EMPLEO TRADICIONAL

Ignacio Castillo, ser bolero en Veracruz cuando el oficio se desvanece

Desde los 8 años, Ignacio se dedica a lustrar zapatos; actualmente, es uno de los pocos boleros que sobreviven en el puerto de Veracruz

Se inició como betuneros desde los 8 años.
Ignacio Castillo es de los pocos boleros que sobreviven en Veracruz de este oficio.Se inició como betuneros desde los 8 años.Créditos: MARA LOPEZ
Escrito en VERACRUZ el

VERACRUZ, VER.- Entre algunas ardillas, la sombra de los árboles y personas que pasan por el parque Manuel Gutiérrez Zamora, se encuentra Ignacio Castillo Lara, de 66 años, quien junto a otros 14 hombres son de los últimos boleros de la ciudad de Veracruz.

Botunero desde los 8 años y originario del municipio de Alvarado, se crío en las calles del puerto de Veracruz en la década de 1960, "cuando los tranvías aún circulaban por el centro", señala con una media sonrisa.

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De color rojo y amarrada a dos sillas de plástico percudidas por el uso, junto con una pila de periódicos viejos, las pinturas, cepillos, brochas y trapos sucios que utiliza para trabajar se encuentran amarradas a su silla de boleo para evitar que se la roben.

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Cuando era niño, recuerda mientras prepara su equipo de trabajo, tuvo que abandonar la escuela debido a la violencia familiar que él y su madre sufrían por parte de su pareja. “Mi padrastro le daba mala vida a mi mamá y tuve que salirme (de la escuela). Y pues, ¿qué hacía? Ponerme a llorar, estaba yo chamaco”.

Ignacio, entonces con la fuerza de un niño de 8 años, cuenta que solía intervenir en las agresiones que recibía su madre; sin embargo, a cambio obtenía manotazos y empujones de su padrastro.

Por esto, la única forma que se le ocurrió para apoyar a su madre fue aprender a trabajar para ayudarla económicamente. Tras dejar la primaria sin saber leer y contar, aprendió a bolear zapatos y a llevar dinero a su casa. Cuando él cumplió 16 años, su madre decidió terminar la relación con su padrastro y fue entonces que se hizo cargo de ella.

Durante años trabajó como taquero, como panadero, como pintor y como albañil, pero lo que mejor le salía era ser bolero, oficio que está por desaparecer con los últimos betuneros como él, ya que limpiar botas pocas veces es algo que se hereda de generación en generación o que sea del interés de los jóvenes.

El empleo informal: la realidad de la mayoría de los veracruzanos trabajadores

 De acuerdo con cifras de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) del segundo trimestre del 2024, más del 68 por ciento de los veracruzanos ocupados pertenecen a la informalidad laboral. Este porcentaje se traduce a 2 millones 301 mil 722 veracruzanos, de los cuales más de la mitad son hombres, como Ignacio Castilla.

Hombre de la tercera edad, sin estudios y sin haber tenido alguna vez un trabajo con prestaciones de Ley, Ignacio mantiene a su esposa, a él mismo, paga deudas y básicos del hogar con 200 pesos diarios que gana como bolero. Esta cantidad, explica, la consigue en un día promedio si bolea al menos 6 pares de zapatos en una jornada de 12 horas.

De acuerdo con la Procuraduría Federal del Consumidor (Profeco), hasta el 13 de noviembre la despensa básica en el estado de Veracruz rondaba desde los 795.70 pesos hasta los 964.60 pesos. Ignacio Castillo Lara necesita trabajar, como mínimo, 5 días a la semana para adquirirla.

Sin embargo, al costo de la canasta básica se le tiene que añadir sus deudas, las pastillas de paracetamol que compra cada vez que tiene alguna molestia física, la compra de productos básicos para el hogar, para la vestimenta, sus camiones y taxis, ya que vive en El Tejar, localidad ubicada a hora y media de su lugar de trabajo.

En Veracruz, de acuerdo con datos del Consejo Nacional de la Población (Conapo), 6 de cada 10 hombres mayores son activos económicamente, quienes perciben un ingreso mensual por debajo de los 2,580 pesos. En el caso de Ignacio, sus ingresos se ve complementado con la Pensión Bienestar que recibe del gobierno federal; aunque dice, no es suficiente.

Betunero: un oficio en extinción

Cuando Ignacio comenzó a bolear, cuenta, se dedicaba a caminar solo por el centro y algunos bares de Veracruz, desde la mañana hasta la medianoche. A pie, explica, llegaba hasta su casa ubicada cerca del Médano del Perro.

Al crecer “en la calle” con sus “amiguitos” boleros, Ignacio aprendió a medio leer y a medio contar. “Mi escuela fue el trabajo y la calle (...) Yo aprendí a leer con los demás compañeros que se compraban sus cuentecitos y veía yo que se ponían a leer y se ponían a reír y yo (decía) ‘ey, este está loco. Se está riendo nomás por ver el librito ese’ y me decían ‘no, es que me estoy riendo por lo que dice aquí’ y pues ya fue que me fueron enseñando, y ahí fui aprendiendo a juntar las letras”.

“No aprendí que diga demasiado, pero al menos me sé medio defender. Tendría como 10/12 años (...) las cuentas igual. Claro que una suma bastante grande no me la sé, pero cuentas chiquitas sí”.

Tras ejercer varios oficios e incluso vivir en la ciudad de México alrededor de 6 u 8 años, Ignacio volvió a Veracruz y decidió dedicarse a lo que mejor sabía hacer y que, sin importar cuánto, siempre sacaría dinero para comer: bolear zapatos.

Con su camisa polo color azul marino, bordeada con el logo del ayuntamiento de Veracruz del lado derecho y con el logo del grupo Unión de Betuneros del Puerto de Veracruz del lado izquierdo, al cual pertenece hace 14 años, Ignacio explica que antes de la pandemia había alrededor de 150 boleros.

Sin embargo, en el 2024, quedan alrededor de 15 betuneros divididos entre el Zócalo de Veracruz y el parque Zamora. “Hace como seis/siete años éramos como 150 boleros. Ahorita con la cosa de la pandemia pues, muchos se salieron y a otros les tocó las de malas. Se fueron de viaje para no regresar”, explica Ignacio al recordar a sus compañeros fallecidos a causa del Covid-19.

Parque Zamora, donde Ignacio coloca su silla para boleo. (MARA LOPEZ)

“Ahorita los que quedamos aquí (en el parque Zamora) nada más... somos seis, contando al que está allá abajo”, señala con sus dedos, donde lleva un anillo plateado en cada uno.

Entre las razones de la extinción de este oficio, identifica Ignacio, se encuentran la falta de clientes, la falta de betuneros y el desinterés de los jóvenes, a quienes ya no les interesa heredar las sillas de boleros de sus padres o abuelos.

vtr