COLUMNA

Un buen Juez es, ante todo, una buena persona

Los Ojos de Temis

Créditos: LSR Veracruz
Escrito en VERACRUZ el

Hace años, José Francisco Malem Seña lanzó una pregunta que sigue resonando en nuestros tiempos: ¿pueden las malas personas ser buenos jueces? Una interrogante que hoy resulta más relevante que nunca. Sobre todo, en una sociedad marcada por la desigualdad y la injusticia, donde la balanza rara vez está equilibrada, no basta con aplicar la ley solo con técnica; se necesita humanidad.

La pregunta es sencilla, pero su respuesta nos lleva a reflexionar sobre el papel de quienes tienen en sus manos la enorme responsabilidad de juzgar. La función de una persona juzgadora va mucho más allá de interpretar normas; implica comprender que detrás de cada expediente hay una vida esperando justicia. Pero, ¿qué sucede cuando quienes juzgan carecen de empatía, ética o sensibilidad hacia el dolor ajeno?

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Cuando una jueza o un juez pierde su conexión con la humanidad que habita en cada decisión, cuando olvidan que cada sentencia impacta vidas concretas, el derecho se convierte en un ejercicio vacío. La balanza, en lugar de equilibrarse, se inclina aún más hacia quienes ya están en desventaja.

Quizá puedan dictar sentencias con técnica y precisión, pero sin humanidad, sin ética, sin sensibilidad, jamás podrán alcanzar la verdadera justicia. Porque ser juez o jueza implica mucho más que cumplir con los códigos; implica comprender el contexto, escuchar con empatía y, sobre todo, actuar con un objetivo claro: alcanzar la igualdad sustantiva.

La justicia tiene que ser el escudo que proteja a los grupos vulnerables, a quienes han sido históricamente ignorados: mujeres que claman por protección, personas indígenas cuyas voces son silenciadas, migrantes que buscan un lugar seguro, niños y niñas a quienes se les niega el derecho a la infancia. No basta con resolver; hay que reparar, hay que equilibrar.

En Los ojos de Temis insisto: la justicia no puede ser ciega a las desigualdades. Quienes juzgan no solo deben ser imparciales y conocedores del derecho, también deben ser buenas personas. Deben mirar con compasión y actuar con firmeza, entendiendo que cada expediente encierra una vida.

La balanza, desajustada por las desigualdades estructurales, solo podrá equilibrarse si quienes la sostienen lo hacen con ética, con valores y con humanidad. Porque la justicia, cuando se despoja de su corazón, no es justicia; es indiferencia con toga.

Que Temis abra los ojos una vez más y nos recuerde que el derecho, en manos de buenas personas, puede ser el más poderoso instrumento para cambiar vidas.