VERACRUZ, VER.- 31 de diciembre de 2002, zona de mercados de la ciudad de Veracruz. La vida de aquella zona se extendía desde la mañana hasta las 9 de la noche, donde las familias como la de Víctor Manuel Ríos Sánchez aprovechaban para ir a matar el guajolote de la última cena del año o como otras que acudían a las avenidas Miguel Hidalgo y Juan Soto para comprar los zapatos, la ropa, los cohetes y las verduras para la cena que, por ejemplo, vendía la familia de Esmeralda Andrade, y así despedir el 2002.
Carros, risas, vendedores y música se escuchaba en la que después sería conocida como “zona cero”. El ruido de la ciudad, provocado por bebés, niños, jóvenes y adultos mayores, se vio sobrepasado por una explosión a las 5:45 de la tarde.
Aún era de día, apenas el sol se ocultaba entre las nubes cuando, recuerda Esmeralda, la explosión que inició en la esquina donde ahora está el Yepas, incendió las demás carretillas que vendían pirotecnia sobre la avenida Hidalgo esquina Juan Soto, el sitio que ahora se conoce como la zona cero.
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“Fue cuestión de segundos”, dice al recordar algo que prefiere olvidar. La carretilla de Esmeralda se encontraba enfrente de lo que antes era una tienda de zapatos llamada “La Luna” y de lo que hoy es la panadería Paníssimo.
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Tenía 29 años y estaba acompañada de su esposo y de su hijo de 10 años, quien había ido por tortillas al Molino Tizón. “Lo bueno es que la señora del molino nos conocía y le despachó a mi hijo luego, fue que a mi hijo no le tocó estar, sino quién sabe qué hubiera sido”.
Así como el hombre de hoy 32 años, diversos comerciantes de la zona tienen una historia similar. Algunos que fueron movidos hacia el callejón 4 Ciénegas tras el incendio, por ejemplo, explican que ese día decidieron no vender, que fueron a preparar la cena de fin de año o que estuvieron en otro asunto que, tal vez, les salvó la vida.
Las calles atiborradas de personas como “hasta el sol de ahorita nunca más”, se llenaron de humo por “la quemazón” que inició tras la explosión de una carretilla, luego de otra y otra hasta que terminó con 28 vidas, según cifras oficiales.
El humo se extendió rápidamente. Esmeralda apenas y podía ver a través de él, pero eso no detuvo a las personas que corrieron en busca de refugio. Gritos de adultos y niños aplastados por la multitud fue lo que arrasó con el espíritu festivo jamás recuperado.
La mayoría murió por quemaduras e inhalación de humo tóxico, mientras que los 50 heridos se encontraron sobre la acera; en vehículos, puestos fijos y edificios que resultaron quemados. Sobre la cantidad de desaparecidos, nadie se atreve a decir un número.
La zapatería “La Luna”, recuerda Víctor Manuel, se incendió luego de que el fuego alcanzó el cableado eléctrico. En esta, coinciden comerciantes, diversas personas murieron dentro del establecimiento que estaba lleno de gente, debido a que el personal decidió bajar sus cortinas de lámina.
Atrás del Yepas estaba “El Armario”, una tienda de ropa que atravesó el mismo destino de la zapatería, según se cuenta entre voces. Por su parte, Esmeralda recuerda que salvó a una niña de 8 años, hija de comerciantes, de morir aplastada por la multitud.
Víctor, un hombre de ahora 70 años con discapacidad visual que, como hace 22 años, realiza sus compras para la cena, también recuerda con claridad el incendio ocurrido a las afueras de los mercados Hidalgo y Unidad Veracruzana.
Invadido por la emoción de los recuerdos, explica que, según se dice en el mercado, el incendio fue ocasionado por un cigarro que cayó –o aventaron– sobre una de las carretillas que vendía “mariposas”: artefactos pirotécnicos ahora conocidos como “palomas” de alrededor de 30 centímetros.
“Eran carretas de cohetes, de fruta, de ropa, de cacahuates en bolsas que vendían antes. Todos se quemaron, todas esas gentes se quemaron”, afirma con seguridad. “Explotó puro lo que eran las mariposas, en aquellos tiempos se usaban mariposas, de esas grandotas que parecían bombas. Esas fueron las que hicieron la explosión más fuerte”.
La cual, explica, también alcanzó al par de tanques de gas de 10 kilos de un puesto callejero de hotdogs, ubicado sobre la calle Juan Soto. Según recuerda, la venta de artefactos pirotécnicos era tal, que incluso los vendedores tenían cajas de huevos atiborradas debajo de las carretas para cuando estas se vaciaran.
Para Alfonso García Cardona, director de Protección Civil, jefe del Heroico Cuerpo de Bomberos Municipales de Veracruz y, en aquel tiempo, jefe de Bomberos del entonces APIVER, hoy ASIPONA, recuerda el 31 de diciembre de 2002 como uno de los días más tristes en su labor como rescatista.
Su guardia había terminado y se encontraba en casa para realizar los preparativos de la cena de fin de año. Sin embargo, acostumbrado al trabajo que realiza desde 1985, Alfonso García tenía su radio a la mano cuando escuchó los reportes del incendio.
Inmediatamente, recuerda, llamó al director de APIVER para solicitar las unidades e ir al Mercado Hidalgo. Al no responder su llamada, decidió sacar los tres vehículos disponibles y a los 10 bomberos de guardia para sofocar el incendio.
Cuando llegaron, explica, nadie imaginaba la magnitud del incendio, la cantidad de muertos y lesionados que se encontrarían en la zona de mercados. Tras llegar bomberos de otros municipios, paramédicos y voluntarios que apoyaron para aminorar las llamas, que atendieron heridos y a los bomberos agotados, el incendio se sofocó a las 3:30 de la madrugada del 1 de enero de 2003.
Esa noche recuerda haber rescatado a una familia que vivía encima de la zapatería quemada y a otros dos chicos atrapados en una quesería. De no ser por el hidrante que entonces había en la esquina de “La Luna”, Bomberos de APIVER se habría quedado sin agua para controlar el incendio. Hoy ya no se encuentra.
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Al día siguiente, explica, el día fue triste y gris. Al menos 29 familias no celebraron el año nuevo con todos sus integrantes. Los heridos recibieron el 2003 en el hospital. Los comerciantes, al día siguiente, acudieron a levantar escombros para descubrir si algo de su mercancía quedaba.
Una cicatriz imborrable
Luego del incendio, el gobierno municipal prohibió la venta de pirotecnia y comerciantes del mercado hacían misas en conmemoración de los fallecidos hasta, al menos, el 2023.
“Yo no sé si sea bueno o malo. El tiempo pasa y esto continúa. Hay gente que ha olvidado o gente que no sabe lo que ocurrió. Desafortunadamente, la vida sigue y tenemos que estar avanzando, pero sí, lo importante es no olvidar para que esto no vuelva a suceder”.
Para Alfonso García Cardona, más que la “voluntad” de cualquier autoridad para la prohibición de venta de cohetes, se necesita conciencia de la sociedad veracruzana: de padres de familia que dejen de comprar artefactos pirotécnicos para el entretenimiento de sus hijos.
“Si te das cuenta, quienes detonan pirotecnia son los menores de edad, ¿y quiénes las compran? Son los padres. Por ejemplo, ahorita acaba de haber un accidente en el norte del estado donde un niño perdió la mano por pirotecnia. Seguramente él no fue a comprar la pirotecnia, seguramente su papá se lo llevó”.
Explica, además, que no está en contra del uso de estos artefactos, sino en que se manejen adecuadamente, por personas que estén capacitadas para ello; quienes dice, incluso sufren accidentes.
Para algunos comerciantes de la zona de mercados, por ejemplo, la prohibición es una medida dura del gobierno veracruzano. “Es una tradición, muchos compañeros la vendían para sacar mayor ingreso, tal vez sí por ignorancia, pero es una tradición”, sostienen algunos.
Lo que es cierto, explica Esmeralda, es que desde aquel 31 de diciembre de 2002 la zona de mercados nunca se llenó igual. Personas dejaron de ir, dejaron de realizar compras en fin de año y puestos cierran desde la tarde.
Para Víctor, por ejemplo, la evidencia del desastre está no solo en la cruz de metal colocada donde ocurrió la explosión o en la placa que guarda el nombre de Iván Gómez Gómez, un hombre que perdió la vida al tratar de rescatar personas atoradas en un baño, sino, en el olvido de la tradición de la quema de El Viejo.
mb