REPETICIÓN DE PATRONES

La repetición

Sus experiencias de maltrato durante su infancia y adolescencia le impedían reconocerse en sus derechos, aceptar que estaba atrapada en la repetición. | María Teresa Priego

Escrito en OPINIÓN el

Cuando algunas parejas terminan solemos escuchar reflexiones en las que se manifiesta una sorpresa muy honda y específica: “estaba segura de hacer una elección muy distinta a lo que viví en mi familia y me doy cuenta que elegí lo mismo”. “En mi casa me decían que era tonta e inútil y mi marido me trataba igual”, “mi esposo actuaba parecido a mi madre: como si yo no existiera”. “Era el hombre más amoroso y leal, no sé cómo cambió tanto”. “Nada era suficiente, nada le bastaba, su demanda fue insaciable”. Elisa “descubrió” hace quince años que el hombre de sus sueños “sí existía”. Un hombre que coincidía con sus gustos, necesidades, deseos y proyectos de una manera punto menos que mágica. ¿Quizá podría haberse inquietado ante tamañas coincidencias? Tienen dos hijos.

Su pareja le ofrecía la promesa de una ruptura con la precariedad emocional de los orígenes. En esa familia que estaban formando, “todo sería distinto” porque convivía con un hombre particularmente amoroso, honesto y cuyas prioridades –él no paraba de repetirlo– eran su pareja y su familia. Los discursos de Ernesto con respecto a su honestidad, su respeto por los otros, su confiabilidad y sus lealtades estaban en el centro de su vida. Nada peor para él que la traición. Nada peor que cualquier forma de discriminación. Su apertura al “diálogo” era un eje de su personalidad. Imperceptiblemente el tan citado “diálogo” se fue convirtiendo en un monólogo. Se instalaron las mentiras, las ofensas, el control sobre la vida de Elisa. Las exigencias absurdas. Elisa pensó que él pasaba por una etapa difícil, eso era, todo volvería a la “normalidad”. Ernesto parecía desdoblarse: en público seguía siendo el que ella había conocido, el espanto sucedía en privado.

Primero con sutileza, después con violencia, las descalificaciones se naturalizaron en sus vidas. Elisa no estaba en posibilidad de pensar con el mínimo de certidumbre, comenzó a dudar de sí misma. “Algo” le hacía ruido, sí. “Algo” la iba orillando cada vez más al silencio, pero no sabía reconocerlo. De golpe entendió que cualquier solicitud provocaba una tal ira en su esposo y un monólogo enardecido de tales dimensiones que era mejor callarse. Pero ¿es posible que alguien cambie de una manera tan radical? ¿no se lo estaría imaginando? ¿Acaso él no la instaba con frecuencia a que tomara decisiones aunque en la realidad, una vez que las tomaba, él se encargara de hacerlas pedazos? Sus experiencias de maltrato durante su infancia y adolescencia le impedían reconocerse en sus derechos, aceptar que estaba atrapada en la repetición

Por distintas razones (y sin razones) lo negó durante años: estaba atónita ante la transformación de su compañero tan “ideal” en un tirano. Su sorpresa no le permitía aceptar la realidad. La sumergía una enorme tristeza de no haber sido capaz de una elección amorosa más “sana”. Sentía que había echado por la borda su oportunidad de amar y ser amada, de crear un hogar para sus hijos. Fue creciendo una profunda rabia contra sí misma: ¿acaso una no se salva? ¿acaso no había para ella más posibilidad que la de colocarse en ese lugar cosificante que esta vez, ella misma había elegido? Se culpaba constantemente. Ernesto sabía cómo desestabilizarla. Unos días era amable y ella se llenaba de esperanzas, “estoy equivocada, me he estado imaginando su crueldad. ¿Estaré loca? Y después el trato despectivo regresaba. Pasar al lado de ella como si fuera invisible. Ridiculizarla.

Un día cuando los insultos se deslizaron hacia una primera agresión física huyó de la casa con sus hijos. El proceso ha sido largo. Extrañamente, mientras Ernesto vive tranquilo y convencido de no haber hecho sino lo correcto, porque jamás se le podría ocurrir el más mínimo cuestionamiento, a Elisa le ha costado muchísimo perdonarse. ¿Perdonarse de qué? De haber malbaratado su amor y su confianza, dice. De haberse relacionado desde la ilusión que ahora llama “ciega” producto de su fragilidad. Del daño que el divorcio provocó en sus hijos. “¿Qué es lo que más te reprochas?” “Haber sufrido la crueldad de mi madre y tantos años después, cuando me creía “salvada”, haber elegido en él la repetición de mi mamá