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La ruidosa victoria

Bebemos, nos atragantamos de victoria sin entender por qué ganamos; engordamos, nos volvemos perezosos, descuidados; pensamos que no necesitamos a nadie para continuar. | Jafet R. Cortés

Escrito en OPINIÓN el

“Yo sé (todos lo saben)

que la derrota tiene una dignidad

que la ruidosa victoria no merece”.

Jorge Luis Borges

El campo de batalla estaba cubierto de cadáveres y lodo. Héroes de ambos bandos asesinados antes de nacer, eran recogidos y apilados sin mucho tacto, como si nunca hubieran estado con vida. El olor a putrefacción y pólvora fue reemplazado al poco tiempo por el de carne quemada y combustible; aquellos cuerpos ardieron en llamas con tal de que las únicas muertes fueran –preferentemente– las de los enemigos acribillados por la metralla.

Avanzamos cada vez más rápido, conquistando espacios con el uso de nuestra fuerza, aprovechando números y armamento, aunque no tardamos en sufrir la maldición de la ruidosa victoria, aquella que embriaga al contacto. Con cada triunfo estábamos más lejos de casa, cada éxito enceguecía nuestra mirada; dejamos de ser cautelosos, queríamos seguir ganando, como hasta el momento lo habíamos hecho, seguir a costa de todo.

Por más alarmas que encendieron, por más avisos que aparecieron de frente, continuamos el camino, sintiéndonos invencibles, pensando erróneamente que no necesitábamos a nadie más que a nosotros mismos. 

La derrota olía nuestro miedo que ocultábamos entre la algarabía de celebrar; acechaba cada vez más cerca, hasta que pudo tocarnos. Sentimos frío, un dolor inconmensurable apareció mordiéndonos la espalda, una tristeza que congelaba el ánimo, una realidad que hacía que nos volviéramos a sentir mortales, como nunca lo dejamos de ser. Aquella caída dolió, aquella derrota nos mostró una dignidad que la ruidosa victoria no merecía.

Tropiezos

Bebemos, nos atragantamos de victoria sin entender por qué ganamos. Engordamos, nos volvemos perezosos, descuidados; pensamos que no necesitamos a nadie para continuar; cegados, creemos ser los únicos autores del triunfo, hasta que descubrimos que no pudimos estar más equivocados.

Nos olvidamos de seguir aprendiendo, contagiados del síndrome del súper humano nos sentimos invulnerables, perdemos el piso; dejamos de reconocer a las personas que nos apoyan y su valor, dejamos de reconocernos a nosotros mismos como mortales.

Estancados, no nos permitimos crecer; nos encariñamos con nuestras imperfecciones, amenazando de muerte a quien se atreva a señalarlas. Embriagados de soberbia, ansiamos la siguiente victoria tanto, que aceleramos el paso, tropezando invariablemente con nosotros mismos, cayendo fuerte y dolorosamente al piso, donde pasamos más de una temporada repartiendo culpas, sin hacernos responsables de nuestras malas decisiones. Aquellas actitudes que tomamos nos va orillando a terminar en soledad.

La dolorosa derrota

La derrota es sincera, demasiado en ocasiones; cuando nos abraza no nos deja solos hasta que tiene la certeza de que comprendimos qué pasó, cómo llegamos a ella. Nos hace preguntarnos por qué caímos, comparte con nosotros de alguna forma su conocimiento que volvemos nuestro. Dolorosa, penetrante, artera, pero honesta, nos motiva a mejorar a través de la forma que encuentra para hacerlo; nos impulsa a no cometer, por lo menos, los mismos errores.

De una dolorosa derrota nadie regresa igual, hay quienes ni siquiera regresan, por lo que el hecho de volver a casa después de sufrir un descalabro tendría que ser suficiente motivación para actuar de manera distinta, preparar el terreno para que el siguiente enfrentamiento nos encuentre mejor, y que, si la fortuna nos sonríe y la victoria vuelve, esta vez la veamos con otros ojos.

Tenemos miedo que perder nos cueste la vida, pero no todas las derrotas nos llevan a ese infausto desenlace; tenemos tantas ansias de ganar que aceleramos el paso, pero no siempre debemos hacerlo, aunque entreguemos todo para lograrlo.

El punto medio, aquel codiciado espacio donde las distancias se igualan en todas direcciones, es lo que debemos buscar. Caminar con el suficiente cuidado para no pisar las minas-trampa que nos ha dejado tras de sí la prisa, al mismo tiempo que nos preparamos lo más que podamos para enfrentar de mejor forma el ahora, aprendiendo de los aciertos y errores, victorias y derrotas, siendo sinceros con nosotros mismos, nunca dejando de aprender.

Jafet R. Cortés

@JAFETcs