El norte de Veracruz vuelve a ser noticia, pero no por un logro, ni por un avance, sino por la tragedia que dejan las lluvias, las inundaciones y lo más grave, la indiferencia de sus autoridades. En Poza Rica, el agua arrasó con casas, autos y esperanzas, pero el golpe más duro no lo dio la naturaleza, lo dieron la negligencia y la soberbia del poder.
Mientras familias enteras buscaban refugio y compartían en redes sociales súplicas de ayuda, la gobernadora Rocío Nahle minimizaba la tragedia refiriéndose a lo ocurrido como “un ligero desbordamiento”. Esas tres palabras, tan frías como desafortunadas, retratan de cuerpo entero a una administración que aún no entiende que gobernar no es administrar daños, sino prevenirlos.
Porque sí, las lluvias estaban previstas, meteorólogos y especialistas habían advertido sobre el mal tiempo y el riesgo de desbordamientos, es más, desde las primeras precipitaciones, los arroyos ya mostraban señales de alarma, y el incremento del caudal del río Cazones era previsible. Sin embargo, ni el gobierno estatal ni el municipal activaron protocolos de emergencia; el alcalde de Poza Rica prefirió esperar, y esa espera costó caro. No hubo alertas oportunas, ni coordinación con Protección Civil, ni refugios habilitados a tiempo.
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Los testimonios de habitantes son claros, nadie les avisó, nadie los preparó y cuando el agua comenzó a subir, lo único que les quedó fue subir a sus techos a esperar que pasara el río y acabara con todo eso que les costó años construir.
Universidad Veracruzana
Pero el desastre no terminó ahí; la falta de sensibilidad alcanzó también a la Universidad Veracruzana, pues en la región Poza Rica–Tuxpan, estudiantes denuncian que el día previo a la tragedia, profesores advirtieron que quien no asistiera al examen reprobaría, provocando que varios jóvenes foráneos, ante la presión académica, decidieran quedarse en el municipio para presentarlos. Hoy algunos están desaparecidos, y otros, lamentablemente, perdieron la vida.
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¿Qué clase de universidad, de rector y de administración son los que ponen una calificación por encima de la vida? El rector Martín Aguilar Sánchez no puede escudarse en la autonomía universitaria para evadir su responsabilidad moral. En una institución que se precia de formar ciudadanos críticos y humanos, la empatía no debería ser opcional.
El panorama que dejan estos hechos es desolador, un gobierno que minimiza, un municipio que improvisa y una universidad que calla, en conjunto, reflejan la fragilidad institucional de un Veracruz que, una vez más, sufre no solo por la fuerza de la naturaleza, sino por la indiferencia de quienes deberían protegerlo.
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Haciendo zoom…
Rocío Nahle y Martín Aguilar mantienen sus respectivas gestiones sobrepasadas por la soberbia y no escuchar a los suyos. No bastan los discursos ni los boletines; se requiere humanidad, previsión y liderazgo. Lo ocurrido en el norte del estado no fue un accidente, fue el resultado de una cadena de omisiones. Y si el gobierno y la máxima casa de estudios no ponen como prioridad la vida de las y los veracruzanos, ¿qué podemos esperar de los próximos años? Porque cuando la soberbia gobierna y la empatía se ausenta, lo que sigue no es progreso, es tragedia.
lm
