DUELO

La pérdida

Yo que juraba que los duelos había que vivirlos en su indispensable profundidad y sus inevitables trastocamientos; ahora me voy de ladito cuando camino y me digo: “reprime, reprime”. | María Teresa Priego

Escrito en OPINIÓN el

El fin de semana releí “El año del pensamiento mágico” y “Noches azules” de Joan Didion. “También esto pasará” de Milena Busquets. No hice nada más que sumergirme en la cama con la tableta pegada a la nariz. Hora tras hora. Escondida del afuera. Y de mí misma. Yo que juraba que no había nada como el libro físico, sus colores, su olor; cada vez leo más libros en electrónico. Así puedo llevarlos a todos lados en una sensación de abundancia. Yo que juraba que los duelos había que vivirlos en su indispensable profundidad y sus inevitables trastocamientos; ahora me voy de ladito cuando camino y me digo: “reprime, reprime”.

Ese síntoma: irse de ladito. Caminar sosteniéndose de otra persona o de las paredes. Tomografía obligada. Neurólogo. Las piernas no me sostienen, mis pies tocan el piso con una sensación extraña de estar flotando. Absurdo e irreal. Como la muerte. “Es emocional”, dice el neurólogo. Esa sensación de derrumbe. Lo pensé mirando sus fotos. Mi computadora vieja desapareció cantidades de archivos, entre ellos, el de sus fotos, nuestras fotos. Leer a Joan Didion. Leer el dolor de otras personas para olvidarme de mí. Para saber, ¿cómo le hicieron? ¿cómo dejaron de irse de ladito? 

Me avisan de su muerte y pasó dos días intentando recuperar sus fotos. Nuestras fotos. Obsesivamente. Si está allí no puede ya no estar en ningún lado. Leo años de cartas por mail. Si escribe allí, no puede ya no escribir en ningún lado. En esas horas surge esta frase: “Me voy a derrumbar. Me estoy derrumbando”. Y dos días después lo llevo a la realidad. Camino como si me fuera a derrumbar y no puedo contárselo. Camino como si necesitara su brazo para apoyarme. No puedo caminar si alguien no me sostiene. Extraña maneras tiene el cuerpo de pedir ayuda. Cuando yo no podría pedirla. 

Sucedió hace un mes y diez días. “Reprime”, me digo. “Reprime”. Ese afán de ser “funcionales”. Leo “La moda negra: Duelo, Melancolía y depresión” de Darian Leader. En esta ocasión leer no es una manera de enfrentar la realidad, sino de evitarla. Necesito tiempo. Me engaño todo lo que puedo. Si esa fotografía que le tomé está en el librero frente a mi cama, quiere decir que él allí está. En algún lado. Solo que no puede responder al teléfono. Un mes y diez días de ausencia y aún no puedo escribirle. Joan Didion perdió a su esposo y a su hija. Dos golpes “como la ira de Dios”. Uno tras otro. El espanto. El absoluto del espanto.

 

Pienso en la cantidad de calles que recorrimos juntos. Pienso en paseos. Pienso en la cantidad de películas y exposiciones que vimos juntos. Pero me detengo porque dejé cociendo el arroz. Porque suena el teléfono. Porque no sé dónde colocar todo lo que se fue con él. Lo que nunca más va a ser posible. Con lo simple que es abrazarse, ¿no es cierto? Con lo simple que es tomarse un vino tinto juntos. Reírse. Extender la mano y encontrar su mano. ¿Qué puede haber de más cotidiano? ¿Quién llegó a arrebatarnos la simplicidad? Necesito una memoria que de tregua. Que acepte no llegar de golpe, que no exija, que no duela así. Una memoria que se extienda en el tiempo a cuentagotas. Una memoria que me dé menos miedo.

Leí todas sus cartas. Y hasta me reí. Su sentido del humor. Una delicia. Pero convoqué –sin darme cuenta– la catástrofe interior. Vamos a darnos un tiempo. Esa foto tomada de tres cuartos donde se ríe con tantísimas ganas. Vamos a darnos un tiempo como cuando nos peleábamos. Ofendidísimos los dos. Siempre supimos que quizá no había tanto tiempo, pero igual lo perdíamos. “Parecen adolescentes”, me dijo mi hijo un día. “La dicha inicua de perder el tiempo”. Algo así. Cuántos libros leímos juntos. Vamos a darnos un tiempo para que yo tenga la fuerza de entender que ya no está ese tú que fuiste conmigo. Ni ningún tú. Y que me quedo solita con la yo que me revelaste tú. 

“Nunca me sentí tan querido como contigo”, esa frase que decía. Esa frase. Ojalá haya sido verdadera. Ojalá así lo haya sentido. Una siempre podría haber querido más, dado más. Preguntado más. Indagar a solas. Hasta que pueda decir su nombre. Hasta que pueda escribir de él. Tan distinto a todo lo conocido, tan único. Voy a seguir leyendo los duelos de las/los otras/os. Somatizar. El cuerpo habla y dice “ausencia”. Pierde el equilibrio. Se va de lado. El miedo a caerse. El miedo a las dimensiones de la pérdida. El miedo al “Nunca”, al “Jamás”. Necesito tiempo, por favor. Para saber que ya no es tiempo. Porque ¿cómo les explico que abrazarse es tan simple? Que no hay nada más simple que quererse, que no hay nada más simple que estar vivo.

María Teresa Priego

@Marteresapriego

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