VERACRUZ, VER.- Enok León León creció entre árboles, cultura y marginación en la comunidad de Cerro Grande, Veracruz. Allí pintó por primera vez colibríes, tlacuaches y personajes de animes cada vez que tenía lápices, colores y hojas, que dice, no era siempre.
Su infancia estuvo rodeada de la cultura totonaca. Curanderos, parteras, artesanos de máscaras de madera y campesinos, colorearon su realidad en el municipio de Filomeno Mata, ubicado a 5 horas de la ciudad de Xalapa, capital de Veracruz.
En ese lugar, que dice, está abandonado por la política y por ende sumergido en la marginación social, su madre lo motivó a perseguir su sueño, uno que nadie más de la familia tenía. Y para eso, tuvo que emigrar de Cerro Grande.
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En una comunidad de apenas mil 500 habitantes, aprender técnicas de pintura y vender sus cuadros en miles de pesos, es algo prácticamente imposible. Por eso, con 17 años, emigró a la capital del estado.
De ahí, la vida lo llevó fuera de Veracruz y de México. Estuvo 5 años en Estados Unidos, donde aprendió nuevas técnicas, realizó murales, exposiciones e incluso se dedicó al arte del tatuaje. Aunque se desarrolló profesionalmente en el estado de Texas, Enok León se enfrentó al racismo y la discriminación.
No obstante, en marzo de 2025 el pintor de 32 años regresó para presentar su arte en la Cumbre Tajín. Desde entonces, explica, radica en su comunidad como albañil, carpintero, campesino y fotógrafo mientras persigue su sueño.
La pintura como una forma de expresión
Para Enok, Cerro Grande es más que marginación y que “una zona olvidada, digámoslo así, por los encargados del aspecto político”. Para él, su comunidad es cultura, tradición e identidad totonaca de la Sierra Norte de Papantla.
Sin embargo, el pintor de 32 años reconoce que retratar las culturas mesoamericanas, ha sido difícil. “Somos de bajos recursos, y pues cuando tengo la oportunidad de comprar un paquete de óleo, lo compro y me pongo a pintar con óleo”, explica.
Por ello, generalmente pintá con gises de colores pastel, una técnica que aprendió de adolescente cuando tomó un taller en la ciudad de Xalapa. Según dice, es la técnica más barata y “sensible” que conoce. También pinta con acrílico, carboncillo, barra de grafito, grafito y técnicas mixtas, pero no de forma frecuente.
En sus cuadros aún no terminados de casi un metro de largo, se pueden observar distintas técnicas y colores. De ellos, los predominantes son el verde, amarillo, morado y rojo, utilizados para retratar a deidades prehispánicas como Tláloc –relacionado a la lluvia y fertilidad– y a Quetzalcóatl como la serpiente emplumada.
Los animales como el ajolote, el tlacuache, el colibrí y la iguana, también tienen lugar en los cuadros que pretenden exponer y mantener viva la cultura totonaca, aquella que lo enorgullece y que lo identifica como veracruzano y artista.
Con una sonrisa y el brillo en sus ojos cafés claros, Enok León se identifica a sí mismo –y a todas las personas–, como artistas desde el nacimiento. “Yo considero que cualquier persona es artista (...) y considero que también es importante la familia, es el motor para impulsar el arte”.
En su caso, su pasión fue apoyada por su madre: una mujer sensible, comprensiva y cariñosa que lo motivó a salir de la comunidad para crecer en la pintura. Por esto, explica, pinta profesionalmente desde hace 16 años.
Vivir del arte: el sueño que aún persigue Enok
La familia de Enok León era campesina y practicante del básquetbol –el único deporte que, dice, pueden realizar en Cerro Grande por las condiciones de precariedad y por la zona geográfica–, pero no estaba relacionada con la pintura.
Maravillado por la naturaleza y por las cosas que descubria en su adolescencia, Enok comenzó a pintar flores, animes y casas. Comenzó a pintar sin saber por qué y sin darse cuenta, pero con la capacidad de imaginar cada vez más desarrollada.
A la par, observaba que su comunidad era sostenida por los campesinos, un oficio que aprendió de sus padres que cosechaban el maíz, la calabaza, el café y el cacao, y que hoy le permite –en la medida de lo posible– continuar con su pintura.
Vestido con un sombrero color crema, una camisa amplia color azul aqua, unos pantalones blancos a la cintura y unas chanclas cafés, Enok León cuenta que, para pintar y ayudar económicamente a su familia, debe trabajar en otros oficios.
En Cerro Grande, él se ha dedicado a la albañilería, a la carpintería y al campo, ya que, en sus 16 años de carrera y desde que regresó a México, ha podido vender pocos cuadros. Su vivienda, describe, está repleta de obras terminadas y sin terminar que lo esperan después de cada jornada laboral.
Sin horarios y sin tiempos, Enok pinta durante las tardes, las noches o las madrugadas de todo el año. La pintura, afirma, es lo que lo mantiene vivo, con esperanza y feliz, aunque hacerlo en una sociedad capitalista y en una región marginada como Cerro Grande, sea difícil.
“El capitalismo nos limita a todo para solo enfocarnos en la tecnología y no en algo creativo que nos beneficie, hablando místicamente, en el alma (...) los retos a los que me he enfrentado son la falta del recurso y a que, los encargados de difundir la cultura en nuestra sociedad no hacen su labor o su trabajo”, señala.
Él, como artista independiente y hablante nativo de la lengua totonaca, explica que ha solicitado oportunidades para exponer su arte y que ha solicitado, también, diversos apoyos económicos para seguir en la pintura, pero que no ha recibido respuestas.
“Siempre nos ponen limitaciones o alargan las fechas, siempre ha sido así, muy complicado. Por eso la manera en que yo he salido adelante es trabajando de 5 de la mañana a 8 de la noche y luego trabajar de nuevo con mis obras”, explica.
Sin estos trabajos, Enok León no podría continuar en la pintura. “No podría vivir sin pintar porque se ha vuelto parte de mi día a día, de mi vivir. Me he hecho esclavo de mi pasión. Soy esclavo de lo que amo, de lo que me gusta”.
Lo que sí ha podido vender son fotografías, retratos y caricaturas, trabajos “más comerciales” y personalizados que, dice, le interesan más a las personas que sus obras donde retrata las culturas prehispánicas.
A pesar de estas dificultades, Enok León continuará en la pintura el resto de su vida. Y por eso, le dedica a los padres y madres de familia:
“Yo les diría que eduquemos a nuestros hijos en el ámbito artístico porque nos va a volver sensibles y humanos. Se mantiene la chispa de los que nos hace ser personas únicas. Quizás es difícil, muy, muy difícil en los primeros días, en los primeros meses, quizás en el primer año, pero es algo que nos beneficia toda la vida”.
lm
