OPINIÓN

Tinta y sangre

Nescimus quid loquitur

Créditos: LSR Veracruz
Escrito en VERACRUZ el

Aquella voz, sola entre tanto apabullante silencio; sumida en la oscuridad sin fin, empujando mi fe hacia adelante, haciéndome no desistir en aquella cruzada  que tenía como meta plasmar con sangre lo que el corazón ya no podía contener sobre sí mismo.

“Escribe”, “hazlo ya”, dos murmullos que se colaban, rebotando por las paredes del pensamiento, filtrándose entre las hendiduras del suelo, llenando la habitación, al punto de que forjar lo que brotara de mi pecho, se convirtió en lo único que apremiaba; “no”, “no lo hagas”, no vale la pena”, palabras más salvajes y temibles que perseguían a los murmullos con toda violencia, buscando devorarles, quitándoles aquella posibilidad de volar sobre mí; ahuyentando un poco, con sus picos y garras, mis deseos de escurrir la tinta sobre el papel.

Entre ideas contrariadas, revisé lo que llevaba en la maleta, aquello que consideraba importante cargar conmigo. Apareció un pañuelo, dos monedas de plata; una libreta repleta de ideas, que se resistían a caducar; y una pluma fuente, sin tinta, que me generaba más que nostalgia.

La puerta y las ventanas de la habitación desaparecieron, dejando una sensación de nunca haber estado ahí, causada por aquellos trazos de crayón desdibujados que asemejaban su apariencia, pintando sobre el lienzo blanco de las cuatro paredes que me mantenían sitiado, apuntando sobre mí.

Paso a paso, los muros se alejaban más, pero, de una extraña manera, pese a la distancia, evocaban la sensación de que aquel infinito blancuzco comprimía el espacio, haciendo que el aire faltara y mi pecho latiera a toda prisa exigiendo oxígeno, necesidad mezclada con la urgencia cada vez más grave de decidir: escribir y liberar mi pesada existencia, o no hacerlo y morir aplastado por la angustia.

Escribir, pero, ¿con qué hacerlo?, ¿con sangre?, era lo único que podía ofrecer en ese momento, mi sangre como sustituto de la tinta. Sin pensarlo mucho, guiado por la angustiosa necesidad, clavé la pluma en mi pierna con tanta fuerza que costó recuperarme del impacto. Gota a gota brotó como una fuente aquel líquido carmesí y gota a gota lo fui utilizando, tratando de no desperdiciar ni una sola molécula de mí.

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Cada palabra escrita me salvaba del salvaje abismo de la página en blanco. Mientras la sangre diluida secaba en el papel, mi corazón arbotante dejaba aquellos frutos como ofrenda para aquellas emociones que, por un momento, dejaron de asediarme.

La carne que habitaba comenzó a secarse, víctima de una pluma hiriente que quería sangre para vivir; víctima de aquel impulso por dejar fuera aquello que sentía, con tal de encontrar asilo para la pesada carga que comprimía el espacio.

De aquel cascarón vacío, surgió vida, fecundada nuevamente por la sangre que regresaba después de culminar la misión de escribir; la sangre regresaba, pero no en su totalidad, faltaba únicamente aquella cantidad que se quedó para guarecer entre letras lo que sentí antes de este nuevo comienzo, lo que sentía la vieja versión de mí mismo, esa que ya no era yo, aquella que solo resultaba ser el eco, del eco de lo que alguna vez fui.

NUEVO ASILO

Buscamos un refugio que pueda albergarnos con nuestros pensamientos, el tiempo suficiente. Tomamos únicamente lo que consideramos importante, antes de seguir y buscar un nuevo asilo, aunque la mayoría de las ocasiones, encontremos un nuevo abrigo en un viejo asilo, que se resiste a dejarlo todo; que, orgulloso, nos demuestra que todavía puede cargar con nosotros una temporada más, pese a las cicatrices que lleva consigo, como símbolos de lecciones que la vida le ha enseñado, y la cantidad de sangre que ha dejado en el camino, con tal de poner fuera lo que ya no podía cargar.

¿Qué sería de nosotros sin esas cicatrices de lo que alguna vez fuimos?, ¿qué sería si no hubiéramos utilizado la sangre como tinta para plasmar aquello que sentimos, pese a la urgencia de dejarlo fuera?, quizás, en vez de ciertos signos inequívocos de haber vivido, que marcan el espíritu y le fortalecen, hubiéramos explotado en mil pedazos, dejando no solo un cascarón vacío y medio roto, sino uno completamente roto, sin posibilidad de albergarnos nuevamente.

Lo anterior es meramente una posibilidad, lo que cala los huesos de forma comprobada es enfrentarnos a la página en blanco, que nos sitia mientras se expande, creando su propio blancuzco horizonte, atrapando toda posibilidad de huir de ahí, condenándonos a decidir si queremos que aquella idea o emoción muera dentro, con nosotros, o si tenemos la intención de que permanezca fuera, escribiéndola con nuestra propia sangre, plasmándola en el lienzo con tal de que ya no esté aquí.

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