Guanajuato.- En el popular programa “Historias engarzadas” Alonso Echánove declaró abiertamente la a entrevistadora Mónica Garza lo que ya se sabía en el medio artístico, y que su propia familia no había ocultado: las adicciones a las drogas habían sido un pesado lastre en su vida.
En lo personal, por problemas graves con su madre y sus hermanas; en lo laboral, como un sello que ralentizaba su carrera. Su talento histriónico era brillante y le abría el paso a contratos para importantes películas mexicanas; Arturo Ripstein veía en él un tesoro que tenía que aprovecharse, y con él como director, hicieron ambos varios de los filmes más destacados de las décadas de los 80 y 90.
Pero la vida del actor se complicaba entre sets de filmación, ensayos, clínicas de rehabilitación y largos periodos de consumo. Primero en ese orden y luego en el inverso, incluyendo además graves recaídas de salud que lo dejaban incapacitado temporalmente.
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Y aun así, siguió adelante.
Inicio temprano
Según la entrevista en “Historias engarzadas”, Alonso inició fumando marihuana a los 14 años. A partir de ahí siguió probando otras drogas más peligrosas, y “ahí fue el acabose”, declaró en la entrevista.
Así siguieron 38 años de consumo prácticamente continuo, en los que esa enfermedad acompañó su trayectoria profesional.
Debutó en cine a los 26 años, con “A fuego lento” al lado de su madre Josefina Echánove, actriz de la época del Cine de Oro.
Ya arrastraba la adicción que lo acompañaría una larga parte de su vida.
Doña Josefina Echánove lo había echado de la casa familiar, para no poner en riesgo a ella misma ni a las hermanas de Alonso: la periodista Peggy Echánove y la cantante María del Sol.
El problema era tan grave que a Alonso no le importaba de dónde conseguir dinero para las drogas. Se olvidaba de su familia y de él mismo con tal de satisfacer la adicción, ya ahora inmerso en el crack.
Premio Ariel, nominaciones y reconocimientos nada valían; el actor llegó a vivir en la indigencia, durmiendo en las calles, mientras que a su familia le llamaban amenazándola para que pagaran lo que Echánove había consumido con los traficantes.
Cinco infartos cerebrales a partir de 1996 fueron necesarios para convencerlo de, por fin y de una vez por todas, limpiar su organismo.
Dejó el consumo en 1997, pero un año después le sobrevino el sexto derrame, que le dejó las secuelas en el habla y en la movilidad, que tuvo que sobrellevar ya de forma permanente.
Totalmente rehabilitado los últimos 25 años de su vida, Alonso Echánove se dedicó a compartir sus conocimientos sobre los escenarios; estuvo a cargo del taller de teatro en la Universidad de Guanajuato, al frente de un grupo actoral, y además tuvo la oportunidad de seguir participando en otras películas, como Cuatro Lunas o 2033.
CV