COLUMNA

¿Y si todo sale bien?

Nescimus quid loquitur

Créditos: LSR Veracruz
Escrito en VERACRUZ el

Nubes negras inundaban el cielo sin que pudiera quitarlas del camino. Anunciaban lluvias moderadas, tormentas eléctricas y breves chubascos; no permitían vislumbrar ni un poco de luz que señalara aquel momento que llegarían a su fin. Estas distintas densidades de precipitación, enmarcaban otros elementos que sugerían que un completo desastre se avecinaba, moviéndose a gran velocidad.

El futuro sugería lo peor. Ciudades inundadas, poblados desaparecidos bajo la tormenta, rayos violentos impactando contra aquello que les atrajo con más fuerza; tsunamis aprovechando las circunstancias para ganar terreno, devorando la orilla del mar. Nada positivo se alzaba entre tanta tiniebla. Mientras la imaginación maquilaba desastre al por mayor, una pregunta iba ganando terreno, ¿y si todo sale bien?, ¿qué pasaría?

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Qué pasaría si aquello que buscamos con tantas ansias por fin sucede. Entre tanta ansiedad que nos consume, estas preguntas aparecieron impulsando a tomar, por lo menos, un sorbo de esperanza, para alimentar aquellas ansias de futuro.

Y si en vez de sumergirnos en aquellos escenarios catastróficos que nos arrojan a las hienas, el ahora se transforma en algo más benévolo, inspirándonos, dilatando nuestras pupilas, llenándonos de dopamina, haciéndonos seguir sin que el miedo nos controle.

Dónde terminarían aquellas derrotas imaginarias que hicimos propias sin que hayan sucedido todavía. Esas nubes negras, sin duda, caerían a pedazos después de obtener un buen resultado.

CINCUENTA CINCUENTA

Entre el mundo de lo posible y lo probable, podría decirse que casi todo lo que pongamos en la mesa es posible, pero pocas cosas son probables que sucedan.

Hay una probabilidad, aunque mínima, de que caiga un asteroide sobre nosotros en cualquier momento; una probabilidad de que nos atropelle un automóvil, de que el avión donde viajamos pierda el control y se estrelle; de ahogarnos con nuestra propia saliva y morir; como también hay una probabilidad de encontrarnos dinero en la calle, de no morir arrollados por un automóvil o aplastados por un asteroide; de que lleguemos con bien a nuestro destino mientras viajamos a bordo de un avión o que sobrevivamos al enfrentamiento cotidiano con nuestra propia saliva.

La mayoría del tiempo rondamos la ambivalencia entre el cincuenta y cincuenta, que introducen el futuro dentro de una caja, tomando como ejemplo el famoso gato de Schrödinger. No podemos ver dentro de ella, pero ahí habitan todos los escenarios que construimos, entre los catastróficos, los maravillosos, así como los que ni siquiera hemos podido imaginar.

La moneda está en el aire y pese a las probabilidades de que algo suceda, siempre existirá la otra cara de la moneda, aquello que podría pasar, que pudo pasar. El punto aquí es que se nos hace más fácil construir el futuro más terrible, porque así nos adelantamos, como un medio para tener más tiempo para enfrentarlo, digerirlo con más facilidad; pero, si también agregamos al oráculo, aquello maravilloso que también puede suceder, ¿qué pasaría?