Desde una temprana edad se nos enseña que debemos cuidar nuestra virginidad, se nos enseña a cuidar nuestro cuerpo y a no perder “la virginidad” antes de tiempo. Dentro de esas enseñanzas siempre hay un buen argumento, siempre hay una buena intención de cuidarnos y de evitarnos una mala experiencia o algún tipo de sufrimiento.
Cuando somos adolescentes llegamos a esa etapa pensando y creyendo que nuestra primera vez debe ser perfecta, romántica y que debe estar llena de amor, que es una experiencia única y que debemos saber perfectamente a quien le entregamos ese momento, pues pasa únicamente una vez en la vida; sólo existe una primera vez.
A los hombres, también desde muy temprana edad se les enseña a ver el sexo de manera diferente, no se les acostumbra a valorar su primera vez como lo es para las mujeres. Se les suele decir que entre más jóvenes empiecen a descubrir ese mundo, sería mejor para ellos, que conseguirían más cosas al sumergirse en aquello tan placentero.
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Los hombres, usualmente, empiezan su actividad sexual antes que las mujeres; eso es “lo normal”, en cambio, nosotras siempre debemos esperar por aquel buen hombre que sea digno de recibir lo más preciado que tenemos, porque dentro del sistema en el que vivimos, las mujeres valemos más por nuestra sexualidad y por nuestras parejas, que por nosotras mismas.
Entrando un poco más al mundo del sexo ya no como valor y más como un acto carnal por el que todos estamos aquí, valdría la pena confesar que “la primera vez” no es buena, no es romántica y, por supuesto, que no se parece nada a las películas. Nuestras expectativas carecen de aquella ilusión al darnos cuenta de que esa experiencia es también un medio de opresión.
Después de ese primer acto sexual pasan muchas cosas por la mente de las mujeres (mucho más que por la de los hombres), puede llegar un sentimiento de culpa, llega tal vez un sentimiento de pena, también aquel pensamiento de que probablemente no te cuidaste como te hubiera gustado, y el más importante: la sensación de que ya eres una mujer.
Es bien sabido que hoy en día ver a la virginidad como un valor es una manera retrograda y machista de vernos a nosotras mismas. Aunque no se nos debería juzgar por nuestras parejas sexuales, por perder nuestra virginidad antes del matrimonio o simplemente porque queremos libertad sexual, es un hecho que actualmente así funciona.
En los hombres es todo lo contrario; se les felicita por el número de encuentros carnales que puedan llegar a tener, sin darse cuenta de que aquel suceso que nos oprime a nosotras también les afecta a ellos, porque dentro de este esquema patriarcal ¿qué pasa si el hombre no ha estado con suficientes mujeres? O, ¿qué tal que no le gustan las mujeres?
Entonces entra toda esta opresión que los lleva a lo mismo que a nosotras; ser juzgados por sus parejas sexuales. Aunque, simbólicamente no es lo mismo, ya que, hasta la fecha, a nosotras se nos sigue viendo peor cuando la lista supera a 2 hombres, ya sean novios o encuentros carnales.
Parte importante de superar esto que por décadas ha sido el sistema en el que hemos vivido, es nosotras mismas dejar de repetir aquel discurso, dejar de vernos como un valor por nuestra libertad sexual, dejar de vernos como malas mujeres o promiscuas cuando queremos disfrutar plenamente de un acto que, honestamente, es de lo más placentero que un humano puede hacer.
La virginidad es un hecho real, es algo que existe, algo que realmente se usa para definir a las personas que no han tenido relaciones sexuales, la Real Academia Española la define tal cual, pero de eso a darle el valor social de una divinidad y una castidad profunda hay una diferencia: el sistema patriarcal y la sociedad machista que le da un valor (para las mujeres) de sometimiento.
No significa que debemos dejar de cuidar nuestros cuerpos, todos debemos saber cuidarnos y saber con quien decidimos compartir esos momentos. Tampoco se trata de juzgar a las mujeres u hombres que deciden esperar hasta el matrimonio para tener relaciones sexuales, o aquellos que deciden no hacerlo jamás.
No importante es aprender a dejar de juzgar por las decisiones de los cuerpos que no son nuestros, sobre todo el de las mujeres. No tenemos ningún valor sexual y nuestras virtudes no se basan en nuestras parejas sexuales, tampoco los hombres son “más chingones” al estar con más mujeres.
No hay que seguir replicando discursos en una sociedad que poco a poco ha estado en constante cambio, el sexo debe ser disfrutado por todos los que lo practican, debe dejar de ser visto como un tabú y debemos dejar de darle valor a algo que no lo tiene. Porque, ¿quién se despierta en las mañanas pensando si los demás tienen sexo, o no…?
mb