OPINIÓN

Que siga girando

Nescimus quid loquitur

Créditos: LSR Veracruz
Escrito en VERACRUZ el

Cuando ya no esté, quiero que la vida siga girando, como lo ha hecho siempre; quiero que siga, alimentada por el amor. Que los tropiezos no duelan tanto como quieran, que duelan en su justa medida. Que los paisajes nos sorprendan con cada detalle, que no nos oculten nada para que podamos abrazarles con ternura cada que la memoria lo permita.

Ojalá hayan acabado ya las penas cuando ya no esté aquí, o que, por lo menos, canten en oídos sordos. Que todos aquellos miedos hayan sido ahogados en el silencio, o que, por lo menos, se encuentren encerrados con sus propios miedos, previniendo aquellas ganas de salir corriendo que provocan al contacto.

Ojalá los sueños sigan germinando, alimentados del esfuerzo diario de soñarles con el corazón en mano; que los colores y las flores y las letras, fluyan hoy más que ayer, nutridas por la lírica de la voz, por el canto de la guitarra, por el vuelo del cenzontle, por el color de la jarana.

Ojalá tengan aún más peso los acordes -no los complicados, sino los sencillos-, que acompañan aquellas melodías inspiradas en la realidad vivida, tanto como aquellas inspiradas en la ficción soñada.

Cuando por fin me vaya, quiero dedicarle el tiempo suficiente a las despedidas. Regar las flores y verlas sonreír, disfrutar aquellos abrazos como la primera vez, tanto como aquellas historias que me han acompañado desde que recuerdo; revivir mis vivencias, contarlas de nuevo, una, otra y otra vez, disfrutándolas tanto como la voz me permita, estirando el delicado aliento hasta que se convierta en una fina hebra, hasta que colapse todo y el silencio colme el mundo. Cuando ya no esté, quiero que la vida siga girando, como lo ha hecho siempre.

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UNA DESPEDIDA

Hace algunos años encontré en una Feria del Libro, un local cundido de libros de distintos autores y autoras; abarrotado de tantos, busqué guía en el encargado, que me recomendó varios de poesía, entre ellos, uno que, por su portada negra con letras blancas, resaltaba inmediatamente. Así conocí a Carlos Figueredo, licenciado en derecho, revolucionario cubano y poeta, que, hasta hoy, sé que terminó con su vida en marzo de 2009, en La Habana, ciudad emblemática que le vio nacer y morir.

Conocemos la vida del artista a través de su arte. Por más que queramos ocultarlo, ciertos remanentes de nosotros quedan en las obras, ecos de aquello que somos, aquello en lo que creemos y aquello que en definitiva detestamos.

"Cuando yo no esté, me van a extrañar las cosas que hacen mi vida sin darse cuenta: la gente en bicicleta, mis enemigos, el cartero, las pulgas de mi perro, la luz roja del semáforo, el claxon, la pacotilla, las sobras de la comida, el sol que no ha salido y aquellos que no quieren imitarme", con esas palabras recuerdo a Carlos Figueredo ahora que escribo sobre las despedidas, sobre aquel momento en que no estemos y nada ni nadie esté para nosotros; le rememoro ahora que pienso en aquel instante que tenemos que vivir, por lo menos una vez, forzados a ya no ser, a ya no estar; solo en ciertos momentos tenemos la posibilidad de elegir cómo queremos que sea nuestra despedida.

Sea cual fuera el tipo o la clase de adiós, ¿cómo querríamos que fuera nuestra despedida?, ¿elegiríamos acaso un abrupto y desgarrador final, optaríamos por la huida silenciosa o postergaríamos lo posible aquello bueno para que las flores que quedaron siguieran germinando aún sin nosotros?

¿Qué camino tomaríamos si tuviéramos el privilegio de hacerlo?, cuál sería nuestro último deseo antes que no haya vuelta atrás; cuál sería aquella epístola que escribiríamos antes del materializado adiós, que nos encomienda a Dios y al poco probable reencuentro; antes de aquella despedida que nos empuje al punto final que ponga candados y trampas, evitando cualquier posible retorno, haciendo que sólo quede un camino para todo: seguir después de todo.

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