Temis se quita la venda, porque imparcialidad no significa indiferencia. La justicia no puede limitarse a aplicar reglas formales mientras la gente queda desprotegida. Con los ojos abiertos, observa cómo el juicio de amparo, diseñado para ser el gran escudo de los derechos humanos, se ha convertido en demasiadas ocasiones en un procedimiento elitista y técnico, al que solo unos cuantos logran acceder plenamente.
El amparo es, sin duda, uno de los mayores aportes del constitucionalismo mexicano al mundo. Ha servido para frenar abusos de poder, para proteger libertades, para abrir paso a avances históricos en materia de derechos. Sin embargo, en la práctica cotidiana, no siempre cumple con esa promesa: demasiadas veces la justicia se detiene en los pasillos de la forma, mientras el fondo —la vida de las personas— queda sin respuesta.
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Para miles de personas en situación de vulnerabilidad, el amparo es más un ideal que una realidad. Los costos de representación legal, el lenguaje excesivamente técnico y la rigidez procesal levantan muros que solo quienes tienen recursos pueden sortear. Una comunidad indígena que no tiene traductor, una mujer que busca protección inmediata contra la violencia, un trabajador despedido sin indemnización: todos ellos tienen derecho al amparo, pero en la práctica enfrentan barreras que los excluyen.
Las causas de improcedencia y los sobreseimientos son ejemplo de cómo la técnica se impone al fondo. Un error en la redacción, una omisión formal, un tecnicismo procesal: razones suficientes para desechar una demanda que, de haberse estudiado con profundidad, habría permitido proteger derechos fundamentales.
Mientras tanto, quienes cuentan con abogados especializados y con recursos ilimitados hacen del amparo un arma poderosa: lo utilizan para retrasar procesos, suspender decisiones o proteger intereses económicos. En lugar de ser un instrumento de defensa del pueblo frente al poder, se convierte en una herramienta al servicio de los más privilegiados.
Esto genera un desequilibrio doloroso: quienes más necesitan justicia son los que menos la encuentran
Hoy, el país se encuentra ante un momento histórico. Con la llegada de nuevas ministras y ministros a la Suprema Corte de Justicia de la Nación, el gran reto del nuevo constitucionalismo es precisamente este: repensar la técnica del juicio de amparo y devolverle su carácter de auténtico juicio de protección de derechos humanos.
El juicio de amparo fue pensado como el escudo del pueblo frente al poder. Hoy, el reto es devolverle esa esencia. Que deje de ser un recurso de élite y vuelva a ser lo que siempre debió ser: el derecho más democrático de todos, el que no distingue nombre, dinero ni condición. El que protege la dignidad humana, porque sin ella, no hay justicia que valga.
No se trata de eliminar la técnica —que es indispensable—, sino de ponerla en su justa medida: como un medio y no como un fin. El respeto obsesivo al tecnicismo ha hecho que demasiadas veces se deje de lado la finalidad real del amparo: proteger vidas, garantizar derechos, reparar injusticias.
Y esto es aún más urgente cuando hablamos de personas en situación de vulnerabilidad: mujeres y niñas víctimas de violencia, pueblos originarios y comunidades indígenas, migrantes criminalizados, niños sin acceso a cuidados, personas privadas de la libertad sin defensa formal y materialmente adecuada. Ellos no pueden esperar a que la justicia se quede atrapada en los pliegues de la forma; necesitan que el amparo sea una herramienta viva, inmediata y accesible.
Repensar el amparo significa:
- Priorizar el fondo sobre la forma, evitando que tecnicismos se conviertan en excusas para negar justicia.
- Usar un lenguaje claro y accesible, que pueda ser entendido sin necesidad de traductores jurídicos.
- Concebir la suspensión como tutela anticipada, no como un trámite más, sino como un mecanismo inmediato de protección frente a violaciones de derechos.
El futuro del amparo depende de que lo devolvamos a su esencia: un recurso del pueblo frente al poder, un escudo para los más vulnerables, una garantía real de que la Constitución no es un papel solemne, sino una promesa cumplida.
Hoy, Temis nos recuerda que la imparcialidad no es indiferencia. Que la justicia no se agota en tecnicismos, sino que se concreta cuando las personas sienten que sus derechos son defendidos, sin importar su origen, su condición económica o su capacidad para navegar un mar de formalismos.
Porque un amparo que solo protege a unos cuantos no es un verdadero amparo.
Y la justicia que no llega al pueblo, simplemente no es justicia.
lm
