OPINIÓN

Cuando la valentía estorba al poder

Zoomlítica: Haciendo zoom a la política

Créditos: LSR Veracruz
Escrito en VERACRUZ el

La noche en que debía encenderse el Festival de las Velas en Uruapan terminó bañada en sangre. En pleno centro de la ciudad, frente a su gente, fue asesinado Carlos Alberto Manzo Rodríguez, alcalde municipal que desde el inicio de su gestión se atrevió a desafiar a quienes gobiernan desde las sombras. Era un hombre incómodo, de esos que no se callan, que no negocian con la impunidad y que, por esa misma razón, estaba condenado desde el momento en que decidió enfrentar al crimen organizado en su propio territorio.

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Desde que asumió el cargo, Manzo encabezó una estrategia de seguridad tan efectiva como arriesgada; salía con su equipo a recorrer las calles, transmitía sus patrullajes en vivo, denunciaba públicamente los sitios de entrenamiento del crimen y señalaba la complicidad de autoridades que miraban hacia otro lado, su único delito fue no agachar la cabeza, por eso recibió amenazas, por eso vivía bajo advertencia, por eso el Gobierno federal le asignó una escolta. Tenía, según las autoridades, un esquema de protección que debía garantizar su integridad, pero el sábado 1 de noviembre por la noche, mientras inauguraba un evento público, las balas lo alcanzaron sin que nadie pudiera evitarlo, entonces la pregunta se impone, ¿dónde estaba esa protección? ¿De qué sirve la supuesta vigilancia, los protocolos y la presencia de seguridad si un alcalde puede ser ejecutado en el centro de su ciudad, frente a decenas de testigos?

El secretario de Seguridad federal, Omar García Harfuch, reconoció que contaba con protección desde diciembre del año pasado y que incluso había sido reforzada en mayo, pero la realidad es que de poco sirvió; lo mataron igual, en un ataque planeado y certero, como si no existiera gobierno, como si la vida de un alcalde valiera menos que el silencio que conviene mantener y lo peor es que este crimen no es un caso aislado, se suma a una lista que crece en el mismo estado. Hace apenas unos meses, Martha Laura Mendoza Mendoza, alcaldesa de Tepalcatepec, fue asesinada afuera de su casa junto a su esposo; y antes, Bernardo Bravo Manríquez, presidente de la Asociación de Citricultores del Valle de Apatzingán, fue privado de la libertad y encontrado sin vida tras denunciar extorsiones del crimen. Tres nombres, tres historias que se parecen demasiado: líderes locales que intentaron devolverle dignidad a su comunidad y terminaron pagando con la vida.

¿Es esto un mensaje para los que se atreven a alzar la voz? No hay duda de eso, es la advertencia más brutal: quien no se somete, muere; es la forma en que el crimen reafirma su control territorial, recordándonos que ni el poder político ni los esquemas de seguridad sirven cuando lo que reina es el miedo y mientras tanto, los de siempre, los que se dicen del poder, los que viajan en primera clase, los que firman contratos millonarios con empresas vinculadas al crimen, gozan de total impunidad, cómodamente instalados en un país donde ser honesto se castiga y ser corrupto se premia.

La muerte de Carlos Manzo no es solo el asesinato de un alcalde, es el símbolo de un país donde hacer lo correcto puede costarte la vida, es la confirmación de que la valentía no tiene lugar en un sistema que protege más a los cómplices que a los valientes y es también una prueba dolorosa de que el Estado sigue ausente, incapaz de garantizar seguridad incluso a sus propios representantes.

Es imperdonable que alguien cuyo único propósito fue buscar la seguridad de su gente haya sido silenciado de esta manera, es imperdonable que las autoridades repitan, una vez más, el discurso de siempre: “ya se investiga”, “no habrá impunidad”, “se llegará hasta las últimas consecuencias”; esas mismas palabras vacías que se repiten con cada asesinato, con cada tragedia, hasta que la indignación se apaga y el olvido vuelve a cubrirlo todo.

Haciendo zoom... Carlos Manzo apostó por la luz, y lo mataron en la oscuridad, pero su muerte debería servir para encender algo más grande que el miedo, la exigencia de justicia, de responsabilidad, de verdad, porque si normalizamos estos crímenes, si aceptamos vivir bajo el dominio del terror, si permitimos que sigan matando a quienes intentan cambiar las cosas, entonces ya perdimos. El sábado las velas de Uruapan se apagaron antes de tiempo. Ojalá que su luz no se extinga del todo, que el nombre de Carlos Manzo no se sume al archivo de los olvidados, porque si no somos capaces de exigir justicia por los que dieron la vida por nosotros, entonces el crimen no necesita seguir disparando, ya gobierna, ya manda, ya venció.

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