DEMOCRACIA

El sistema democrático se muestra enfermo

A 50 años del golpe militar en Chile contra Salvador Allende, se recuerdan las consecuencias económicas y sociales de la época de la guerra fría y las dictaduras en AL y sus repercusiones en la discusión política actual

EFE
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A días nomás de cincuentenario de un golpe de Estado que todavía sangra. Chile y el mundo, amante de libertad, recordó el martirio de Salvador Allende, en la Moneda, todo un símbolo de integridad en un dirigente político, dispuesto a cumplir su palabra, sin importar las consecuencias.

De aquella época de golpes de Estado sistémicos en América Latina, quedan las imágenes en blanco y negro, secuelas irreparables y modelos económicos y sociales perennes en el tiempo. Aun cuando muchos de ellos experimentan las amargas notas de la decadencia.

A tanta muerte organizada de aquellos años de Guerra Fría y guerras de baja intensidad en distintas partes del mundo, le sobrevino una necesaria revalorización de la democracia. En América Latina y allí, donde las dictaduras de distintos perfiles políticos, como la franquista en España o las del otro lado de la cortina de hierro, habían formateado las conciencias y encadenado los días.

España, y su pacto de la Moncloa, fue la referencia política y ética en la que muchos países buscaron mirarse. Pero una vez recuperada las instituciones, los sucesivos gobernantes se inclinaron por romper el espejo. A tal punto, que un rápido repaso por los archivos nos recuerda que las crisis institucionales, sociales y económicas, los escándalos de corrupción, se repitieron, prácticamente en todos los países latinoamericanos, mientras España, quedó encorsetada en la Unión Europea (UE) y aquellos satélites de Moscú, experimentaron las mieles y los dramas de las leyes del mercado

De aquella revalorizada democracia a este presente del sistema ajado, derruido por donde se lo mire, pasó mucha agua bajo el puente. Al punto tal, que hoy son las opciones más altisonantes, rozando con el totalitarismo, las que se llevan buena porción de las preferencias del electorado.

El descreimiento en la política y en los políticos es tal, que solo aquellos que prometen mano dura y transformaciones al filo de la ley, son los más vitoreados en las tribunas o votados en las urnas. Desde Donald Trump, en Estados Unidos, a Giorgia Meloni, en Italia, pasando por Javier Milei, en Argentina, luego de que sucumbiera en sus propias arenas movedizas, el brasileño Jair Bolsonaro. O el ultraderechista chileno, José Antonio Katz, de quien pronto será su turno para conmover a los demócratas chilenos en una nueva campaña.

Todos ellos no son más que el resultado más palpable de todos los desastres gubernamentales a los que sus respectivas sociedades estuvieron sometidos en las últimas décadas. Las distintas medidas económicas que fueron pauperizando a las clases medias, la corrupción y la desaparición de valores éticos en la cuestión pública, fueron mellando al sistema democrático y hastiando a los votantes.

Solo hay que ver el brete en que se encuentra España, donde ninguno de los dos partidos más votados, puede formar gobierno en sus respectivos intentos. Mientras, el presidente en funciones, Pedro Sánchez, amaga con abrirles la puerta a un indulto a Carles Puigdemont y otros independentistas catalanes, que le permitan permanecer en la Moncloa, poniendo en juego la poca credibilidad en las instituciones, la cordura al respecto tuvo que llegar de una figura política, actora fundamental de la transición española en aquellos años difíciles en la segunda mitad de los 70. Felipe González, quien se opone a cualquier tipo de perdón para los catalanes, como se opuso también que a que su partido, con menos votos que el derechista PP, accediera a formar gobierno, bajo el lema “el que más votos saca, gobierna…”

Fue más lejos González. Cuestionó la expulsión de PSOE, de Nicolás Redondo Terreros, hijo del histórico dirigente de la UGT, Nicolás Redondo Urbieta. “En el 88 su padre me hizo una huelga y no se me ocurrió jamás pedir su expulsión del partido”.

No le haría falta a Felipe, incursionar en aquello. Nicolás Redondo padre, fiel a sus convicciones, renunció en el 87 a su banca de diputado en protesta por el ingreso de España a la OTAN y por la política laboral y social del gobierno de González.

Pero no es casualidad que la cordura en estos casos llegue de actores políticos del pasado. Cuando, con aciertos y errores, la democracia para los españoles importaba y mucho, un millón de muertos y medio siglo después.

Hoy el sistema democrático se muestra enfermo. En algunos casos en terapia intensiva. Solo hay que escuchar a los Milei para preocuparse. Mucho más si en ese país la economía es manejada irresponsablemente por un gobierno acéfalo que gasta lo que no tiene con tal de mejorar su oferta electoral, dejando a su sucesor ante la inminencia de batirse ante una hiperinflación, tan cara a la historia argentina, tan conocida en los últimos años en Venezuela.

En España, en tanto, la discusión por el poder, se extiende, mientras la crisis económica europea comienza a dar sus primeros síntomas alarmantes.

Por eso, la aparición de Felipe González, en el debate español, nos mueve a la nostalgia de otros tiempos más esperanzadores. Aquellas democracias que imaginábamos como vehículos para el cambio social y económico de los países. Pero nada fue como se lo imaginaba. Y así, hoy muchos países van a las urnas con lo que tienen a la mano y con lo poco que ha podido salvar de tanto desastre. Van como en ese tango, construido de melancolía pura, con eso de sentir la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser… Al menos, hasta nuevo aviso.