no siempre es gritar; a veces, es sentir con radicalidad”; y muy a pesar de lo genérico y trágico que es el término ya simulado de la ternura radical, cuando es genuino es lo que su génesis supone.
Eso es Emotion, una forma de resistencia que se despliega sin pedir permiso, que no necesita cifras ni premios ni aprobación. Solo necesita un lugar donde pueda decir: “Here I come to hijack you. I’ll love you while making the most of the night”, porque eso hizo Jepsen: secuestró la idea sobre lo que debía ser una artista pop y nos llevó a un mundo paralelo donde todo está dicho en voz alta, con voz de mujer, sin vergüenza, sin temor.
ÚNETE A NUESTRO CANAL DE WHATSAPP. EL PODER DE LA INFORMACIÓN EN LA PALMA DE TU MANO
SÍGUENOS EN EL SHOWCASE DE GOOGLE NEWS
El futuro empezó en 2015
Hoy, el pop es el nuevo punk. No porque se vista de negro o destruya lo que encuentra, sino porque se atrevió a construir desde lo sensible, porque eligió la emoción como arma estética, porque abandonó la pretensión de superioridad artística y decidió hablarle al mundo con la voz de quien aún cree que sentir es posible.
Reconocer el impacto de Emotion es entender que aquello que parecía genérico, plástico y prefabricado, es hoy un bastión cultural. Un refugio para las disidencias. Una plataforma para la innovación. Y, sobre todo, una promesa cumplida: que el arte, cuando nace del deseo de ser sincero, puede cambiarlo todo.
Carly Rae Jepsen no solo escribió un disco, encendió una chispa y hoy esa chispa es un incendio.
