POLÍTICA

Oportunidades desperdiciadas

No son tiempos normales para analizar la política en ninguna parte del mundo. Si por ahí anda Páter Putativus de José Antonio Kast, en Chile; de Javier Milei, en Argentina y de Jair Bolsonaro, en Brasil

Política América Latina.Créditos: Twitter: @alferdez/ @LulaOficial/ @GabrielBoric
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Podría culparse, tal vez, a los efectos del cambio climático o la inteligencia artificial, etapa superior de la revolución tecnológica. Pero no. El tema resulta mucho más profundo y problemático. ¿Cómo explicar que la prensa de este lado del mundo, había comenzado el año pintando en el planisferio a América Latina de rojo, hablando de una marea de izquierda y hoy asistimos a éxitos electorales y proyectos electorales varios con posibilidades serias de llegar al poder, tan marcados por el neofascismo discursivo?

Un interrogante que se disparó la semana pasada cuando la derecha chilena recibió en las urnas el mandato de llevar a buen puerto una constitución tras la oportunidad desperdiciada por el variopinto (y estéril) progresismo de ese país. Un resultado que, de paso, se pareció mucho a un golpe de realidad a un gobierno de inexpertos encabezado por el presidente, Gabriel Boric.

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No son tiempos normales para analizar la política en ninguna parte del mundo. Si por ahí anda Páter Putativus de José Antonio Kast, en Chile; de Javier Milei, en Argentina y de Jair Bolsonaro, en Brasil: el mismísimo Donald Trump. El magnate sigue dando batalla no solo ante los jueces por sus presuntos delitos, sino azuzando a un sector del electorado que anhela la restauración, a como dé lugar.

Tiempos devaluados al extremo. De ahí el facilismo para explicar eso de una marea roja que no es tal sino que tiene su epicentro en el descontento popular, en el hartazgo de vastos sectores sociales que no ven plasmadas sus demandas históricas y solo atinan a ir dando bandazos de un lado para el otro de la oferta electoral,  con lo único que tienen a su alcance: el voto.

(Foto: Twitter @Lulaoficial)

Boric y sus compañeros, los líderes estudiantiles que habían surgido al estrellato en las protestas universitarias del 2011, lo confundieron todo. Creyeron que la sociedad los había ungido en el poder para transformar al país en una reñida elección en segunda vuelta y con un proceso constituyente surgido de la protesta social del 2019, cuando lo que se trataba era de encontrar la fórmula para aminorar la pobreza y llevar adelante las reformas que le dieron vida, en su momento, como dirigentes. No lo entendieron. Poco más de un año después de su llegada al Palacio de la Moneda, la mayoría de los chilenos, les propinó un chirlo para ver si finalmente lo entienden.  Tal vez, ya sea demasiado tarde.

Hoy Kast y sus huestes ataviadas de un neofascismo matizado con la nostalgia del pinochetismo, resultaron favorecidos más que por la necesidad de enviarle un mensaje a la estudiantina gubernamental que por una convicción de volver a ese pasado de represión y desigualdad. Nada muy distinto a lo que podría ocurrir en Argentina, antes de que acabe el año, o esa daga de proporciones que sigue ahí, expectante, en Brasil, esperando un hipotético fracaso de la coalición democrática que encabeza Lula Da Silva.

Como ocurrió en Perú, con el destituido Pedro Castillo, como lo observan no pocos colombianos con el zigzagueante andar del gobierno de Gustavo Petro, el progresismo, al menos en América Latina, parece destinado a desperdiciar una oportunidad histórica.

Errores de cálculo, elección de los líderes equivocados, idearios socavados por mera pauperización intelectual o moral, la cuestión es que las ideas y los libretos predeterminados gozan de tanto pasado como las Remington para los periodistas.

(Foto: Twitter @GabrielBoric)

Oportunidad es la que podría comenzar a construir hoy el Papa Francisco, si termina por definir la entrevista con el presidente ucraniano, Volodimir Zelensky, y así comenzar a trabajar, más que con la devoción cristiana de su impronta, con el talento que alguna vez supo ostentar la diplomacia vaticana en esas cuestiones. 

 Y si de cambios y de pasados hablamos, mañana, Turquía asistirá al intento más serio de provocar uno y enterrar el otro, el pretérito inmediato de su historia, marcada con el férreo dominio de su presidente, Recep Tayyip Erdogan, quien tras dos décadas en el poder (primero como primer ministro y luego como presidente), nunca sintió tan cerca la posibilidad de una derrota.

Kemal Kiliçdaroglu, del Partido Republicano del Pueblo (CHP), el mismo con el que hace un siglo llegara al poder Mustafá Kemal Atatürk (el padre de la Turquí moderna), mantiene las chaces de destronar al conservadurismo de Erdogan, según las encuestas que vaticinan un final muy ajustado.

Esta no es una elección más. Occidente la observa con expectación. No sólo por el ojo avizor del Departamento de Estado que sigue de cerca los movimientos internacionales de Erdogan (principalmente en su relación con Rusia) sino también por la Unión Europea (UE), como consecuencia de la rémora de Ankara para mejorar su política de derechos humanos que le permita, de una vez por todas, su ingreso al bloque.

Una inflación galopante que en un año consumió más del 40?% de la lira turca y la catástrofe del terremoto que se cobró más de 50 mil muertes y en el que el gobierno no demostró la reacción necesaria para contener el daño, fueron mellando en estos meses las defensas gubernamentales. 

Kiliçdaroglu, de tendencia socialdemócrata, supo agrupar tras su candidatura a expresiones partidarias que van desde la derecha moderada hasta el Partido pro kurdo Partido Democrático de los Pueblos (HDP), en lo que para los principales analistas del país, representa el intento opositor más serio por acabar con los 20 años del conservadurismo musulmán de Erdogan.

Más allá de las fechas y la celebración del centenario de aquella epopeya que significó la creación de la República, antes de hablar de cambios, fuere cual fuere el resultado, primero habrá que superar estos comicios que podrían derivar en denuncias y escándalos si se confirman las sospechas opositoras sobre la autoridad electoral. Pero esa, ya será otra historia. La que nos atañe, por ahora, solo importa si como en Chile y América Latina, por ejemplo, allí también se va a desperdiciar una oportunidad semejante.