VERACRUZ, VER.- Emiliano Saúl Muñoz Córdoba enciende la lámpara de su celular para iluminar el piso en penumbras del Teatro de la Reforma, pero lo hace por cordialidad con los invitados pues en más de tres décadas de ir y venir entre las butacas y el escenario, conoce de memoria el camino.
Ingeniero civil de profesión, fue contratado seis meses para supervisar las obras que se proyectaron para convertir el antiguo y abandonado Cine Reforma, en el teatro más grande del puerto de Veracruz. No pensó que aquello se convertiría en 33 años trabajando tras bambalinas.
Saúl es un hombre de estatura promedio, ojos grandes, con cabello gris y bigote espeso. En el cuello le cuelga un listón tipo agujeta que sostienen los anteojos que eventualmente usa cuando debe leer algo, porque las palancas y botones para controlar la luz, el sonido y el telón las mueve por inercia, sin necesidad de verlos.
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Un reflector ilumina el centro del escenario en el que está sentado, acostumbrado al intenso calor que irradian los focos no le escurre ni una sola gota de sudor, en todo momento su voz es tranquila y de comodidad. Describe su trabajo como algo que disfruta y lo divierte mucho, tanto que fue el motivo por el que dejó su carrera de ingeniero en la industria de la construcción, por uno tan distinto como el que desempeña en el Teatro de la Reforma.
El viejo cine se transformó en teatro
Emiliano Saúl trabajaba para la Dirección de Obras Públicas del Ayuntamiento de Veracruz cuando le informaron que tenía que trasladarse al inmueble abandonado en la esquina de las avenidas 5 de Mayo e Ignacio López Rayón, para iniciar con el proyecto de remodelación que convertiría un antiguo cine en teatro.
La misión era complicada, la obra iniciaría en junio de 1991 y tenía que quedar lista en seis meses, no existía ninguna posibilidad, ni mínima, de prolongar un día más los trabajos, ya que el gobierno municipal estaba por concluir y había que terminar.
El propietario del edificio era una empresa llamada Compañía Operadoras de Teatro. Aunque monumental y un lugar que por años fue muy concurrido, cuenta que para ese momento llevaba varios años abandonado y se había convertido en una especie de cementerio de todo lo que ya no servía en otros cines, pero que por alguna razón simplemente no se arrojaba a la basura.
De junio a diciembre de 1991, Emiliano Saúl acudió religiosamente desde que iniciaba el día hasta que llegaba la medianoche para vigilar el trabajo de albañiles, electricistas, fontaneros, herreros y todo el personal que trabajaba en la remodelación del lugar. En la obra se implementaron tres turnos de ocho horas que cubrían día y noche. El Teatro de la Reforma quedó concluido en un tiempo récord, pero la vida de Saúl en el teatro apenas empezaba.
Al momento de presentarse para entregar el lugar se le pidió un último favor, quedarse un tiempo para mostrar al personal cómo funcionaba todo, desde el sistema de aire acondicionado hasta las luces y el sonido. Con los años se fue especializando en cada una de las áreas técnicas de la operación de un teatro, tomando cursos y talleres con artistas de la iluminación y el sonido.
A sus 70 años de edad es el trabajador con más antigüedad en el Teatro de la Reforma y afirma que mientras tenga fuerzas seguirá en el inmueble que conoce mejor que su propia casa y en donde hizo amigos tan entrañables que los consideró una extensión de su familia.
“Ya tengo 70 años, mi esposa me dice que ya deje este trabajo, que me retire, pero yo le digo que no, que me gusta mucho, y todavía me siento con las ganas y la energía suficiente de seguir adelante, entonces aquí voy a estar hasta que mi estado de salud físico y mental me lo permitan, hasta que un día me digan que me tengo que retirar, pero me llevaré esa satisfacción de haber trabajado en un teatro, porque no es algo que pensara en mi vida”.
Más de 7 décadas de historia
En 75 años en pie, el Teatro de la Reforma es un referente de la cultura en la ciudad y su imponente arquitectura forma parte del paisaje urbano que enmarca el perímetro del Centro Histórico de Veracruz. En la parte baja de la fachada, cinco arcos forman parte del frente del primer nivel, que son al mismo tiempo las puertas que dan el paso al vestíbulo principal, todas de cristal sostenidos en herrería, que se bifurcan en líneas rectas y medias lunas.
Una serie de balaustradas hacen la división al segundo nivel de la fachada. En este punto un vitral que se extiende por arriba de los cuatro metros deja pasar los rayos del sol en tonalidades rojizas y azules. Para ingresar al teatro, se debe subir alguna de sus dos escaleras ubicadas en los extremos, que se extienden en forma espiral hasta el segundo y tercer nivel, donde otro vestíbulo es más pequeño. Si se quiere llegar a la zona de plateas hay que seguir las escaleras en el espiral que se extiende un piso más arriba.
Las butacas se encuentran cruzando dos cortinas pesadas de terciopelo rojo que dividen el espacio. Emiliano Saúl destaca que este teatro cuenta con elementos únicos dado que fue concebido como un cine, pero este es al mismo tiempo lo que le da su encanto.
El origen del recinto se remonta a 1949, cuando fue construido como el Cine Reforma, un sitio que en aquellos años ofrecía a los veracruzanos la proyección de películas del cine de oro nacional y novedades fílmicas de otros países. Luego de ser desplazado por otros cines de la época fue cerrado en 1982, pero el arraigo que tenía entre las familias jarochas hizo que una década más tarde fuera intervenido para ser remodelado y convertido en el Teatro de la Reforma, inaugurado el 6 de enero 1992.
Emiliano Saúl Muñoz Córdoba recuerda que el día de la inauguración se tomó una foto con el entonces presidente Carlos Salinas de Gortari y se lamenta no conservarla. En su extensa colección de fotos con artistas y personalidades muestra las que lleva en el celular, con Ana Patricia Rojo, Katia del Río, Leticia Calderón, Gabriela Goldsmith, Guadalupe Pineda, Lorena Rojas, Kate del Castillo, Lourdes Deschamps, Cecilia Gabriela, Alicia Encinas, Lourdes Munguia, Arianne Pellicer, Carlos Ignacio, Eugenio Derbez, Sergio Ramos “El Comanche”, María Sorté y María Elena Saldaña.
Recuerda también que debido a lo costoso que sería el mantenimiento del recinto, el ayuntamiento prefirió deslindarse de administrarlo, cediendo sus derechos a la Secretaría de Finanzas del Estado, en una época en la que el gobernador era el priista Patricio Chirinos.
Aquella transición de cine a teatro es recordada por el ingeniero como una época complicada. Los veracruzanos acostumbrados a un ambiente de fiesta, pocas veces se veían atraídos por las obras que se montaban. Aunque la operación del teatro estaba a cargo únicamente de cinco personas, a la Sefiplan le era complicado pagar la nómina cuando no generaba ingresos. Emiliano Saúl escuchó la amenaza de que si no despegaba se atrasarían los salarios y hasta pensó en renunciar, algo de lo que dice se hubiera arrepentido.
Más tarde, en el mismo gobierno, el teatro se entregó al Instituto Veracruzano de la Cultura (IVEC), que con un trabajo intenso de promoción llegó a ocupar todas las fechas disponibles para obras de compañías teatrales nacionales e incluso presentaciones internacionales.
Actualmente forma parte de los recintos más relevantes de la Secretaría de Cultura de Veracruz (SECVER), que se presenta como un espacio para la difusión de la cultura y el arte en el puerto de Veracruz, con un costo accesible para los jarochos y una cartelera que constantemente es actualizada, además de eventos privados como conferencias y graduaciones de escuelas.
La función tiene que continuar
El trabajo de Emilio Saúl Muñoz está a la vista de las personas que asisten en cada función, solo que como es el trabajo de todo el personal que se encuentra tras bambalinas, no es valorado por el público que pocas veces se entera de la adrenalina que se vive detrás del telón.
El ingeniero cuenta que si todo marcha conforme a lo planeado, se vuelven invisibles para los asistentes, pero si algo sale mal, entonces es notorio que están y haya o no regaños o reproches, afirma que siempre la auto reflexión y la disciplina propia es lo que más pesa.
“Es una gran responsabilidad, trabajar aquí en el escenario es una responsabilidad, porque si algo sale mal, si algo se nota raro, a lo mejor no nos llevamos un regaño de las personas encargadas, pero sí insatisfacciones de que pudimos hacerlo mejor”, comparte.
En estas más de 3 décadas le ha tocado vivir de todo, desde aquellas lámparas que cayeron al escenario en pleno concierto e hicieron correr al camerino a Gaby Rufo, hasta la vez que en una obra los micrófonos fallaron, corrió de un lado a otro para tomar el repuesto, pero en el camino tropezó con el monitor y estuvo a unos centímetros de caer en pleno escenario.
También ha tenido que dar la cara en momentos bochornosos ante un público que con el paso de los años se volvió exigente con la calidad de las funciones, como la vez que un ballet ruso recibió la solidaridad del público jarocho, que con el aire acondicionado descompuesto le pidió a las bailarinas y bailarines detenerse.
“Estaba bailando un ballet ruso, pero ese día el clima integral de toda la sala empezó a fallar y se apagó, en aquella ocasión estaba lleno el teatro, la gente empieza a sudar del calor y la gente se hartó y le pedía a los rusos que dejaran de bailar, les pedían que ya pararan la función, pero ellos muy profesionales seguían, hasta que un grupo de personas se subió al escenario y les dijeron que ya, que les agradecían mucho por el esfuerzo, pero que era inhumano que siguieran, que ellos estaban muy contentos con lo que habían demostrado”.
Pero si se tiene que sentir orgullo y feliz de algo en el teatro, Emiliano Saúl, el ingeniero civil que dejó las obras de construcción por la intimidad de estar tras bambalinas en un teatro, afirma que es la familia y los amigos que con los años ha acumulado en el lugar, la camaradería, el respeto y el cariño.
“Llegamos a formar una familia, tanto así que en los cumpleaños nos reuníamos todos a comer, a celebrar, nos apreciábamos tanto que cada fin de año celebrábamos en el escenario como una gran familia”.
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