“Venimos a comer con él como si estuviera presente”, dice Isabel García. Los restos de su hermano Narciso descansan en el Cementerio Particular de la ciudad de Veracruz desde hace seis años. La familia del difunto – sus padres Criserio y Tomasa Toribia, sus hijos de 10 y 12 años y sus cuatro hermanos – comen tamales de elote y masa al compás del requinto de “La llorona”, la versión de la tica Chavela Vargas.
La misma música se escucha en otras áreas del panteón, al igual que canciones del tabasqueño Chico Che o del tamaulipeco Rigo Tovar. La cumbia de “El Sirenito” escapa de una pequeña bocina portátil mientras una mujer y dos trabajadores del cementerio limpian una tumba, casi cerca de la barda del lugar, oculta entre árboles de ramas crecidas y maleza.
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Son más las personas que entran al Cementerio Particular que las que salen de él. El acceso, en cuyas puertas cuelga un letrero con el anuncio “Inmueble abierto de 8:00 am a 5:00 pm”, es custodiado por elementos de la Fuerza Civil y uno que otro volovanero. El bullicio viene del tráfico causado por los automóviles y la gente que se detiene a comprar flores para sus muertos en los locales de la calzada Armada de México y la avenida Díaz Mirón.
Las tumbas lucen adornadas con claveles, margaritas y lirios, pocas con flores de cempasúchil y moco de pavo. La mayoría de las familias lavan y limpian las fosas con agua que acarrean de un pozo, con guataca y machete. Casi todas se unen en círculo y rezan frente al descanso de sus seres queridos. Solo pocas, como la familia de Narciso García, se toman un rato para sentarse a convivir con sus muertos, con música y comida.
“Pues que lo extrañamos, que nos hace falta, pero que no se preocupe, que no esté pensando en sus hijos, porque estamos pendientes de ellos, que nos dé fuerza y salud para seguir adelante”, es lo que Isabel García le diría a su hermano si lo tuviera de frente. Cree que se lo dice, cree que su hermano está en ese momento con ellos, cree que disfruta de un tamal de elote y de un vaso con Coca-Cola, que le gustaban.
Diana Yazmín, viuda de Narciso, observa su tumba a lo lejos. Su hijo de 10 años se le acerca, le pregunta por qué tiene los ojos llorosos y ella solo atina a responder que porque están rojos. Va y toma asiento junto a sus suegros Tomasa Toribia y Criserio, quien sostiene un celular de donde se escuchan los lamentos de Chavela, la mexicana a la que le dio la rechingada gana de nacer en Costa Rica.
La familia visita a Narciso cada 2 de noviembre desde la colonia El Renacimiento, ubicada en la zona norte de la ciudad de Veracruz. Lo hacen porque la visita al panteón el Día de Muertos es una tradición que sus padres heredaron de su natal Oaxaca. Su padre Criserio o su hermana Isabel limpian su tumba periódicamente. Cada domingo, la familia completa va a verlo.
Los Panteras llevan el norteño de Tijuana a los panteones
“Pasaste a mi lado con gran indiferencia, tus ojos ni siquiera voltearon hacia mí” … Francisco canta “Cien años” de Pedro Infante frente a una tumba. Coordina su voz con el ritmo de sus manos que tocan un acordeón Gabbanelli de color negro con detalles rojos. Lo acompañan Luis, Jorge – el único jarocho – y David. Son Los Panteras, un grupo norteño de Tijuana que prueba suerte en Veracruz.
Perdidos en su primera vez en el Cementerio Particular de Veracruz, el único que conocen de los tres que hay en la ciudad, cambiaron los restaurantes de Mandinga para cantarle a los muertos frente a sus tumbas este 2 de noviembre. Van perdidos porque no encuentran a la familia que los contrató, pero aprovechan para cantarles a quienes les piden una canción para sus difuntos a cambio de 100 pesos.
“¡A la bio, a la bao, a la bim, bom, bá! ¡Gonzalo, Gonzalo! ¡Ra ra ra!”, vitorea una familia cuando “Cien Años”, termina.
Francisco, Luis, Jorge y David continúan su camino por los corredores del panteón en la búsqueda de las personas que los contrataron. El día empezó flojo para Los Panteras que, poco a poco, van ganándose a la gente que los ve pasar con camisas con estampados norteños y sombreros, con acordeón, guitarra, bajo y bombo.
Narciso también va a casa
La puerta de la casa de la familia García se abre cada año a las 00:00 horas del 2 de noviembre. Desde la entrada, Criserio, Tomasa Toribia, Diana Yazmín y el resto de los familiares de Narciso lo invitan a pasar formando un camino de humo que huele a incienso. Nadie olvida la muerte del joven, quien falleció a sus 25 años en un accidente automovilístico cuando el conductor de la unidad en la que viajaba como copiloto chocó en las inmediaciones del kilómetro 13 y medio, en la carretera federal Veracruz-Cardel.
“Su muerte fue muy trágica, porque pues uno no lo espera, a veces piensas que uno se va a morir primero, los mayores, porque él es más chico”, comenta Isabel García.
La hermana de Narciso cree que su difunto se sienta con ellos a la mesa para que coma lo que le gustaba: tamales de elote, de masa, pozole, platanitos rellenos y espagueti. Para que beba cerveza, caña, Coca-Cola, Vive 100, Gatorade, agua natural, de Jamaica y horchata “para que él se vaya contento otra vez al lugar donde está, que sepa que todavía sigue presente, que no nos olvidamos de él”.
mb