VERACRUZ, VER.- Sobre la calle San Gregorio, un par de ojos curiosos observan la casa dúplex color aqua, número 281, que hay enfrente. Dudosos, esperan a que Blanca, la mamá de Jennifer, la joven que murió atropellada en la carretera Veracruz – Cardel el 4 de noviembre, se asome para confirmar si ahí vive la familia.
A más de una semana de que murió atropellada, personas todavía acuden para mostrar solidaridad a la familia de Vivian Soto Santiago, particularmente, a su hijo de un año y medio. “Buenas tardes, somos vecinas del fraccionamiento. Nos acabamos de enterar de su situación, lo lamentamos mucho”, le dicen a Blanca.
“Leche en polvo y pañales de etapa 2, okey. Regresamos en un rato con las cosas”, dicen al despedirse del domicilio ubicado en uno de los fraccionamientos marginados de la ciudad de Veracruz: Colinas de Santa Fe.
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Catalogado como un lugar inseguro no solo por estar a las afueras de la ciudad de Veracruz, sino porque en el 2017 se encontró la fosa clandestina más grande de América Latina. Este fue el lugar donde Jennifer Vivian Soto Santiago vivió durante 6 años.
Atormentada por lo sucedido, Blanca Estela Santiago Rivera, de 49 años, aún se pregunta por qué su hija decidió atravesar la autopista Veracruz-La Antigua luego de bajar del autobús de pasajeros, en lugar de “bajarse aquí, en la parada de siempre”, la cual está a cinco minutos a pie.
“Quiso cortar camino, no sé, pero cortar camino le quitó la vida”, dice con dificultad y con lágrimas en su rostro. Ese domingo 3 de noviembre, Jennifer le avisó a su hermana, también adolescente, pero de 12 años, que llegaría tarde del trabajo, el cual le quedaba a una hora –o poco más– de distancia.
Mientras relatan el impacto que les significó encontrar a su hija bocabajo en la carretera, con las piernas y el abdomen destrozado, aprovechan para desmentir aquello de que Jennifer llevaba dos días desaparecida. “Ella se encontraba trabajando”, sostienen con la mirada y voz firme.
De hecho, aquella noche Jennifer había planeado una pijamada con sus primas en su casa, la cual no se concretó debido a que un sujeto, todavía desconocido, la atropelló alrededor de las 9 de la noche y huyó del lugar.
Una chiquilla muy, muy alegre
Tras la pesadilla que significó para sus padres y hermana la primera noche sin Jennifer, el lunes los arropó el silencio; ya no estaban sus risas, su música ni sus invitaciones a desayunar, solo sus cosas y su hijo, quien quedó huérfano de madre.
El bebé de año y nueve meses de edad, con el cabello castaño claro y el alma curiosa, sí tiene papá, pero no forma parte de su vida.
Cuando Jennifer se embarazó, vivió con el padre de su hijo algunos meses; sin embargo, el abuso de sustancias destrozó su relación. El chico, relata Moisés, padre de Jennifer, fue anexado por sus familiares hace unos meses.
Tras quedarse con su familia, Jennifer comenzó a recuperar la estabilidad y comenzó a trabajar. "Ella era otra (...) ya se había dado cuenta de las cosas y le traía cositas a su niño", dice Blanca.
"Nosotros nos dimos cuenta que era muy conocida aquí cuando llegó la gente (a su velatorio). Nos contaban cosas bien bonitas de ella; era muy confianzuda, llegaba, te decía amiga y te hacía plática", cuenta Moisés, quien llora al recordar a su hija.
Entre los planes de Jennifer estaba terminar la secundaria abierta para continuar sus estudios, superarse y, por fin, sacar el acta de nacimiento de su hijo, quien no tarda en cumplir la edad necesaria para entrar al kínder.
El derrumbe
El hijo de Jennifer, un niño con los ojos grandes y quien camina alrededor del altar de su madre, parece ajeno a la realidad.
Ríe con su abuela, quien le pregunta de vez en cuando "¿Dónde está bebé?"; toca su marimba y juega con su carrito, mientras Moisés y Blanca relatan su nueva realidad.
Quienes, además de la muerte de Jennifer, atraviesan el duelo de su hijo Erick, un hombre de 38 años que murió por golpe de calor mientras trabajaba con Moisés en la remodelación de una casa.
"Entró a la casa diciendo que se sentía mal, que le dolía la cabeza y que estaba mareado. Le compramos unos sueros y le digo 'mira, tómate eso, que te haga efecto y siéntate un rato'".
Sin embargo, al no ver mejoría y notar que tenía fiebre, al medio día llamaron a La Cruz Roja, la cual "llegó como a las 3 de la tarde, cuando ya había fallecido", relata.
Moisés, con los ojos rojos, ojeras marcadas y el cabello canoso por sus 61 años, mira a la pared cada vez que recuerda aquel día.
"De los taxistas nadie me quería llevar. Me decían que no, que en el estado en que estaba se les podía morir en el carro y que se podían meter en problemas".
El trauma que Moisés experimentó al ver a su hijo morir sin poder hacer nada, le impidió trabajar. Y la impresión de verlo ahí, tirado en el patio de la casa hasta las 10:30 de la noche que llegó la Fiscalía para levantar su cuerpo, depresión.
"Yo llegaba a trabajar y se me reflejaba verlo ahí tirado, y ya no podía yo avanzar. Llegaba yo y me cerraba, me cerraba, y de repente reaccionaba yo y ya habían pasado 3/4 horas".
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Por esto, Moisés perdió los proyectos que tenía, y el dinero comenzó a escasear, lo que llevó a que la hermana de Jennifer abandonara la regularización escolar.
Moisés explica que durante los seis meses que su hijo estuvo trabajando con él, la economía en el hogar se comenzó a estabilizar. Sin embargo, su depresión, la falta del ingreso económico de su hijo y lo que aún deben de sus gastos funerarios, ingresaron a la familia Soto Santiago en un agujero del que aún no pueden salir, al que se metieron más tras la muerte de Jennifer.
Sin fuerzas para la nueva realidad
"Me siento muy cansada y muy triste, pero no podemos dejarnos caer, todavía queda el niño y la hermana de Jennifer", confiesa Blanca cuando no está su esposo y su hija, en voz baja, como si fuera su secreto.
Moisés dice que hubiera preferido morir antes de ver que dos de sus hijos lo hicieran. "No comprendo bien eso, y pues él (Dios) no se equivoca. Y aunque para uno sea injusto, es lo que es. Yo estuve en peligro de morir y no lo hice gracias a él, pero como en su momento le dije '¿me dejaste vivir para ver esto? ps mejor me hubieras llevado'".
"Pero pos, ahí vamos, tenemos que seguirle por ellos", concluye Moisés, mientras mira a su hija de 12 años y a su nieto de un año y nueve meses de edad.
Moisés y su familia enfrentan dificultades, ya que, sin trabajo no tiene dinero para recuperar el acta de nacimiento de su esposa, originaria de Cuernavaca, Morelos, a quien le robaron el documento en la Ciudad de México hace años.
Lo que a su vez impidió que pudieran registrar a la hermana menor de Jennifer, para que esta entrara a la primaria y, ahora, que puedan registrar a su nieto.
"A ver en qué forma pueden echarme la mano para que pueda tener los papeles de ella para que reciba sus estudios, y pues el niño también, porque dentro de poco ya va a ocupar".
Sobre avances del caso de Jennifer, aún no tienen noticias. Explican que su interés está en que las cámaras de seguridad colocadas debajo del puente de la autopista Veracruz - Cardel puedan revisarse, ya que ahí "se debe ver quién fue".
mb