En las últimas semanas, por no decir meses, Estados Unidos ha sido noticia casi a diario por razones que poco honran a los estadounidenses. Sin embargo, la historia del país vecino no se ciñe a los billonarios de Silicon Valley o a abusadores sexuales que llegan a la Casa Blanca, sino también por hombres y mujeres valientes que han aportado mucho, a veces desde el anonimato.
Hoy quiero hablarles del caso de una mujer que hizo precisamente eso, sin esperar mérito por sus acciones, al igual que muchas otras heroínas silenciosas en la historia de la humanidad. Hoy les contaré la historia de Deborah Sampson, una historia digna de una película hollywoodense.
Deborah Sampson nació en Massachusetts a mediados del siglo XVIII, siendo la cuarta hija de siete hermanos en una familia humilde que tenía raíces entre los primeros colonos ingleses en llegar a América; se dice que sus antepasados llegaron en el Mayflower, el famoso barco que trajo a los primeros peregrinos.
Te podría interesar
Cuando tenía cinco años el padre de Deborah abandonó a su familia, lo cual provocó una situación económica tan precaria que su madre la envió con una tía que fallecería pronto, por lo que terminaría viviendo con la viuda de un diácono en la zona rural de Massachusetts donde aprendería varias habilidades que luego le serían útiles.
Al morir la viuda, Deborah fue enviada como sirvienta de otra familia donde aprendió a leer y escribir por su cuenta. Su aprendizaje autodidacta fue tan exitoso que al cumplir 18 años empezó a trabajar como maestra, al mismo tiempo que trabajaba como tejedora. De hecho, con sus ingresos de maestra compró tela para tejerse sus propios pantalones, lo que no sería tan sorprendente de no ser porque en aquel entonces era ilegal que las mujeres usaran pantalones.
Pero los pantalones fueron solo el inicio. Deborah, que medía 1.75, tenía complexión fuerte y rasgos toscos, vendó sus pequeños senos, se cortó el pelo y se vistió de hombre. Decidió visitar a su madre para probar su disfraz. Su madre no la reconoció, así que fue a la unidad del ejército de Middleborough, Massachusetts, para enlistarse en el ejército continental de George Washington.
La Guerra de Independencia comenzó en 1775. Aunque no son claras las razones de Deborah para unirse, se dice que en parte fue porque se había enterado de que muchos de sus amiguitos de infancia habían muerto en combate. En todo caso, en esta unidad se dieron cuenta de que era mujer y tras una breve amonestación, Deborah fue a otra unidad para enlistarse como Robert Shirtliff.
ÚNETE A NUESTRO CANAL DE WHATSAPP Y RECIBE LA INFORMACIÓN MÁS IMPORTANTE DE VERACRUZ
Deborah entró a la Compañía de Infantería Ligera del 4.º Regimiento de Massachusetts, una tropa reservada para los hombres más altos y fuertes. Allí cuidaba los flancos de los regimientos, sus retaguardias, realizaba tareas de reconocimiento durante los avances y combatía cuerpo a cuerpo con militares leales a la corona. Deborah destacó como soldado raso. En más de una ocasión recibió impactos de balas.
De hecho, en una ocasión ella misma se retiró una bala incrustada con una navaja y se suturó con hilo y aguja, todo con tal de no ser llevada con los médicos para evitar que descubrieran que era mujer. Sus muestras de valentía son tantas que no podría narrar todas aquí, pero basta decir que fue tan buena que llegó a ser ayudante de campo del general Paterson.
En 1783 Deborah contrajo malaria y fue atendida por un médico quien descubrió que era mujer. El doctor la llevó a su casa donde su esposa e hijas la cuidaron y tiempo después dio aviso del descubrimiento al general Paterson, quien consciente del valor de Deborah decidió darle una baja honorable y suficiente dinero para que regresara a casa.
Ya en casa Deborah se casó con un granjero y tuvo tres hijos. Su situación económica, sin embargo, volvió a ser precaria ya que después de solo tres años el ejército le retiró su pensión. Terminada la guerra, Deborah solicitó su pensión a la legislatura de Massachusetts, que aprobó la petición del pago, añadiendo que Deborah: “exhibió un ejemplo extraordinario de heroísmo femenino al cumplir con los deberes de un soldado fiel y valiente, y al mismo tiempo, preservar la virtud y castidad de su sexo sin sospechas ni mancha…”
Con esta pensión de 4 dólares al mes (lo cuál era suficiente para la época) siguió su vida. Deborah decidió escribir sus memorias y recorrió Estados Unidos dando pláticas, las cuales, lamentablemente, no le generaron grandes ganancias, pero a grandes rasgos, se dice que vivió una vida tranquila hasta los 66 años cuando murió de fiebre amarilla.
Deborah Sampson Gannett fue la primera mujer reconocida como miembro del ejército de los Estados Unidos de América y su ejemplo de tenacidad y arrojo permanece como un modelo a seguir para hombres y mujeres, no solo de Estados Unidos, sino de todo el mundo.
Tal vez esta historia te hizo recordar la película de una mujer guerrera que lucha para salvar a China, o tal vez te hizo recordar a otras mujeres valientes que lucharon contra todo y que hoy en día nos inspiran. Y, aunque es admirable pensar en eso y elogiar esa lucha, también es importante reflexionar sobre todas las mujeres que todavía tienen que luchar innecesariamente solo porque el mundo ha sido muy injusto con todas ellas.
mb