VERACRUZ, VER.- Al fondo del local rectangular 59 H del Mercado Hidalgo, se encuentra Don Jorge, quien repara un par de zapatos de vestir cafés y unos guaraches negros para hombre. Con cuidado y destreza les unta un pegamento amarillento, el cual –advierte con cierta sonrisa maliciosa– comenzará a sacar humo; cosa que nunca pasa.
Sentado en una silla de madera entre zapatos y máquinas para reparar calzados es como realiza el trabajo de 8 de la mañana a 6 de la tarde. “Intento no tener hora de salida, pero sí de entrada”, menciona.
Su avanzada edad y tiempo en el oficio lo delatan sus lentes con aumento de fondo de botella, los cuales le agrandan sus ojos cafés gastados, seguramente, de observar a detalle cientos de zapatos durante casi 58 años, edad que revela entre dientes.
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Don Jorge trabaja en el local “Reparador de Calzado y Taconazo” de la familia Ortiz, el maestro zapatero se dice con alma de pirata, pero huesos de yucateco, por su origen en Yucatán. A Veracruz lo trajo la jiribilla del puerto, la juventud y la ilusión de trabajar en algún barco como chef, licenciatura que estudió durante 5 años.
Sin embargo, al no resultar sus planes, terminó por ejercer el oficio que le enseñaron los empleados del taller de su padre en la infancia: maestro zapatero, título que orgullosamente cuenta que tiene desde la adolescencia.
Juventud desinteresada en el trabajo artesanal
El local “Reparador de Calzado y Taconazo”, ubicado del lado de la avenida González Pagés, le pertenece a Víctor Ortiz, reparador de calzado, bolsas y mochilas veracruzano, quien heredó el negocio de su padre hace 20 años. Al igual que Don Jorge, aprendió la reparación como oficio familiar, el cual ha tenido una disminución en el estado de Veracruz de 1,170 personas en lo que va de los dos trimestres del 2024.
“Yo creo que se ha reducido obviamente por la edad, y otra, (porque) ya la juventud piensa en otras cosas, tal vez como la tecnología”, reflexiona Víctor, quien cuenta que sus hijos suelen ayudarlo en el taller durante las vacaciones, aunque todavía no sepan cocer o pegar zapatos.
Por su parte, Jorge Alberto Hernández Quintal recuerda que por mucho tiempo tuvo un letrero de “se solicita aprendiz de zapatero” en su entonces taller –cerrado por la pandemia– ubicado en una casa del centro de Veracruz, en donde no llegó ningún interesado.
“Gente como yo, ya viejo, ya casi no hay mucha. Ya los chamacos no quieren aprender, lo primero que te preguntan es “¿cuánto vas a pagar?” En mis tiempos, la mamá iba a la casa a preguntar al maestro (zapatero) “¿cuánto le puedo pagar para que aprenda mi hijo?” ahora ya no hay de eso”, cuenta decepcionado Jorge.
“Mayormente solicito jóvenes que quieran aprender, pero nadie quiere”, concluye. Actualmente, en el estado de Veracruz existen 4,390 zapateros artesanales; personas que no solo conocen la reparación, sino que se dedican a la elaboración artesanal de zapatos, tal como Don Jorge.
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La magia de la reparación y del calzado a la medida
Con una sonrisa, Jorge explica que la elaboración artesanal de zapatos es lo que más le gusta, ya que es una actividad más limpia que la reparación, puesto que en esta se tiene que rehacer el zapato y luego pegarlo. “Es como trabajar doble, y te llenas de pegamento”, explica con cierto desagrado, con los dedos embarrados.
Sin embargo, a pesar de esto, explica que el trabajo es bien pagado siempre y cuando repare muchos zapatos. Cuenta que en un buen día puede ganarse de 500 a 600 pesos; cantidad que ha llegado a cobrar por realizar un par a la medida para una persona con una afección en los pies.
“Le voy a tomar la medida y le vamos a hacer un par –le dijo decidido a la señora de la tercera edad-. Me pasé dos días viendo cómo le iba a hacer, el modelo que le iba a hacer; pero lo hice, justo a la medida. Me dio las gracias y me dio un extra, porque me dijo ‘desde que yo tuve esta enfermedad, jamás volví a usar zapatos’”.
En otra ocasión, cuenta, le hizo los zapatos a un hombre diabético, quien hacía no mucho había perdido tres dedos del pie derecho y dos del izquierdo, según recuerda, por lo que no podían comprar zapatos nuevos. Al estudiar los pies del señor, hacer la plantilla y entregar los zapatos, cuenta, el señor falleció a los tres días.
“Mi papá se murió contento –le dijo la hija-, se murió con los zapatos’, y fueron dos cosas que me marcaron muchísimo”, dice Don Jorge, aún anonadado por el impacto que un par de zapatos tuvo en la vida de dos personas.
Víctor Ortiz, por su parte, cuenta que no ha tenido una experiencia similar; sin embargo, menciona que las personas identifican el valor del oficio que “es noble” debido a que las personas acuden para reparar calzado familiar, calzado antiguo, cómodo y del que “hasta cariño por lo cómodo” le han tomado.
Sumado, explica que el valor de la reparación continúa debido a que, por ejemplo, poco antes de pandemia “un buen zapato, como los que son de piel, te podían costar como 800 o 900 pesos, pero ahora esos están en 1,200 pesos o poco más”, punto en el que coincide Don Jorge, quien además asegura que “las mejores pagadoras son las mujeres, ya que el hombre es muy codo para ese tipo de cosas”.
MB