León.- El 16 de octubre de 1971, a la edad de 18 años, falleció en la ciudad de Monterrey, Nuevo León, el seminarista de los Misioneros de la Natividad de María (MNM) José de Jesús Jaime García, y su cuerpo fue trasladado a su ciudad natal León, Guanajuato, para ser sepultado en la gaveta 26 del Panteón San Sebastián.
Diez años después, sus padres decidieron trasladar sus restos al Templo Expiatorio, aunque al abrir su ataúd observaron asombrados que el cuerpo permanecía incorrupto, como si estuviera dormido, por lo que el féretro permaneció en el cementerio, hasta que en 1991 fue trasladado al Expiatorio, cuando su cuerpo seguía en perfectas condiciones.
Juan Jaime, papá de “Jaimito”, como se le conocía, cumplió 10 años después del fallecimiento de su hijo el deseo de su esposa María Luisa García Estrada de trasladar los restos al Santuario Expiatorio, y después de cumplir los trámites, una comisión familiar se hizo presente en el panteón San Sebastián para realizar dicho traslado del cuerpo.
De acuerdo con lo mencionado en el libro “Rumores de Santidad” que se publicó en agosto de 2017, del periodista Carlos Xavier González López, y actuailizado con testimonios de algunos de los familiares de Jaimito, al cementerio se presentaron Juan Jaime Barbosa, Margarita Galván de Jaime, Juan Jaime García y Margarita Jaime García para recoger el cuerpo, y llegaron hasta la gaveta 26 para estar presentes en la exhumación.
Se encontraba también para dar fe de la exhumación y para bendecir los restos el sacerdote Arturo Durán Navarro, quien fuera compañero de estudios en el seminario de “Jaimito”.
Dos trabajadores del cementerio quitaron la lápida y luego los ladrillos, para enseguida jalar el féretro blanco y lo recostaron en el prado.
Los panteoneros levantaron la tapa del ataúd y se asombraron, junto con los presentes, ya que el cuerpo de “Pepito”, como también le llamaban, se encontraba incorrupto.
Entre incrédulos y temerosos por la sorpresa de un hecho insólito, los familiares y el sacerdote observaron el cuerpo con una vestimenta bien conservada luego de 10 años, su rostro con una expresión sonriente, como si acabara de dormirse y una tonalidad de piel sonrosada.
Repuestos de su sorpresa inicial, tocaron su cuerpo y constataron que no estaba endurecido, era una piel blanda conservada por 10 años dentro de una gaveta.
Los propios sepultureros señalaron que nunca antes se había presentado en el panteón San Sebastián un caso de momificación tan admirable y pasaron un informe sobre lo acontecido a las autoridades del cementerio. Incluso algunos vecinos del lugar se dieron cuenta de este hecho y acudieron a la gaveta 26 para presenciar lo que mencionaron se trataba de un milagro,
Los padres de “Jaimito” acordaron guardar prudencia sobre este acontecimiento y nuevamente el cuerpo fue inhumado por 5 años más, por lo que se suspendió su traslado al Templo Expiatorio.
Muere la mamá
Xavier González relata en su libro que la familia Jaime García tenía una casa en Mc Allen, Texas, en donde pasaban vacaciones y el 16 de mayo de 1986, los papás de “Pepito”, Don Juan y Dona María Luisa, regresaban a León en un autobús que se volcó en la carretera Monterrey-San Luis, y Dona María Luisa resultó con lesiones graves, mismas que le ocasionaron falleciera el 24 de diciembre en un sanatorio de San Luis Potosí y para cumplirle los deseos de que su cuerpo fuera depositado en la gaveta 26 del Panteón San Sebastián, junto a su hijo, abrieron la gaveta para colocar su cuerpo y de nuevo la sorpresa le llegó la familia Jaime García: ¡El cuerpo de “Jaimito” continuaba en perfectas condiciones!, luego de 15 años de su fallecimiento.
En la gaveta 26 quedó el cuerpo de Doña María Luisa y se consiguió otra gaveta provisional para colocar el ataúd con el cuerpo incorrupto del ex seminarista.
En el Templo Expiatorio
En 1991, a 20 años del fallecimiento de “Jaimito”, se hicieron los trámites del traslado del féretro donde se encontraba aún su cuerpo en perfectas condiciones y sus familiares se toparon con el inconveniente de que sólo había espacios pequeños para colocar urnas con cenizas y el padre Magdaleno Olvera aceptó que se acondicionara un espacio para colocar el féretro sin dañar el cuerpo.
El féretro construido con maderas finas por Don Juan Jaime se encuentra desde 1991 en un espacio donde había 6 gavetas y a razón de confirmar con sus familiares la nueva fecha en que se abra el ataúd, ya no sería sorpresa que “Jaimito” siguiera como si estuviera dormido.
Se trata sin duda de un hecho sobrenatural, de un “milagro” (Como señalaron vecinos que acudieron ese día para constatar lo que sucedía en el panteón), un suceso que queda en manos de los científicos aclarar y, por qué no, también de las autoridades eclesiásticas, ya que se trata en este caso de un joven seminarista lleno de virtudes que incluso podría llegar a su beatificación, como señala el título del libro “Rumores de Santidad”.
De momento no se sabe cuándo será la siguiente exhumación, pero 20 años son ya una muestra de este suceso extraordinario.
La ciencia detrás de un cuerpo incorrupto
La incorruptibilidad de un cuerpo es uno de los fenómenos más sorprendentes de la historia. Muertos que se mantienen como si el tiempo no hubiera pasado para ellos, como el caso que hoy nos atañe de un joven leonés. ¿Cuál es la explicación más lógica?
Una de las hipótesis científicas sobre la incorruptibilidad, es de que se trata del aislamiento de oxígeno: el cadáver se deseca cuando se evapora el agua de sus tejidos, por lo que es imposible que se desarrollen gérmenes y se vita la putrefacción. Aunque a Jaimito, durante su primera exhumación en 1981 lo tocaron y su piel estaba blanda.
Otra posibilidad es la petrificación (como las momias de Guanajuato), o transformación del cadáver en material pétreo debido a la infiltración por hidrioxipatita y carbonato cálcico.
En resumen, la explicación científica es que un cuerpo incorrupto se trata de un proceso de desecación espontánea o natural que impide la putrefacción y descomposición del cadáver.
¿En qué consiste? Lo más común es que la exhumación se lleve a cabo a los 10 años de la inhumación, tiempo que suele durar la licencia de un nicho. De cualquier manera, el tiempo mínimo para poder llevar a cabo la extracción del cadáver es, por regla general, de 5 años.
Y en el caso del seminarista leonés, fueron 2 exhumaciones, en 1981 y en 1991, última año este en que lo trasladaron al Templo Expiatorio, cuando su cuerpo continuaba incorrupto.
Otros detalles
Damos a conocer a grandes rasgos lo que fue de la vida de este joven aspirante al sacerdocio:
Nació el 11 de septiembre de 1953, en la casa con el número 247 de la calle Hernández Álvarez, casi esquina con la 5 de Febrero.
Era el quinto de 9 hermanos de la familia formada por Juan Jaime y María Luisa García.
De niño fue acólito en los templos cercanos a su domicilio.
El 1 de diciembre de 1965 ingresó al seminario de la congregación que en este entonces se llamaba Esclavos de la Divina Infantita y que años después cambiaría a Misioneros de la Natividad de María, ubicado en la comunidad de Santa Ana del Conde.
Cabe señalar que, de sus compañeros de seminario, se ordenaron posteriormente 12 sacerdotes de los Misioneros de la Natividad de María, además de que otro de sus compañeros que se ordenó en Chihuahua es actualmente el Arzobispo de Chihuahua, Mons. Constancio Miranda Weckman.
Cuando estaba por terminar su nivel escolar de preparatoria, a principios del mes de septiembre de 1971, se le envió a cubrir su año de magisterio a la Prevocacional de Monterrey, Nuevo León, cuando acababan de cambiarle el nombre de Correccional de Menores y casi todos los custodios fueron cambiados del lugar para dejar la labor en manos de los seminaristas misioneros, quienes atendían a lo internos como vigilantes, consejeros y enfermeros, en su ayuda para rehabilitarlos. Fue precisamente en La Prevocacional, donde Jaimito falleció electrocutado en una noche de lluvia del día 16 de octubre.
Sus compañeros del seminario han dado testimonios de la vida ejemplar de este joven ex seminarista que, es muy probable que siga como dormido en su féretro que se encuentra en el Templo Expiatorio cuando se realice una nueva exhumación.
Cabe señalar que, yo (Quien esto escribe) también fui compañero de “Jaimito”, ambos teníamos 18 años al momento de su fallecimiento, por lo que puedo también atestiguar que, a pesar de su corta edad, fue un joven ejemplar, lleno de espiritualidad y, sobre todo, muy alegre.
Esta semana continuaremos con el tema, con entrevistas a familiares y compañeros de seminario que darán a conocer sus testimonios sobre este hecho sobrenatural.
JP