La escena del rock mexicano vuelve a estar de luto. Tony Méndez, fundador de Rockotitlán y uno de los impulsores más determinantes del movimiento musical alternativo de los ochenta y noventa, murió recientemente. Su nombre queda ligado para siempre a un espacio que no solo dio cabida a bandas emergentes, sino que transformó la historia cultural del país.
El legado que dejó Tony Méndez al rock mexicano: Rockotitlán
Rockotitlán no fue un simple foro: fue un punto de quiebre. En una época en la que el rock mexicano buscaba identidad y sobrevivía entre restricciones culturales, Tony Méndez apostó por abrir un espacio donde las bandas pudieran presentarse sin filtros, sin permisos y sin la rigidez de la industria.
Su visión, arriesgada para el momento, terminó levantando una catedral sonora que impulsó a grupos que más tarde serían parte del ADN musical del país. La muerte de Méndez revive una conversación ineludible: Rockotitlán fue más que un lugar, fue un movimiento.
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En ese recinto se moldeó una generación que creció entre guitarras distorsionadas, letras contestatarias y un público que exigía autenticidad. Caifanes, Fobia, Santa Sabina, La Cuca y La Lupita pasaron por su escenario cuando aún no figuraban en grandes listas, y encontraron en ese sótano ensordecedor algo que no ofrecía ningún otro sitio: libertad.
Para Tony Méndez, el foro no era un negocio: era una trinchera cultural. En un México donde las expresiones alternativas eran marginadas, él decidió abrir las puertas a jóvenes que, con pocos recursos pero mucha urgencia creativa, buscaban dónde sonar. El resultado fue un ecosistema musical que marcó a miles y que hoy forma parte de la memoria colectiva.
Méndez también entendió que la escena necesitaba profesionalizarse. Desde audio hasta logística, Rockotitlán se convirtió en una escuela informal para técnicos, productores y sonidistas que más tarde trabajarían en festivales y proyectos de gran escala. Su influencia se extendió mucho más allá del escenario.
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La caída del Rockotitlán
La caída del foro, años después, reveló la fragilidad de los espacios independientes en un país donde la cultura alternativa siempre camina al borde. Pese a ello, el mito perdura. Quienes vivieron esas noches hablan de Rockotitlán como de un santuario: sudoroso, caótico, impredecible… pero auténtico.
Hoy, tras la muerte de Tony Méndez, vuelve la pregunta inevitable: ¿quién tomará la estafeta? Porque aunque los foros han cambiado y la industria es otra, el vacío que deja este impulsor del rock subraya la importancia de figuras que creen en el talento antes de que las disqueras lo validen.
Su legado ya no pertenece solo a una generación: pertenece a la historia. Rockotitlán desapareció físicamente, pero su espíritu —y la huella de Tony Méndez— siguen marcando el pulso del rock mexicano.
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