Guanajuato.- Luego de ser detenido, Miguel Hidalgo fue enjuiciado y murió de una manera fusilado por las autoridades de España por iniciar la Guerra de Independencia contra la corona española.
Luego de casi seis meses de haber comenzado el levantamiento por la Independencia, el 21 de marzo de 1811 en las norias de Acatita de Baján, en Coahuila, fue capturado Miguel Hidalgo junto con Juan Aldama, Mariano Abasolo, Mariano Jiménez e Ignacio Allende, Miguel Hidalgo y 1,300 insurgentes por el capitán de milicias Francisco Ignacio Elizondo.
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Fueron llevados los prisioneros a Chihuahua, llegaron el 25 de abril de ese año y los dejaron en el Real Hospital Militar para enjuiciarlos pero a Hidalgo lo recluyeron en el antiguo Colegio de los Jesuitas en Chihuahua (hoy actual palacio de Gobierno de Chihuahua).
En el juicio fueron encontrados culpables del delito de Alta Traición Allende, Aldama y Jiménez y fueron condenados a muerte, fueron fusilados el 26 de junio.
Por su parte, Abasolo proporcionó información de la insurgencia que permitieron a los realistas hacer redadas en donde obtuvieron material para contrarrestar el movimiento.
Por su colaboración, aunada a los esfuerzos de su mujer, le conmutaron a Abasolo su condena por la de prisión perpetua en Cádiz, España , en donde murió en 1816 de tuberculosis pulmonar.
En lo que respecta a Hidalgo, su sentencia de muerte que iba a ser aplicada el 26 de julio fue aplazada pues el 29 de julio fue sometido a un juicio eclesiástico ante el Tribunal de la Inquisición en el que fue despojado de su investidura sacerdotal y se le declaró hereje.
Asumió Miguel Hidalgo la responsabilidad de haber comenzado la guerra de independencia y posteriormente Hidalgo fue entregado a la autoridad militar para que pudiera ser ejecutado.
En el juicio militar que enfrentó Hidalgo ante el Tribunal de Chihuahua fue señalado como reo de alta traición y fue sentenciado a muerte.
Un día antes de que fuera fusilado, Hidalgo recibió los sacramentos de la confesión y de la eucaristía por parte del cura Juan José Baca.
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El día del fusilamiento de Hidalgo, el 30 de julio de 1811, el sonido de un tambor y de las campanas de los templos, dieron el anuncio a vecinos y a Hidalgo, que había llegado la hora de ir al paredón.
Más de mil soldados resguardaban afuera del edificio de donde estaba Hidalgo, que llenaban la plaza de San Felipe; en el interior lo esperaba un pelotón de 12 soldados a las órdenes de Pedro Armendáriz.
Pidió Hidalgo que le llevaran unos dulces que había dejado en su celda, los cuales entregó a los soldados que lo iban a fusilar y les dijo:
"La mano derecha que pondré sobre mi pecho, será, hijos míos, el blanco seguro a que habéis de dirigiros".
Rezaba un breviario, que llevaba en la mano derecha mientras continuaba su marcha y sostenía un crucifijo con la mano izquierda.
Una vez frente al pelotón de fusilamiento, Hidalgo besó el banco que estaba clocado cerca de la pared, y luego de sostener con el encargado del pelotón una discusión por negarse a sentarse de espaldas.
Hidalgo entregó el crucifijo y el breviario a un sacerdote y se sentó de frente en el banco, los soldados le ataron las piernas al banco, le fueron vendados los ojos y él colocó su mano en el pecho.
Los soldados del pelotón de fusilamiento, formados de cuatro en fondo, dispararon una primera descarga sobre Hidalgo que lo lesionó en el vientre y en un brazo, lo que hicieron se retorciera por el dolor y ocasionó que se le cayera la venda que le tapaba los ojos, por lo que el pelotón disparó una segunda vez y los impactos fueron casi en el mismo sitio y provocaron que le salieran lágrimas de sus ojos.
En seguida los soldados le dispararon a Hidalgo por tercera vez y los impactos le destrozaron el vientre y la espalda y uno de los militares se le acercó y a quemarropa le disparó dos veces al corazón para acabar con su vida.
Posteriormente el cuerpo del cura de Dolores fue sacado del lugar y colocado en una silla para ser exhibido por varias horas en una plaza cercana ante el público como manera de escarmiento.
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Luego, el cadáver de Hidalgo fue colocado en un tablón y a un indio tarahumara se le dio la orden, en presencia del coronel Salcedo, para que con un machete le cortara la cabeza y el jefe español le entregó 25 pesos de plata por el trabajo.
Luego de unos días, las cabezas de Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez, fueron llevadas a Guanajuato para colocarlas en las cuatro esquinas de la alhóndiga de Granaditas donde permanecieron por alrededor de 10 años.
CM