XALAPA, VER.— Orlando no podía regresar del trabajo a casa sin una sorpresa para su muñeca, como le decía de cariño a su hija de 4 años. Una bolsa, un oso de peluche, una golosina. El último obsequio antes de su secuestro fue un vestido azul de mezclilla que guardó en una bolsa rosada de la tienda Liverpool.
Ese detalle es imborrable para Rocío Fernández —esposa de Orlando Estrada—, porque en esa bolsa entregó dinero en efectivo a las personas que lo secuestraron el 28 de julio de 2020, en el puerto de Veracruz. “Nosotros mandamos el dinero en esa bolsa para que él mirara que sí pagamos su rescate”, recuerda la mujer que desde hace cinco años busca a su pareja en semefos y fosas clandestinas.
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“Siento que vivo partida a la mitad —explica desde el teléfono—, Orlando me hace mucha falta porque era mi pareja, mi apoyo en todo y es con quien convivía. A mis hijos les falta su papá. A mí me tiraron al mundo así, porque él era el sustento de nuestra familia”, dice Rocío, a quien sus amigas la describen como una mujer positiva y emprendedora, que mantiene a sus hijos vendiendo flanes, esquites y tamales.
Antes de hablar del secuestro que desintegró su familia, Rocío se traslada tiempo atrás, cuando en su hogar solo había felicidad. Orlando vendía carros de segunda mano y con ello el dinero no escaseaba; ella se encargaba del hogar y cuidaba a sus hijos de entonces 18, 14 y 4 años.
Sin embargo —recuerda Rocío— Orlando, entonces con 42 años de edad, vivía sus días al máximo porque una especie de malaria aquejaba a su familia materna: algunos de sus integrantes fallecieron poco después de cumplir 50 años a causa de problemas en el corazón (cardiorrespiratorios).
“Sus hijos eran su mundo —agrega—, sobretodo la más pequeña. Me embaracé tres veces hasta que llegó. Era su trofeo. Todavía bailó un vals con ella en su fiesta de 3 años porque decía que ya no iba a llegar a sus 15 años, precisamente porque sus familiares fallecían del corazón”.
Pero a Orlando no lo separó de su familia una enfermedad. El martes 28 de julio de 2020 salió de su casa a ayudar a un colega suyo que le pidió auxilio y le dijo que era urgente. Él, sin pensarlo, acudió al llamado y desde entonces no volvió a su casa. Su familia lo escuchó dos veces más por teléfono, desde un lugar donde estuvo secuestrado junto a su amigo, Luis Ángel Arenas Olmos (31 años) y otros dos vendedores de carros originarios de la Ciudad de México: Javier de Jesús González Miranda (40 años) y Daniel Hernández (32).
“Juntan el dinero o les mandamos un pedazo de brazo”
Rocío recuerda el inicio del secuestro de Orlando. Regresaban a casa después de un paseo en el puerto de Veracruz cuando recibió una llamada de su amigo Luis Ángel Arenas Olmos, a quien llevaba de conocer poco más de medio año; ambos vendían carros usados.
“Le dijo que había chocado, que si le podía conseguir 50 mil pesos. Mi marido le respondió que no tenía dinero pero iba y lo ayudaba con los peritos. Él lo puso en altavoz, por eso escuché todo”, relata la entrevistada.
Al llegar a su casa, en el municipio de Medellín de Bravo, Orlando siguió hablando con Luis Ángel. Al rededor de las 3:30 de la tarde avisó a Rocío que iría a poyar a su colega, aunque ella ya no pudo preguntar por la ubicación donde presuntamente había sufrido el accidente.
“Él entra a la casa y dice, ‘Ahorita vengo, voy a ayudar a Luis Ángel’. Mi hijo el mayor se quería ir con él pero andaba descalzo y gracias a Dios no se fue. Le dijo ‘No, no, no, no, no traes zapatos, no vas conmigo”. Orlando salió a bordo de su carro, un Civic color blanco de la marca Honda.
Pasaron 5 horas y Orlando no se comunicaba con su familia ni contestaba llamadas. Ahí sus hijos y su esposa comenzaron a preocuparse. “Él enseguidita… llamadas que hacíamos llamadas que contestaba. Y se nos hizo raro”.
A las 8 de la noche un amigo de Orlando se comunicó con su familia para avisar que a Luis Ángel “lo habían agarrado”. Tras recibir esta noticia Rocío y sus hijos siguieron insistiendo por teléfono y a ellos se les unió la madre de Orlando. “Mi suegra estuvo marque y marque hasta que le contestó. Ella escuchó que mi marido estaba peleando con alguien que le decía a alguien ‘que no y que no’.
Orlando le dijo a su madre —cuenta Rocío— que sí iría por ella y que la llevaría al doctor para que a ambos los revisaran del corazón, pero que le pasara urgentemente al teléfono a su hermano.
“Cuando su hermano le llama a Orlando quienes contestan ya son sus secuestradores y es ahí cuando empiezan exigirnos el pago y nos dijeron que si no lo entregábamos, o que si dábamos aviso a las autoridades ellos tenían familia en la militar y se iban a dar cuenta”, refiere Rocío Fernández.
—“Dales el dinero, dales el dinero”, decía con voz tenue Orlando desde el teléfono.
—“Habla bien, habla bien”, le ordenaban sus captores.
—"Sí, sí, sí, sí. Dales el dinero, hermano, dales el dinero”, se le oyó decir un poco más fuerte.
—“Si no nos juntas el dinero, te vamos a mandar un pedazo de brazo”, amenazó uno de los criminales a la familia de Orlando Estrada.
Las negociaciones se prolongaron cinco días. La familia, contra reloj, juntó la mayor cantidad de dinero posible. “Se juntó el dinero —dice Rocío aún agitada—, se tuvo que vender todo lo que teníamos y todos en la familia empezamos a juntar, a juntar, a juntar porque pedían una cantidad muy grande”.
La entrega del dinero en efectivo se hizo el 2 de agosto de 2020, atrás del hospital del ISSSTE, en el puerto de Veracruz, a unas tres cuadros de la central camionera. El efectivo lo entregó el hermano de Orlando, a quien desde que salió de su casa no dejaron de llamarle por teléfono para dictarle las indicaciones de la entrega.
Al llegar al lugar pactado se careó con una persona de talla alta y tez blanca que escondía su rostro detrás de casco, con lentes oscuros y una chamarra de cuero. El hombre le habló por su nombre al hermano de Orlando y le recibió el dinero.
“Todavía se burló y le dijo que por qué en esa bolsa (la de Liverpool) le estaba entregando el dinero, que si no tuvo una mejor. Mi cuñado le contestó, ‘pues nos quitaron hasta la sonrisa, ¿dónde está mi hermano?”, agrega Rocío.
El secuestrador dijo que contarían el dinero y después le hablarían a la familia por teléfono o mandarían a Orlando a su casa en taxi. Luego salió con rumbo desconocido en una moto deportiva color negra con franjas verdes.
“Nosotros le mandamos el dinero en esa bolsa, la del regalo de Liverpool a mi hija. Nosotros quisimos que la mirara y viera que sí pagamos el rescate”, recuerda Rocío con la voz entrecortada. Después de eso la comunicación con los secuestradores se perdió.
Sin noticias de Orlando su familia interpuso una denuncia ante la Unidad Especializada en Combate al Secuestro (UECS) el 3 de agosto de 2020, “donde a la fecha no han hecho nada”, resume Rocío. Fue hasta octubre de ese año que la familia se enteró que el mismo día de la desaparición de Orlando y su amigo Luis Ángel otros dos vendedores de autos, provenientes de la Ciudad de México, también fueron privados de la libertad: Javier de Jesús González Miranda y Daniel Hernández.
Sobreviviente narra que Orlando y otros tres hombres estuvieron en casa de seguridad
La relación entre Orlando, Luis Ángel, Javier de Jesús y Daniel la relató la pareja de éste último, quien también fue privada de su liberad pero finalmente liberada.
“Ella habla de mis hijos, habla de mi hija, casi me da el color del boxer de mi marido. Contó que primero llegó Luis Ángel a la casa de seguridad y de ahí mandan a traer a mi marido. Que al llegar lo golpearon muy feo. Esta mujer dice las mismas palabras de los secuestradores; las mismas exigencias que nos daban”.
De acuerdo con indicios que han recabado las propias familias de las víctimas, los cuatro hombres fueron privados de la libertad en la zona norte del puerto de Veracruz, el mismo 28 de julio aunque con unas horas de diferencia. Javier y Daniel salieron de la Ciudad de México a vender un carro en el puerto jarocho, pero fueron interceptados por supuestos policías quienes dijeron que tenían una investigación contra Daniel.
La última geolocalización de los celulares de los 4 desaparecidos marcaron en la zona norte del puerto de Veracruz. Pero ninguno ha sido localizado desde entonces.
Mi marido no es un fantasma. Pido que me ayuden a encontrarlo
Rocío vive con la esperanza de encontrar a su esposo, sin embargo reconoce que el tiempo y su ausencia ha dejado secuelas, principalmente, en sus tres hijos. “Al mayor le afectó demasiado, es más, él todavía no está bien. Dejó la escuela, dejó la universidad; no quiere estudiar ni trabajar. Se cerró en su mundo, está encerrado en su cuarto, tampoco quiere llevar terapia”.
“Mi hijo el del medio —prosigue— así estuvo al principio también. Ahorita gracias a dios ya está estudiando, está en la universidad. Y a mi hija yo veo mucho (su afectación) cuando son los eventos de las escuelas el día del niño, del día del papá o a la salida de la escuela. Ella casi no participa en esos eventos porque van los papás”.
A cinco años de la desaparición de Orlando Estrada, Rocío no pide mucho a la gente que pueda leerla o aquellos que la ven en la calle distribuyendo boletines o pegando fichas de su familiar desaparecido.
“Yo siempre pido que si se ven las fichas de todos nuestros desaparecidos que no las quiten, que nos ayuden a publicar en Facebook, porque son muchos, cada día son más, y las autoridades se hacen ciegas. Yo solo pido justicia, saber dónde está. Mi marido no es un fantasma", concluye Rocío.
vtr
