Los narcos se están saliendo con la suya. Ahora ponen a competir a los gobiernos estatales sobre quiénes son los peores o quiénes son los mejores en seguridad, según el número de muertos en cada región.
Los malos construyen las estadísticas negativas, matando gente. Y sus resultados son publicitados y amplificados en la conferencia matutina de la Presidencia de la República. El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, cae en el juego de los narcotraficantes y ventila públicamente el número de muertos, como si fueran indicadores económicos dándole valor a los muertos del narco.
Los narcos usan al Presidente de México.
Lo malvados ponen la agenda.
Los traficantes deciden qué estado debe ser desprestigiado, según sus intereses, y qué estado está limpio, según ellos.
Es una locura. El narco tiene a las autoridades contra las cuerdas, en términos de opinión pública. Los malos matan a gente para presionar a las autoridades locales y el Presidente es un vocero involuntario de las atrocidades en el país. El narco toma la delantera.
Ha metido al país en una competencia para ver quién reduce el número de ejecutados, pero los únicos que pueden modificar esa cifra son los narcotraficantes y huachicoleros. Y entonces de qué sirve que Andrés Manuel exhiba y golpee a los estados con más muertos, si lo único que logra es consolidar y legitimar el plan de los mañosos.
El narco adquiere un poder que nunca había tenido en México. El poder de decidir quién está mal y quién está bien en seguridad, con entrada directa a la conferencia mañanera de la Presidencia de la República.
Es absurdo.
Sólo en México.