En columnas pasadas lo he comentado y en estos días, desde el púlpito del poder, se ha alzado nuevamente la voz para culpar a los corridos y prohibir su interpretación en espacios públicos (o serían multados los exponentes), especialmente los que interpretan los llamados “bélicos”, pues la propia presidenta los cataloga como los responsables de la violencia que lacera a nuestro país. El argumento es sencillo: si cantas sobre sicarios, armas y poder, estás promoviendo esa realidad. Pero ¿de verdad es tan simple?
Esta narrativa oficial busca convertir la música en chivo expiatorio de una tragedia social que tiene raíces mucho más profundas. Echarles la culpa a los corridos por la violencia en México es como culpar al termómetro por la fiebre. Los corridos no inventaron la violencia, la retratan; son el grito crudo de una sociedad que se siente abandonada, que ha aprendido a sobrevivir entre balaceras, extorsiones y desapariciones.
Un ejemplo reciente es el caso del cantante Luis R. Conríquez en Texcoco, donde la Secretaría de Seguridad del Estado de México giró oficios a los ayuntamientos de Texcoco, Tejupilco y Metepec para advertirles que cualquier caso de apología del crimen en espectáculos musicales será castigado con hasta seis meses de prisión. Cabe mencionar que en estos lugares como en gran parte de México se están llevando a cabo ferias donde exponentes muy conocidos del género tienen presentaciones y por obvias razones, no podrán entonar sus mayores éxitos.
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Los corridos no son causa, son efecto. Son la expresión artística, y muchas veces comercial, de una normalización que viene desde abajo, pero que fue tolerada, alimentada y muchas veces pactada desde arriba. ¿Dónde estaban las estrategias de prevención cuando los cárteles reclutaban jóvenes en comunidades sin oportunidades? ¿Dónde estaba el Estado cuando la impunidad se volvió norma y no excepción? ¿Dónde estaba el Estado con Calderón, Peña y Obrador? ¿Por qué el culpable es la música y no la fallida estrategia pasada de “abrazos no balazos”?
Claro que los corridos pueden ser problemáticos, que pueden glorificar a personajes siniestros. Pero no nos confundamos, lo que se necesita es un país con justicia, con educación, con empleo, con esperanza. Silenciar las canciones no va a silenciar las balas.
Lo que vemos en las letras de esos corridos es una radiografía brutal del México real, no el que se presume en conferencias, sino el que se vive en colonias, carreteras, pueblos y fronteras. Culpar a los artistas por la violencia es no querer ver el espejo. Es más fácil condenar una melodía que asumir la responsabilidad por décadas de omisión institucional.
Haciendo zoom… La violencia no nació en los estudios de grabación, nació en la corrupción, en la desigualdad, en la ausencia del Estado. Si queremos acabar con los corridos bélicos, primero hay que acabar con el México bélico que los inspira, porque al final, los corridos no matan, lo que mata es la indiferencia del gobierno ante un país que grita auxilio con música de fondo.
ys
