Con motivo del inicio del ciclo escolar 2022-2023 han circulado opiniones en torno a una recomendación de Conapred para permitir a los niños y jóvenes asistir a la escuela con cabello teñido y con el peinado y vestimenta del agrado de los estudiantes.
Algunos padres de familia y docentes han manifestado su desagrado frente a esta recomendación. Los argumentos son básicamente dos. Primero, que la escuela es para formar a las personas y, por lo tanto, no debe permitirse que cada niño vaya como le dé la gana a la escuela. Segundo, que la escuela pierde autoridad y poco falta para ser la burla de todos.
En el contexto educativo de quienes ahora somos adultos, no faltaría razón a quienes así argumentan. La escuela era concebida como un brazo del Estado y una extensión de la familia. En una sociedad autoritaria y con un modelo de familia tradicional, la escuela podía imponer sus reglas en aspectos como el vestido y el peinado. Las normas de trato social eran parte importante del currículum explícito u oculto, y por tanto era impensable que la escuela no interviniera frente a una manifestación de rebeldía en el cabello o la ropa.
Pero las cosas han cambiado. La decisión en la manera de vestir o arreglarse el cabello es de la persona. Esta libertad también beneficia a los niños, adolescentes y jóvenes. Si se considera que la autonomía es creciente en el ser humano, a medida que niños y niñas van siendo capaces de tomar sus propias decisiones y asumir sus consecuencias, se les reconoce esa libertad y el Estado la protege.
Para ello ha servido el concepto del libre desarrollo de la personalidad. Resulta que la Constitución y los tratados internacionales signados por México protegen determinadas libertades específicas, como las de tránsito, de acceso a la información, de trabajo o industria, de expresión, de imprenta, de religión, entre otras. Pues bien, el concepto libre desarrollo de la personalidad, desarrollado por la doctrina y la jurisprudencia de México y de numerosos países americanos y europeos, protege todas aquellas libertades que no están expresamente protegidas por la Constitución y los tratados.
Allí caben la libertad de adornarse el cuerpo con tatuajes y los más variados accesorios, la libertad para cambiar de sexo o de género, la libertad para disolver el vínculo matrimonial sin necesidad de ninguna causal, sino por la sola voluntad de una de las partes, y la libertad para drogarse con mariguana. Por su puesto, también abarca la libertad para teñirse o cortarse el cabello al antojo de cada quien.
Este es pues un concepto eminentemente liberal, frente al conservadurismo que busca controlar las conductas de las personas limitando sus libertades. Estamos frente a un concepto que reconoce que el Derecho es un mínimo ético. Es decir, el Derecho y el Estado pueden limitar las libertades humanas únicamente para evitar que unos seres humanos dañemos a otros. Si no hay daño, el Estado no puede limitar las conductas y si alguna autoridad, ya sea familiar, escolar, eclesiástica o de cualquier otra índole, pretende limitar las conductas, entonces es posible acudir al Estado en busca de amparo, y el Estado protege las libertades.
Es así de sencilla la lógica con que opera el tema del libre desarrollo de la personalidad. En el pasado, los grupos, los “cuerpos”, como la Iglesia, la familia, el sindicato, el Estado, gozaron de prerrogativas por encima de los individuos. En la actualidad, es el individuo quien hace valer sus libertades frente al grupo. Ante a esta dicotomía, juzgo que vale la pena revisitar el análisis que el filósofo británico Bertrand Russell hace en el breve ensayo publicado en español por el Fondo de Cultura Económica y que lleva por título Autoridad e Individuo.
No es mi intención entrar en esta colaboración al debate de si se trata de la instauración del nuevo orden mundial, de si se trata de debilitar a las instituciones o de si hay una conspiración. Lo que me interesa es dejar en claro que así funciona actualmente el Derecho y debemos estar conscientes de ello tanto padres de familia, como autoridades escolares y docentes, y autoridades civiles en general.
Traer el cabello pintado de verde o azul podrá no gustar a algunos, pero esto no hace mal a nadie. Y cualquier adolescente lo puede argumentar, empezando porque la actual secretaria de Educación Pública usa cabello rojo y lentes multicolor. Si fuera algo malo, esta funcionaria sería la primera en ser sancionada. También es evidente que no pocos docentes tienen adornado su cuerpo con tatuajes, lo cual hubiese escandalizado a las señoritas que dirigían los colegios leoneses hace algunas décadas, pero que en la actualidad ya no sorprende a nadie.
Es probable que estas breves reflexiones disgusten a más de alguno, y lo entiendo. Pero lo cierto es que el Estado, el Derecho y la educación van cambiando y hay que asumirlo. Ahora que, si hay alguien que no lo soporte, habrá que recordar, sin ánimo de ser irrespetuoso con mis compañeros docentes, aquel refrán que dice que si a alguien no le gusta el calor, que no se meta a la cocina.