“El que esté libre de pecado, que arroje la primera piedra”. “No hay justo, ni aun uno”. Podrían esgrimirse más sentencias bíblicas para defender a la ministra Yasmín Esquivel de ese “error de juventud” que fue el haber plagiado la tesis, y que ahora está pagando con el descrédito de su fama pública.
La Universidad Nacional ya resolvió que Yasmín Esquivel plagio su tesis, si bien —afirma la UNAM— no hay un procedimiento previsto para retirarle el título, y al parecer, el examen profesional ha convalidado cualquier vicio existente.
En este sentido, y confirme con la teoría del acto administrativo, ese título es formalmente válido y, por lo tanto, mientras no sea invalidado por una autoridad competente, dicha persona cubre ese requisito para ser ministra de la Suprema Corte, pues la Constitución exige título de licenciatura en derecho con un mínimo de 10 años de antigüedad. Y cumplía los requisitos —por lo menos en ese aspecto— para aspirar a la presidencia de la Corte.
Sin embargo, la realidad es que la fama pública de las personas sí juega y debe jugar un papel importante cuando se han acreditado hechos y actos que lesionan seriamente la honorabilidad de las personas que aspiran a determinados puestos o que los ejercen.
Hay quienes piensan que ha sido excesiva la exigencia de moralidad para la ministra Esquivel. No lo creo. Si un abogado litigante sin relevancia social fuera descubierto en el plagio de su tesis de licenciatura, seguramente el comentario quedaría en una anécdota del “Licenciado Trinquetes”. Pero tratándose de los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, el estándar de rectitud exigible es infinitamente mayor al del Licenciado Trinquetes. Más aún, tratándose de quien aspira a presidir la Corte y el Consejo de la Judicatura. Es decir, la exigencia va en proporción a la aspiración. Nada más, pero tampoco menos.
En el caso, nos estamos refiriendo a la práctica del Derecho en su máximo nivel. Nada menos que la aplicación de la justicia en el máximo tribunal.
De cualquier persona que aplica el Derecho, cabe esperar que su comportamiento general sea derecho, es decir, recto, apegado al deber ser. De un juez, se espera que sea justo, y el ser justo implica ajustar su vida —en particular su vida profesional—a lo que debe ser.
Entonces el Derecho no es el único sistema normativo a considerar. También la Ética juega un papel importante, pues quien es descubierto en un acto injusto pierde toda credibilidad para sus actos posteriores. Un razonamiento válido sería el siguiente. Si la justicia consiste en dar a cada quien lo que le corresponde —o dar a cada uno su derecho, como está escrito en la recopilación de Justiniano— esta persona no tenía derecho a un título de licenciatura, por no haber cumplido con un requisito previo, que es la redacción de una tesis original. Eso, según las reglas vigentes entonces en la UNAM, independientemente de que en otras universidades haya otras modalidades de titulación o incluso la modalidad de titulación CERO, lograda por algunas universidades como reconocimiento a su nivel académico y que consiste en el beneficio de sólo acreditar cada una de las materias para obtener el título.
Entonces, si tenemos un juez injusto o una ministra injusta, que permanece en el cargo, se daña seriamente la imagen del órgano impartidor de justicia y de las instituciones en general. El ideal de 1928 de que este país llegue a ser una nación de instituciones y de leyes, queda pulverizado.
Además, la pedagogía implícita para las futuras generaciones de abogados es muy evidente: olvídate de la rectitud y de la justicia. Eso es cosa de ingenuos. Si tienes la capacidad para hacer trampas, y el cinismo necesario para mantener la cara dura si te descubren, puedes ascender en la política, en la administración en los órganos de justicia, en lo que quieras, incluso llegar a ser ministro de la Corte.
Entonces, sí que la ministra Esquivel haría un gran favor a la Corte, a la UNAM, al presidente cuya confianza no supo honrar, y a la Nación, si se retirara de la escena pública. Porque para ser, además hay que parecer. Y, por desgracia, ella no parece ser una persona recta. Bien haría en renunciar, aplicando sobre sí misma una sanción que mostraría que por lo menos conserva el valor del pudor y que le devolvería la tranquilidad a su conciencia, porque, como dice la sabiduría de la plebe, el buen juez, por su casa empieza.