VERACRUZ, VER.- Sentado frente al muro de pescadores, en el puerto de Veracruz, Fernando García toma un descanso después de una larga jornada laboral que comenzó a las 4:30 de la mañana. Con 66 años todavía práctica la pesca, un oficio que heredó de su padre y abuelo, y que pretende enseñar a sus nietos.
Fernando es la tercera generación de su familia que se dedica a la pesca, fue el único de tres hermanos que quiso continuar con el legado, los demás se dedicaron a otros oficios, debido a que este trabajo implica muchos retos, desde el peligro de no saber si regresaran a casa, hasta los días de escasez de pescado que, con el paso de los años, se recrudece por los cambios de clima y la contaminación.
Durante los más de 50 años que tiene de ser pescador vio cambiar y evolucionar las herramientas que utilizaban. Su abuelo y padre dejaron de guiarse por las estrellas, mareas altas, bajas y los movimientos de luna, para utilizar la brújula y la radio para saber el pronóstico del tiempo, ahora los nuevos pescadores se guían por medio del GPS, explica.
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“Anteriormente salía uno a navegar, pero la ciencia no estaba tan avanzada como actualmente, salíamos con la brújula con unos motores más chicos y para salir a navegar retirado había que escuchar el pronóstico del tiempo en la radio” cuenta.
En el mar la vida no es tan sabrosa
Pero no solo las herramientas que utilizan cambiaron, la producción de peces y mariscos que antes capturaba bajó 40 por ciento desde hace más de 10 años, asegura Fernando. Los peces ya no se acercan a la orilla, esto por la contaminación y cambio de corriente que hay en las playas de Veracruz, por lo que los pescadores se ven obligados a salir mar a fondo, como en el argot de los pescadores se le dice a las aguas profundas o altamar.
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Salir a altamar causa que gasten más dinero para comprar gasolina. Fernando comenta que para que un pescador salga a las profundidades necesita al menos un fondo de mil 500 pesos, ya que solo el garrafón de 23 litros de combustible significa un gasto promedio de 500 pesos, y requieren al menos dos; uno para salir y otro para regresar, mientras que para ir más lejos usan el doble de este combustible.
Cada que salen se encomiendan a la suerte, porque no siempre regresan con la lancha repleta de pescados, por lo que hay que saber administrar el dinero y ahorrar para los tiempos difíciles, que son durante las temporadas de nortes y frentes fríos, que comienzan desde diciembre y se prolongan hasta marzo.
“El ingreso que logramos obtener es muy variado. Si logramos sacar unos 2 mil pesos ya la libramos, ya salió el chivo y una piscachita para ir guardando, por lo muy mínimo hay que guardar 100, 200, 300 pesos, cuando se presta 500, cuando se súper presta hasta mil”.
Fernando se dedica a “curricaniar”, como le llama a la actividad de salir a pescar en su lancha, todos los días sale alrededor de las 4:30 de la mañana y llega a la 1:30 de la tarde o 2:00 de la tarde, todo depende de la producción que obtenga. Las especies que pesca con mayor frecuencia son el peto, sierra, jurel medregal, cojinuda y pardos entre otras, que vende a los comerciantes del mercado de Refugio del Pescador, ubicado sobre el bulevar Fidel Velázquez. Con lo que gana mantiene a su esposa Leticia, de 57 años, y a su madre Rosa, de 84.
El dinero que logran obtener se reparte entre dos o tres pescadores, quienes lo ayudan en los trabajos y el resto lo guardan para la gasolina del siguiente día, no hay un sueldo fijo, por lo que un día pueden obtener 150 o 500 pesos, para llevarse a casa. Fernando cuenta con su propia lancha para salir a pescar, hace un mes se le descompuso el motor por lo que tuvo que endeudarse y pagar la reparación, vendió sus artículos personales y pidió préstamos, pues la compostura costaba 30 mil pesos, cantidad que no tenía.
En todo el tiempo que lleva como pescador, su motor se le descompuso dos veces; la primera vez que lo reparó pagó 60 mil pesos. Por parte de las autoridades, cuenta con el apoyo de 7 mil pesos que cada año da el programa Bienpesca del gobierno federal, esta cantidad es insuficiente para cubrir el mantenimiento de su equipo.
“Lo que pedimos no es dinero, si no apoyos o programas para la reparación de nuestros motores cuando se nos descompongan, llevarlos a las agencias y que ellos vean que de verdad necesitamos eso, porque yo estoy endrogado”, dice. El tiempo que su lancha estuvo parada trabajó en la embarcación de otro compañero, de ahí obtuvo dinero para sobrellevar los días en los que el motor estaba en reparación.
Naufragó en altamar por tres días
“Uno como pescador sabes que sales y no sabes si vas a regresar, no es como se pronostica y tampoco es como dice la canción: la vida en el mar es mucho más sabrosa, es mentira. Muchas veces nosotros decimos eso, pero si te agarra un mal tiempo o tormenta que se desvían, es muy peligroso”, asegura.
Los pescadores de antaño tenían que estar precavidos con las tempestades, pues si los nortes se pronosticaban para una fecha un día antes dejaban de trabajar, pero a veces no corrían con la suerte de evitar los eventos de norte, ya que había ocasiones en la que los vientos los sorprendían en altamar.
Una tarde de noviembre de 1981 Fernando y tres integrantes de la tripulación fueron sorprendidos por un evento de norte, habían llegado a la Anegada, un lugar donde pretendían pescar un poco, este sitio se encontraba cerca de la Isla de Santiaguillo, ubicado frente a la localidad de Antón Lizardo, en Alvarado, a 40 kilómetros de las costas jarochas.
Tenían que apurarse para pescar lo más que pudieran, ya que el norte estaba pronosticado para un día y medio después; no obstante, una línea café en el cielo les dio aviso del viento huracanado que venía. Los cuatro tripulantes se subieron a la embarcación para tratar de huir de la tempestad, se dirigieron a la Isla de Santiaguillo para refugiarse, pero no todos alcanzaron a llegar, el viento pegó en la lancha y la volcó.
Dos de sus compañeros nadaron hasta la orilla para resguardarse, pero Fernando se quedó a acompañar al otro tripulante que no sabía nadar, le amarró dos garrafones vacíos para que flotara y ambos se fueron a la deriva. “Nos fuimos a la deriva y así demoramos tres días y dos noches, sin comer nada, sin beber, solo flotando. Salimos delante de un lugar que se llama el Alto Simón, allá fuimos a parar a la 1:30 de la mañana”, cuenta.
El reventar de las olas del mar con las piedras fue la señal que le avisó a Fernando que la orilla se encontraba cerca, en la penumbra de la madrugada le dijo a su compañero, Agustín, que hiciera el intento de nadar para que ambos llegaran a tierra, ahí esperaron hasta que amaneciera, recolectaron algunos cartones para ponérselos como sandalias y así salir a la carretera.
Cruzaron un cerro para llegar al camino más cercano, vieron pasar a cinco autos, ninguno los quiso recoger. El hambre y sed para ese momento ya era lo que menos les importaba, lo único que querían era llegar hasta Veracruz para encontrar a sus familias, dice Fernando.
“Un chofer se compadeció después de que un pasajero le dijo que él nos iba a pagar el pasaje, posteriormente nos llevaron a Alvarado y de ahí a Veracruz. En la casa ya no nos esperaban, porque nos dieron por muertos. Llegamos con mucha hambre, en el autobús nos dieron unos plátanos que nos causaron unos cólicos, que si no nos morimos en el mar, nos moríamos ahí por el dolor”.
Tras recuperarse del accidente, Fernando volvió a su trabajo, pero su compañero Agustín no quiso saber nada más de la pesca. Desde entonces tiene más presente que este oficio es riesgoso, pero también se encuentra agradecido con el mar, pues logró mantener a sus tres hijos y ahora a su madre y esposa. “Yo me puedo ir a descansar o morir y me voy en paz y sin ningún pendiente”, concluye.
vtr