XALAPA, VER.- La pandemia dejó como secuela depresión y ansiedad entre niños y adolescentes de Veracruz, provocando poca tolerancia a la frustración que se demuestra con actitudes agresivas hacia las personas que las rodean, opinan especialistas.
Las expertas consultadas por La Silla Rota Veracruz opinan que, en la tragedia del municipio de La Perla, donde un menor de 11 años, Samuel, murió a causa de un disparo propiciado por otro niño de 10 años, Eduardo, ambos son considerados víctimas. Al primero, le costó la vida y, al segundo, su actuar instintivo puede ser reflejo de un ambiente de violencia en el que vivía.
La psicóloga clínica del Instituto de Salud Mental de la Secretaría de Salud de Veracruz, Edith Mendoza Flores, aclara que es difícil conocer qué llevó a Eduardo a disparar, sin embargo, la violencia en el entorno, como puede ser familiar o la que es reproducida en juegos en medios electrónicos a los que tenía acceso “maquinitas”, lo pudo llevar a atacar a su amigo, por el simple hecho de no tolerar la frustración de perder.
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Por su parte, la neuropsicóloga Carmen Esther Hernández Vidrio comentó que el aislamiento generado por la pandemia por covid-19 llevó a niños y niñas a no saber controlar sus emociones y, en algunos casos, fueron recompensados por los padres con la nana electrónica -teléfono celular-, dejándolos solos con un aparato sin la supervisión de adultos.
Se disparan estadísticas por depresión y ansiedad
Datos del Boletín Epidemiológico de la Secretaría de Salud Federal, muestran que el año de 2022 cerró con 7 mil 238 casos de depresión. El 76 por ciento de las consultas fue para atender a mujeres y el 24 por ciento para hombres. En el año 2021, el total de personas atendidas por depresión en centros de salud acumularon 5 mil 802 consultas, lo que evidencia un aumento de mil 436 casos, es decir, un 24 por ciento más de ciudadanos necesitaron ayuda psicológica.
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El mismo boletín reporta la atención médica de 4 mil 17 personas víctimas de violencia intrafamiliar; y 3 mil 4 emergencias por lesiones por armas de fuego o punzocortantes durante el 2022.
El domingo 15 de enero se informó que Samuel, de 11 años, murió de un disparo en el cabeza propiciado por otro menor de 10 años con quien jugaba maquinitas en la comunidad El Tejocote, ubicado en el municipio de La Perla, en la región de las Altas Montañas de Veracruz. El homicidio se cometió con un arma, propiedad del padre del menor considerado el agresor.
El municipio es considerado de alta marginación, y cuenta con 28 mil 258 habitantes, según el Censo de Población del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) del 2020. La población en La Perla menor de 14 años es de 10 mil 943, es decir, 38 de cada 100 habitantes son niños.
Menores viven rodeados de violencia
La psicóloga clínica Edith Mendoza Flores considera que los hechos que se registraron en La Perla invitan a reflexionar qué se está haciendo como sociedad para educar y formar a los niños.
Planteó que la actitud de Eduardo, de solo 10 años, puede ser multifactorial y estar relacionada a la violencia que se ha normalizado a través de los videojuegos; sin embargo, el contexto familiar en el que vive, donde -posiblemente- también padece violencia, lo llevó a actuar de manera impulsiva.
“Algo que ha incrementado, y que no es un factor que determina es que, a raíz de la pandemia, se suscitaron muchos acontecimientos con niños y adolescentes que los han llevado a tener poca tolerancia a la frustración”.
Lo anterior, implica, que no saben controlar sus emociones y pueden reaccionar impulsivamente o por instinto ante algo que no les gusta, “no les hemos permitido que se frustren y que aprendan”.
La especialista planteó que el hecho de que la familia de Eduardo huyó de la comunidad de origen, muestra que los padres no quieren asumir la responsabilidad de la muerte de Samuel, y eso tampoco abona a la formación del niño, pues no hay consecuencia de sus actos.
“La víctima no es sólo el niño que muere, la víctima también es el niño que agrede. Es víctima de un sistema que socialmente está siendo caótico y desorganizado que lo lleva a matar a alguien, sin siquiera considerar la dimensión que tiene el matar a una persona”, dijo en entrevista.
La psicóloga cuestionó la facilidad con la que el niño de 10 años logró tener acceso a un arma de fuego, porque no cualquiera tiene una, y el solo hecho de comprarla debería obligar a los padres a ubicarla en un lugar seguro, y al no hacerlo, refleja su descuido de los adultos.
Mendoza Flores planteó que los videojuegos también inciden en actitudes violentas en los niños, pues se fomenta la idea de matar por matar, solo para ganar, sin que los niños puedan comprender que es sólo un juego, pero que no aplica en la vida real.
“En los juegos te matan, pero al reiniciarlo te devuelven la vida. El niño probablemente ni siquiera dimensionó que el otro menor no iba a revivir. No hay mucha conciencia del hecho y no hay valor real por la vida, porque hemos visto que la influencia tan negativa que tiene este tipo de juegos termina en desenlaces en donde los niños se vuelven violentos”.
La psicóloga planteó que es necesario que los padres de familia permitan a los niños gestionar o entender sus emociones, para ello es necesario que no se les brinden recompensas a todas sus peticiones, sin importar que lo hagan por medio de un berrinche o rabieta, para permitirles analizar si eso que piden es necesario o si lo pueden obtener con una actitud positiva.
La pandemia complicó la convivencia en algunas familias, más cuando la relación no era saludable entre sus miembros, y eso llevó a los adultos a no poner límites o a actuar con violencia o agresividad hacia los menores, conducta que ellos están replicando en la calle.
Pandemia detonó el síndrome del Emperador
La neuropsicóloga Carmen Esther Hernández Vidrio expuso que el encierro llevó a los niños y a los adultos a modificar su actitud, por la falta de interacción a nivel social, y al salir reaccionan de manera instintiva.
Los niños y adolescentes, explica, se volvieron intolerantes, no saben ganar o perder, lo que hace que se frustren fácilmente. Durante la convivencia de la pandemia, si bien los papás estaban en casa, para evitar que los niños molestaran les daban el celular o la tableta, que fungían como nanas virtuales.
“Se les dejaba el celular o la computadora por más tiempo, para que no molestaran, se les daba atención hasta cierto punto, no quiere decir que todos los papás. Actualmente, los niños no están acostumbrados a conocer que es la frustración, porque todo se les da de inmediato”.
Y cuando ellos no logran su cometido, reaccionan de manera explosiva, por la emoción, que incluye enojo, berrinche o depresión, sin poder controlarse, y se tornan agresivos con sus padres u otras personas.
“El síndrome del emperador, es cuando los niños no reciben inmediatamente lo que piden o desean hacen un berrinche o un enojo impresionante, y qué es lo que empiezan a hacer, agreden a la persona con la que tuvieron esa fricción o frustración, sea un papá, amigo, un primo o cualquier persona que este cerca (…) no tienen límites”.
Es muy frecuente que los niños quieren imponer voluntad ante la decisión o negativa de los demás, “esto es preocupante porque reacciona instintivamente, por impulso, pero no se detienen a analizar si van a dañar a alguien, algunos niños lo llevan a ver como algo natural”.
Explicó que del 0 a los 11 años el cerebro del niño es inmaduro, es el periodo en el que aprenden lo que viven en casa, con sus papás y su entorno, es por lo que se les deben poner límites, enseñar que se puede perder o ganar y con ello lograr tener autocontrol de adolescentes y adultos, y evitar comportamientos extremos en su personalidad.
“Qué paso con este niño, a este niño no le pusieron límites, no sabe perder y entonces le generó frustración. Pero, también, ¿qué vive en casa?, porque los hijos son el termómetro de los papás, y ¿por qué tenía una pistola a la mano? ¿cómo sabía dónde estaba esa pistola? ¿qué vio también?”.
La especialista comentó que los videojuegos han normalizado la violencia, fomentan la agresividad y la creencia de que sobrevive el más fuerte, “son muy adictivos y violentos, y lo que están aprendiendo (los niños) es que fácilmente pueden matar”.
Sin embargo, es ahí donde entran los padres que deben supervisarles y explicarles que lo que ocurre en el videojuego eso solo recreación, y no deben replicarlo en la vida real.
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