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Édgar, el hombre que busca a su hija y esposa devoradas por el río Ilamatlán de Veracruz

Édgar Morales busca a su esposa Guadalupe Hernández y a su hija Allison, de 7 años, arrastradas por el río Ilamatlán en la Huasteca Baja de Veracruz; la maestra y su niña desaparecieron tras las lluvias del 9 de octubre; Édgar se sumó a la búsqueda con apoyo del gobierno estatal

Las dos fueron arrastradas por el río que se desbordó en Ilamatlán, Veracruz.
Édgar Morales busca a su esposa María Guadalupe y su hija Allison, de 7 años.Las dos fueron arrastradas por el río que se desbordó en Ilamatlán, Veracruz.Créditos: RAÚL ESTRELLA
Escrito en VERACRUZ el

ILAMATLÁN, VER.- Édgar tiene grabado de memoria la última vez que vio a su esposa Guadalupe y a su hija Allison antes de que fueran devoradas por el río Ilamatlán. Fue a inicios de octubre —el día cinco— cuando las acompañó hasta la comunidad de Chahuatlán, en la Huasteca Baja de Veracruz. Después de un año separados por casi 800 kilómetros, a la “maestra Lupita” le aceptaron un cambio de escuela y ya no estaría a 18 horas de su casa, en Naranjos Amatlán, sino a cinco. Los tres se despidieron con un fuerte abrazo y prometieron verse el domingo siguiente. Todo era felicidad para ellos, sin saber que la tragedia ya se avecinaba.

Édgar Morales y María Guadalupe Hernández se conocieron por Facebook en 2016; él desde entonces trabajaba en una planta de Coca-Coca, en Naranjos Amatlán, y ella como empleada doméstica en la Ciudad de México. Se enamoraron a primera vista y al año siguiente se casaron. En 2018 llegó su princesa, como llaman de cariño a Allison Guadalupe Morales Hernández, que ahora tiene siete años. Con gran deseo de superarse y apoyar en los gastos familiares, Lupita terminó su preparatoria y trabajó para pagarse la licenciatura como maestra de primaria.

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Hace apenas dos meses, a finales de septiembre, Guadalupe recibió un correo notificándole que su cambio de sede había sido aprobado; ahora daría clases de cuarto y quinto grado en la escuela Benito Juárez, en Chahuatlán, perteneciente al municipio de Ilamatlán. Ella le dio la noticia a su esposo saltando de gusto. Ya no se verían cada fin de cursos sino, con suerte, cada fin de semana. No habría puentes ni días festivos que no pasarían juntos. Allison cursaría el segundo año en la escuela de su mamá.  

En internet, Guadalupe se enteró que en la comunidad donde ahora daría clases la señal telefónica es escasa; por eso rentó la segunda planta de una vivienda a orilla del río. Desde que Édgar las ayudó a instalarse en ese lugar todas las noches su esposa buscaba señal para llamarlo y cuando la tecnología era bondadosa se veían mediante videollamadas por la aplicación Zoom. 

“Yo perdí contacto con ellas desde el día miércoles 8 de octubre. Estuvimos platicando un rato por videollamada y como que parecía que se iban a suspender clases por las lluvias (…) Me dijo que allá estaba lloviendo y le dije que en Naranjos también. Después se fue la señal y por último me mandó un mensajito donde me decía ‘el nivel del río está creciendo’ y fue todo lo que me escribió”, dice Édgar aún incrédulo de la situación que enfrenta.

Edgar busca a su esposa e hija de siete años arrastradas por el río. (RAÚL ESTRELLA)

El jueves 9 de octubre ya no hubo comunicación y él lo atribuyó a la falta de señal. Pero al día siguiente encontró una noticia en Facebook que lo paralizó. Había maestras desaparecidas en Chahuatlán y buscaban con urgencia a los familiares de Guadalupe Hernández y Allison Morales. Édgar sintió un cosquilleo en su cuerpo y las manos se le cristalizaron por el frío.

Avisó a sus jefes de su tragedia y le dijeron que por su empleo no se preocupara, que ahí lo iba a estar esperando, que la prioridad era irlas a buscar. El hombre se echó a correr a su casa; salió vestido con un pantalón impermeable color azul con el logo impreso de Coca-Coca, una camisa tipo polo y sus botas industriales. En una mochila empacó con desesperación lo que consideró imprescindible: las actas de nacimiento de sus familiares, sus CURP y sacó del cajero lo que le sobrara de su quincena. 

Tomó el primer camión que encontró y salió a buscarlas. Le prometió a su madre, quien no dejaba de llorar, que no regresaría sin ellas. Para entonces el estado de Veracruz ya enfrentaba los estragos del disturbio tropical 90-E y, precisamente Ilamatlán era de los municipios incomunicados. 

“Yo pude llegar hasta 8 días después a Chahuatlán, llegué un sábado 25 de octubre. Llegué al lugar en donde rentaba mi esposa y las personas me dijeron que se las había llevado el río y desde entonces ando buscándolas”, recuerda el hombre con impotencia. La casa de dos pisos y otras 15 viviendas de esa cuadra ya habían desaparecido.

Pobladores le explicaron que, entre las 7 y 8 de la noche del jueves 9 de octubre, el río Ilamatlán borró por completo toda una hilera de viviendas y arrasó con todo a su paso. No solo eran su esposa y su hija, también estaban desaparecidas la maestra Ancelma Ramírez Hernández, de 41 años,  y su madre Lucinda Hernández Domínguez, de 64. Édgar es un hombre reservado y habla poco, sin embargo se dijo asimismo que no había espacio para la vergüenza y tenía que alzar la voz para que las autoridades buscaran a las suyas.

Edgar mira al horizonte, en donde el río dejó destrozos. (RAÚL ESTRELLA)

Entre los rumores en Chahuatlán se enteró por la gente que ese sábado 25 de octubre llegaría un helicóptero del Ejército Mexicano que llevaría víveres y después regresaría a una base aérea en Poza Rica, donde estaba atendiendo la emergencia la gobernadora Rocío Nahle García.  No lo pensó y volvió a echarse a correr. Buscó al capitán de una aeronave de la Guardia Nacional y le contó su preocupación. “Te vas con nosotros”, le respondió el capitán Calvo. 

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Me vio la gobernadora y me dijo que me iba a ayudar

Sin pensarlo Édgar se puso en cuclillas, abrazó su mochila de franela con los documentos, y ocupó su lugar en la nave. Conoció por primera vez el aeropuerto de El Tajín, en Poza Rica; la pista estaba llena de soldados y helicópteros. El ruido, lo aturdía, pero él ya había grabado el rostro de la gobernadora con fotos que buscó en internet y comenzó a buscarla.

“Tuve suerte porque la encontré y ya le platiqué de mi situación y pues me dijo que me iba a estar apoyando en este aspecto de seguirlas buscando, que no solo eran mi esposa y mi hija, pero me programó con los chavos con los que ahora ando”, dice Édgar, al referirse a un equipo de rescate de la Unidad Canina de la Secretaría de Seguridad Pública (SSP)

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Édgar es una persona de estatura baja y tez morena; de orejas grandes y nariz redonda. Dueño de una mirada imponente porque sus ojos negros casi no parpadean y los rodean unas ojeras pronunciadas. Un hombre respetuoso que mira a los ojos cuando habla. Tal vez por eso su caso se implantó en la memoria de la gobernadora Rocío Nahle García, quien en una reciente rueda de prensa desde el Palacio de Gobierno se refirió a su caso. Los rescatistas harían todo por encontrarlas, aseguró.

Edgar tuvo que caminar varios kilómetros para empezar la búsqueda de su familia. (RAÚL ESTRELLA)

"Desde ayer están binomios caninos, drones, personal, el esposo de la maestra. Él ya estuvo en la zona, caminó 10 kilómetros, la gente del pueblo no localizó cuerpos. Ojalá estén vivos, son personas no localizadas", expuso.

Y aunque la propia mandataria morenista sostuvo que el dinero no es ni será problema para atender los daños por el disturbio tropical que dejó 36 muertos y 7 desaparecidos, el presupuesto solo alcanzó para que a Édgar le hicieran un espacio en un albergue de Poza Rica. Ahí duerme por las noches desde el sábado 25 de octubre y en las mañanas es asignado a una aeronave del Ejército para sumarse a la búsqueda con el equipo de rescate de la SSP. Él es un buscador más. El que camina más rápido que los perros (agentes caninos) y busca cada indicio a lo largo del río que se tragó a su amor y a su princesa.

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Las extraño todos los días y las voy a encontrar 

Son las 11 de la mañana con 8 minutos del lunes 27 de octubre. Una tripulación desciende de un helicóptero UH60 black hawk (también conocido como halcón negro) de la Guardia Nacional a un terreno arenoso con piedras ovaladas junto al río Xoxocapa, en el municipio de Zontecomatlán. “Mis respetos para el chavo —dicen tres policías rescatistas— no ha parado de buscarlas”. Édgar Morales ya es conocido por soldados y policías sin importar el rango. Todos harán lo posible por encontrar a sus dos mujeres, comparten a la demás tripulación. Aunque si esta misión resulta exitosa será por haberlas encontrado muertas.

Es el tercer día consecutivo de búsqueda. El objetivo es caminar a lo largo del río Ilamatlán —también conocido como río Garcés— hasta los límites de Veracruz con el estado de Hidalgo. Édgar está seguro que estas espesas aguas color tamarindo, con troncos de árboles de cedro aún esparcidos a los costados, esconden a la maestra Lupita y a Allison. Lo sabe porque ya agotó las posibilidades de encontrarlas en comunidades aledañas a Chahuatlán. Visitó clínicas, albergues y morgues en los municipios de Ilamatlán y Zontecomatlán, pero nada. 

Los días sábado y domingo Édgar recorrió a pie los 10 kilómetros que calculó la gobernadora Rocío Nahle. Este lunes la meta son otros 7 en seis horas; el ritmo debe ser lento para “peinar” o revisar el río pero también a las dos orillas. Dos policías se ocupan principalmente del flanco izquierdo (los agentes Carlos García y Silvestre Jiménez); otro elemento estatal (José Luis García) y Édgar del flanco derecho. Al equipo lo acompañan dos agentes caninos de la raza pastor belga (Mía y Luka) entrenados desde nacidos para identificar dos tipos de olores en estos contextos de búsqueda: el miedo —cuando las personas están atrapadas y entran en crisis nerviosa— y la carne en estado de descomposición. Los perros pueden olfatear hasta en un radio de 150 metros, cuando el agua es considerada un factor en contra.

Policía carga a perro rastrador durante búsqueda de maestra y su hija en Ilamatlán. (RAÚL ESTRELLA)

En el equipo también participa un trabajador de la Coordinación de Comunicación Social, quien dejó de seguir la agenda de la gobernadora para sobrevolar un dron y revisar las zonas de difícil acceso y para ubicar la ruta más segura para andar a pie. 

La búsqueda inicia por un terreno arenoso donde las botas se hunden hasta los tobillos; el calor húmedo sofoca y es inevitable no respirar por la boca para soportar. De repente, como si de una carrera de maratón se tratara, Édgar comienza a separarse del grupo y se adelanta unos 200 metros del grupo. “¿Por qué hace eso?”, pregunta un acompañante al policía al mando. “Lo hace desde el primer día. Se adelanta para buscar por todos lados y para que sienta que no quedan lugares sin buscar”, responde con asombro. La desesperación hacen de Édgar Morales un atleta

El equipo lo alcanza diez minutos después. Y en una parada Édgar aceptar contar de su esposa, a quien lleva en su carrete del celular. Tiene 37 años y es cuatro años mayor que él. Recuerda que un día, hace cuatro años, al regresar del trabajo en la compañía, Guadalupe le dijo ‘es que me aburro en la casa y me quedo sola’. Él le dijo que por que no se metía a estudiar. Ella, sin dudarlo, le tomó la palabra y acabó el bachillerato abierto en un año. Apenas lo hizo le dijo que ahora cursaría Educación Básica en la Universidad Popular Autónoma de Veracruz (UPAV), y que él no se preocupara porque para pagar las cuotas bimestrales se pondría a trabajar. 

“Siempre fue muy amigable. Gracias a Dios tiene mucha gente que me ha apoyado en este caso, maestras, amigos, vecinos. Todos la queremos mucho. Es amigable, muy sociable. Como todos tenía su carácter —se le asoma una sonrisa—.  Yo le decía mi amor”, dice Édgar apoyado en un tronco.

Lupita cumplió su propósito. Gracias a una amiga que conoció en el bachillerato abierto comenzó a dar clases como maestra rural en el Consejo Nacional de Fomento Educativo (CONAFE). En 2022 su sueño lo había realizado, cuando se recibió como profesora. Y con esa inercia y ganas de salir adelante se ganó una plaza en el nivel primario. La sorpresa fue cuando se enteró hasta dónde la habían mandado a dar clases: en la comunidad Playa Santa del municipio de Las Choapas, a 771 kilómetros de distancia; desde el extremo norte de Veracruz hasta el extremo sur, en la frontera con el estado de Tabasco. ‘Me voy para allá’, le dijo Lupita a Édgar pero, además, la pequeña Allison se iría con ella. Allí concluyó su primer grado de primaria.

Édgar se adelanta siempre 200 metros a los policías que realizan las búsqueda, para asegurarse que se revisó cada espacio. (RAÚL ESTRELLA)

El hombre que hoy busca a las dos mujeres apoyó el proyecto profesional de Guadalupe. Al igual que la última vez que las vio en Chahuatlán, las llevó hasta Las Choapas hace exactamente un año a instalarse en su antigua escuela. Luego vino la noticia del cambio que hoy no sabe si terminó por ser un golpe de mala suerte. 

El equipo avanza otro kilómetro por el río Ilamatlán hasta que el camino se corta por una pequeña montaña. Es necesario cruzar los rápidos del afluente hasta el extremo derecho. El oficial a cargo del grupo, Silvestre Jiménez, atraviesa el afluente con una cuerda atada a la cintura hasta sujetarla a una piedra. Luego pasan los demás; Édgar es el segundo el hacerlo, luego lo hacen los otros dos policías con los agentes caninos a sus espaldas. La corriente llega a la altura del abdomen y remueve la arena con ganas de derribarte. 

Mientras los integrantes del grupo se sacan el agua de sus botas y toman un poco de agua, Édgar habla de la pequeña Allison. “Mi princesa maravillosa, mi niña. También muy amigable y rápido se acoplaba y se adaptaba, interactuaba con muchas personas. Decía que quería ser enfermera”, dice el hombre y por primera vez clava su mirada al piso. No hay llanto solo un silencio profundo que humaniza a los policías a su lado. “Las vas a encontrar, amigo”, le dicen en medio de la nada. 

Sobre los planes a futuro, Édgar responde mientras sigue caminando con su ritmo felino que todo había pasado muy rápido y las cosas pintaban bien. El plan era adaptarse a los tiempos y distancia de la nueva escuela de Lupita, aunque la idea era que la familia se siguiera acercando a su casa en Naranjos Amatlán. Apenas eso sucediera, y con un ahorro en sus cuentas, llegaría el hermano o hermana de Allison

El camino sigue en el río Ilamatlán, las botas cada vez pesan más, pero el dron detecta a lo lejos a tres hombres cortando troncos de un árbol que arrastró la corriente. Los policías se acercan con ellos y les comparten el objetivo de la misión. Ellos responden que la noticia ha llegado hasta este punto, en la localidad de Tlatlazoquico, Ilamatlán. “Muchos ya fuimos a ver por donde está el puente Xoxocapa y no hay nada. Esté tranquilo porque la gente ya sabe de su caso y si hay algo vamos a avisar luego luego”, dice un hombre de cachucha. 

Édgar comparte que agradece la solidaridad de muchos habitantes pues son ellos quienes encontraron dos cuerpos, el de una mujer y un hombre, por este río originarios de Chahuatlán, donde desaparecieron sus dos familiares. “Están por acá. A ellas las arrastró la corriente pero es cosa de seguir buscando”, dice mientras vuelve a perderse del grupo. Su tenacidad es sorprendente y similar a la de miles de madres de personas desaparecidas que escarban en fosas clandestinas a lo largo del estado. 

Se han ido cuatro kilómetros y comienza a apreciarse un poblado en el mapa del teléfono. Bastan 200 metros para ver a algunos hombres bañándose en el río y otras mujeres aprovechan la corriente para lavar ropa. No son comunes estas escenas, explicará uno de ellos de nombre Irineo Ramírez, de la comunidad El Plan. “Ahorita nos estamos lavando aquí en el río, porque tenemos agua potable pero lamentablemente el agua (la inundación) se llevó todas las mangueras”. 

—“¿Ustedes ya se enteraron de la desaparición de las maestras?”, se le pregunta al hombre de bermuda guinda, playera azul y gorro en el mismo tono pero deslavado. “Sí ya. Unos que tienen celular y tenían todavía recarga (saldo) supimos que allá por Chahuatlán se perdió todo lo que estaba con todos los habitantes”, explica. 

Irineo cuenta que hace un par de semanas un señor de su pueblo encontró el cadáver de un hombre mientras cortaba leña. “Por allá abajo —indica con la vista— estaba un muertito que estaba encuerado; quién sabe quién era pero venía de Xaltipa y es un hombre; lo que nosotros sabemos es que su familia está en los Estados Unidos pero lo enterramos aquí mismo, en El Plan”, agrega.

De este hallazgo ya estaban al tanto Édgar Vargas y los policías rescatistas. La víctima ya fue identificada, a decir de detectives de la Fiscalía estatal y, efectivamente, era originario de Xaltipa, una comunidad que también pertenece a Ilamatlán y que, a decir de sus pobladores, fue borrada por completo con la corriente del río, con todo y unas 54 viviendas que la conformaban. Rogaciano Cortés, profesor de un telebachillerato comunitario informó que la comunidad, donde vivían unas 350 personas, quedó sepultada por rocas enormes que se desgajaron con la corriente del río Ilamatlán

A raíz de este hallazgo, y de la noticia de las maestra desaparecidas, Irineo Ramírez relata que el agente municipal de su pueblo convocó a una reunión y la gente se organizó para hacer una “faena”, como le llamaron a la búsqueda por el río. “Tuvimos como una reunión para hacer la faena pero no hemos encontrado más”, se lamenta. 

Édgar agradece con su cabeza y vuelve a adelantarse a paso veloz. Son ya las cuatro de la tarde y el helicóptero está próximo a aterrizar para llevarse al grupo. Todos están cansados y quisieran que el día ya se terminara, sin embargo para nadie es opción dejar solo a Édgar en su búsqueda. Se avanzan otros 40 minutos hasta una penúltima parada; el punto de aterrizaje está cruzando el río.

Los descansos son esporádicos y muy cortos durante la búsqueda. (RAÚL ESTRELLA)

Ya no hay agua para beber; de pronto, como si se apareciera de la nada, se aproxima un hombre, adulto mayor, arriba de su caballo color negro; usa sombrero, tiene su cabello canoso y sus manos son muy gruesas. “Ya no caminen más por este lado —el izquierdo— porque el agua está muy brava”, dice con tono sereno. En su caballo carga un bulto lleno de naranjas más verde que amarillas. No dice más, solo comienza a sacar las frutas que ha recolectado esta tarde y las reparte entre todos. “No, señor, son muchas”, le dice Silvestre, el policía. El campesino no responde, solo suelta una risa y termina por repartir unas 12 naranjas. Su presencia es un misterio. Luego se despide y se va perdiendo a lo lejos. Todos se miran entre sí sorprendidos por esa solidaridad anónima. “Nos acabamos todas las naranjas o va a ser una grosería”, dice Silvestre por primera vez von un tono de mando. 

Son las cinco de la tarde con 20 minutos. El grupo ha llegado a su destino aunque sin los resultados esperados. Los caminantes escogen una piedra junto al río y se lavan los pies y sus ropas salpicadas de lodo. Édgar se aparta, ya no para buscar en lugares específicos si no para extraviar su mitrada en el río que tiene ocultas a su esposa y a su hija. Desde su piedra dice que no pierde las esperanzas. 

“No pierdo la esperanza de encontrarlas, sigo buscándolas. Ya concluimos la búsqueda del día de hoy pero vamos a seguir buscando, ya sería hasta el día de mañana, por hoy no encontramos nada”, suelta con un tono de resignación. “¿Qué le dice a su esposa y a su hija?”, se le pregunta cuando las aspas del helicóptero ya zumban como avispas. “Que las amo y las extraño mucho; no hay día que no deje de pensar en ellas y voy a seguir buscándolas. Hasta encontrarlas”. 

Édgar no se detendrá.

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