CIBERSEGURIDAD

ChatGPT y ciberseguridad

La seguridad de nuestra información va ligada a los filtros que apliquemos al navegar en la red. | Julio César Bonilla

Créditos: Especial
Escrito en OPINIÓN el

Ante la pregunta “¿Qué eres?”, la nueva herramienta denominada ChatGPT, desarrollada por la empresa californiana OpenAI, cuya versión para prueba por parte del público usuario se encuentra activa y abierta, la respuesta que se obtiene de esta inteligencia artificial es la siguiente: “Soy ChatGPT, un asistente virtual diseñado para interactuar con los usuarios y ayudarles en diversas tareas y consultas. Estoy basado en la arquitectura GPT-3.5, que es un modelo avanzado de procesamiento del lenguaje natural desarrollado por OpenAI. He sido entrenado con una gran cantidad de datos de texto de internet, como libros, artículos y otras fuentes, lo que me permite entender y responder a una amplia gama de preguntas y temas. Mi principal objetivo es proporcionar información precisa y útil a los usuarios y ayudarles de cualquier manera posible”.

Mientras que un chatbot puede ser descrito como un programa informático que utiliza inteligencia artificial (IA) y procesamiento de lenguaje natural (PLN) para entender  las preguntas de usuarios y automatizar las respuestas simulando una conversación humana; lo cierto es que ChatGPT genera una sensación diferente, sobre todo si tomamos en cuenta que, por lo general, los chatbots con los que hemos convivido las personas desde hace más o menos diez años son poco menos que terribles y sólo funcionan debidamente cuando es la persona usuaria quien se ciñe a un muy limitado universo de preguntas y respuestas posibles. En ese sentido, sus limitaciones tienen que ver con que hasta ahora su funcionalidad se acotaba en sus alcances a la realización de tareas muy específicas en campos muy estrechos de la actividad humana.

Sin embargo, desde su apertura al acceso público en septiembre de 2021 ChatGPT ha cambiado por completo no sólo tales barreras sino también el panorama y las reglas del juego en esta materia que tiene que ver con el modo en el que interactuamos y nos relacionamos con las inteligencias artificiales que construimos y, por supuesto, con los usos, ventajas y posibilidades de desarrollo que nos plantea. Pero, asimismo, con los riesgos que representa o puede representar en materia de seguridad de datos e información de todo tipo; esto es tanto personal y sensible de las personas, como la que se encuentre o pueda encontrarse protegida por cualquier causa de reserva legal válida. Es decir, el uso de este tipo de tecnologías en formas incongruentes con el mencionado desarrollo que, para serlo en este siglo y en un Estado democrático constitucional, precisa de estar arraigado y orientado en todo sentido, hacia el avance progresivo de la dignidad humana y la incremental vigencia, el respeto, ejercicio y disfrute de las libertades y derechos de las personas en condiciones democráticas.

Las características de este desarrollo de OpenAI, sus capacidades, crecientes posibilidades aplicativas y sus respuestas complejas a preguntas de igual naturaleza en relación con las más variadas áreas del conocimiento y actividad humana, han causado asombro, temor y, también, todo tipo de intentos por eludir o vulnerar sus canales de seguridad, así como por darle usos indebidos, ilícitos o, al menos, facilitarlos.

Sólo basta contar con una cuenta de correo electrónico válida para poder acceder, tras un breve proceso de confirmación, a la versión de prueba de ChatGPT (https://openai.com/blog/chatgpt). Al hacerlo, uno se encuentra ante un desarrollo que ciertamente se percibe mucho más inteligente, flexible, amplio… casi ilimitado en cuanto a la información con la que cuenta y su consecuente comprensión de nuestra especie. Por ello, sí se siente diferente y, posiblemente, un poco raro. Y es que ChatGPT puede escribir chistes, poemas, ensayos académicos y explicar conceptos complejos que van desde lo científico, lo técnico, lo ideacional, lo artístico y hasta lo sentimental; incluso, en diversos niveles de dificultad.

En tal contexto, las y los usuarios de este desarrollo han ido encontrando muy diversas aplicaciones para ChatGPT; el cual no sólo parece ser bueno para ayudar a los programadores a detectar y reparar errores en sus códigos (vid. Muestra o Ejemplo 1 de 4 que proporciona OpenAI, en la página electrónica antes referida) sino también, para responder o plantear opciones a los tipos de preguntas analíticas de composición abierta que aparecen frecuentemente en la Academia (hice una prueba con conceptos de Richard Rorty aplicados a una idea abierta y expansiva de democracia). El hecho de que, a diferencia del resto de los chatbots, ChatGPT pueda recordar lo que una persona usuaria específica le ha dicho antes, quizá nos abre la posibilidad de imaginar y trabajar en la creación de robots de terapia personalizados, por ejemplo.

A pesar de todo lo anterior, ante los riesgos ya mencionados y otros potenciales que la desarrolladora ha encontrado en la prueba de este bot por parte del público, OpenAI programó a este desarrollo para rechazar solicitudes inapropiadas, categoría poco clara y que parece relacionarse con solicitudes relativas a acciones ilegales (vid. Muestra o Ejemplo 2 de 4 en la dirección ya aludida).

En cualquiera de los casos, tales barreras para preservar la ciberseguridad, tanto interna como externa de este chatbot y los entornos digitales, en cuya efectiva solidez, protección, cobertura o limitaciones puede afectarse o verse implicada información de todo tipo, incluyendo nuestros datos personales o propietarios, están en proceso de construcción, adaptación y rediseño constante, eso no hay que olvidarlo. Por ejemplo, la facilidad ya apuntada de ChatGPT para ayudar a corregir códigos de programación, puede ser un arma de doble filo al representar la apertura de puertas hacia nuevos horizontes de conocimiento y desarrollo humano; pero, también, grietas por las que se puede vulnerar la seguridad de la información que no sólo las personas en lo particular, sino todas las organizaciones, tanto públicas como privadas, resguardamos, queremos proteger o simplemente, almacenamos.

Los avances tecnológicos que experimentamos son vertiginosos, sus capacidades crecientes y, sus aplicaciones actuales y potenciales, prometedoras. Pero, aun así, recordemos que la seguridad de nuestra información empieza con los cuidados que nosotros mismos tengamos sobre ellos y los filtros de seguridad que apliquemos.

En un mundo de exposición digital, en gran medida depende de nosotras como personas, el que no seamos reducidos a meras secuencias de unos y ceros que, analizadas por inteligencias artificiales, nos aprovechen en modo utilitario.