Hoy murió alguien. En el interior del edificio se escucharon los chirriantes lamentos que revoloteaban entre habitaciones, escaleras y pasillos, propagándose como aquel eco fúnebre que nos avisaba de la tragedia. El frío de aquel enero se hizo más pronunciado, dificultando la posibilidad de ignorar las sirenas que se acercaban al punto donde se concentraban aquellos rumores respecto a lo que había sucedido, corrompiendo la verdad al contacto.
¿Suicidio?, ¿asesinato?, ¿muerte natural?, ¿accidente circunstancial?, todas las respuestas podían ser correctas, aunque nadie estaba tan seguro de lo que había ocurrido como para confirmarlo; ni siquiera la policía tenía información suficiente para desmentir las verdades a medias o las enteras mentiras.
La poca luz nos arrojaba a todos a un entramado de versiones que inundaban el ambiente cada vez más pútrido, y lo único que sabíamos era que había muerto alguien, sin conocer ni siquiera su nombre ni apellido, tipo de sangre o número de seguro social; no sabíamos si alguien le extrañaría realmente o si haría falta en el mundo que quedaba de pie; no sabíamos si aquellos que alguna vez lo odiaron llorarían su pérdida e hipócritamente escribirían algunas palabras en su nombre.
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Hoy murió alguien que creo haber conocido y extrañamente hubo algarabía. La caída trajo consigo un nuevo nacimiento que eclipsó la tristeza de golpe, recordando con tanta naturalidad el ciclo de la vida. Comienzos y finales, finales y comienzos que muchas veces no vemos, pero que suceden frente a nuestros ojos, al interior de nuestras vidas.
COMIENZO Y FIN
Cada día hay una fiesta que celebra el natalicio de una nueva versión de nosotros; al mismo tiempo, llega la noticia de la muerte de quien fuimos, del sepulcro de aquella versión previa de nosotros que fue enterrada junto con las creencias y gustos que no pudieron sobrevivir más tiempo, que fueron arrastrados con violencia hacia afuera.
En aquella algarabía participan las personas que en ese momento forman parte de nuestra vida, que queremos y si tenemos suerte, también ellos nos quieren. Ayudan a cortar el pastel, a encender las velas y en ocasiones hasta traen regalos para nuestro nuevo yo, que no es muy distinto al yo del ayer, pero es considerablemente distinto al yo de hace un mes, así como muy distinto al de hace un año.
Al velorio de quienes fuimos generalmente no acude nadie más que nosotros, todo aquel escenario de lamento queda oculto debajo de la fiesta; al sepulcro en definitiva vamos nosotros solos, nadie hace siquiera el mínimo esfuerzo por acompañarnos en ese duelo, por ayudarnos a recordar aquello bueno que tuvimos para que no se nos olvide llevarlo con nosotros, sumando la parte positiva de quienes fuimos a la nueva versión de quienes somos.
vtr